Otras miradas

Podemos, la Ser y los portavoces políticos en las tertulias

Pascual Serrano

Periodista y autor de ‘Medios democráticos. Una revolución pendiente en la comunicación‘ (Akal)

Pascual Serrano
Periodista y autor de 'Medios democráticos. Una revolución pendiente en la comunicación' (Akal)

La polémica sobre la representación de Podemos en una tertulia de radio abre un interesante debate sobre el poder de los medios y ciertas legitimaciones o no. Los hechos consistieron en que tras la participación desde hace tiempo de Íñigo Errejón como representante de Podemos en la tertulia semanal del programa Hora 25, de la Cadena Ser, la dirección de Podemos designa como nuevo representante en dicha tertulia a Irene Montero, a quien la cadena de radio del grupo Prisa se niega a aceptar.

Lo sucedido se presenta de dos formas diferentes según interese. Para unos, "Podemos prohíbe a Iñigo Errejón asistir a la tertulia", es, por ejemplo, la forma en que empezó su columna audiovisual Iñaki Gabilondo en El País, cuya opinión no puede ser otra que la del grupo Prisa. ¿O alguien conoce a algún comentarista o columnista de los medios de ese grupo mediático al que no hayan tirado al discrepar de la línea oficial? La calificación de prohibición no es la más adecuada, entre otras cosas porque Errejón lo ha aceptado y él mismo no ha hablado en esos términos. Aunque la cadena Ser afirma que les había confirmado que la "dirección de su partido ha decidido que no siga", lo único que sí ha hecho público Errejón es un tuit acatando y apoyando la política de su partido: "Podemos puede elegir sus portavoces. He aprendido mucho en @hora25. Un placer participar cuando toque. Hoy lo importante es otra cosa".

No olvidemos que Errejón participaba como representante de un partido político, no iba por ser profesor de universidad o por su trayectoria de analista o nada parecido. Por el PSOE asiste Eduardo Madina y cuando no puede ir la dirección del partido lo sustituye por Soraya Rodríguez. Y Ciudadanos, ha cambiado sus portavoces en varias ocasiones, también por decisión del partido, según confirmó la formación. La propia moderadora, Ángels Barceló, reconoce que Errejón participa no a título personal, sino como representante de Podemos, de ahí que dijera textualmente el día que éste no fue y a Irene Montero no le dejaron: "Hoy Podemos no tiene representación".

Por su parte, la versión de Podemos es que Irene Montero, designada como portavoz por su partido, había sido vetada por La Ser, afirmación que parece no permitir duda puesto que no le dejaron participar, como censura lo califica la afectada (a diferencia de Errejón) y su protesta fue ignorada.

Cuando un partido cambia a su representante en un organismo u empresa pública, o como portavoz ante una coordinadora o en unas negociaciones nadie se escandaliza, ni afirma que vetan al anterior, ni se le impide realizar su función al recién nombrado. Se considera que los partidos tienen competencia y legitimidad para designar a los representantes que van a hablar en nombre de la organización en los diferentes lugares donde es requerida la presencia de la voz del colectivo.

El debate, por tanto, está servido: ¿quién debe nombrar a los portavoces de un partido en los medios de comunicación, los ciudadanos que han elegido a los dirigentes de los partidos o los dueños de medios? La primera confusión es pensar que si un medio quiere a un representante u otro de un partido político es por decisión de un profesional y por un criterio periodístico. La mayoría de los medios son propiedad de grandes grupos empresariales, tienen detrás accionistas, poderes, intereses y otras muchas influencias que no son precisamente de carácter periodístico. O quizás el criterio es más prosaico: el político elegido por el medio es el más joven, el más guapo, el más polémico o el más chistoso.

Por otro lado, hace mucho que los medios de comunicación han ido fagocitando competencias y poderes que correspondían a instituciones democráticas para ser apropiadas por empresas de comunicación. Los debates en parlamentos, ayuntamientos y otras instituciones apenas son seguidos por la ciudadanía y, cuando lo hacen, es previa selección, producción y comentarios de los medios de comunicación. Hoy, el cargo público consigue más visibilidad no en función de los ciudadanos a los que representa, sino por la decisión de los dueños de los medios de incorporarlo a su oferta de columnistas, analistas o fuentes informativas. Un político que tenga el apoyo de un millón de votos puede ser silenciado mientras que un analista que no representa a nadie puede disponer de su homilía semanal en el periódico de gran tirada o en la tertulia casi diaria de televisión. Por tanto, unge de más poder ser tocado por la gracia de un gran medio que por la tribuna de un Parlamento al que se llega con el apoyo de un millón de votos.

Pero el asunto puede ser más grave si cabe cuando los partidos, afortunadamente, comienzan a abrirse a la sociedad y permiten cada vez más a la ciudadanía -a toda, no solo a sus militantes- elegir a candidatos y dirigentes. Los electores conocen o interpretan las características de un político no por su relación directa, sino por la mediación de los medios. Es a través de su participación (o no participación) en televisión, su presencia (o no presencia) en una tertulia de radio o su columna (o inexistencia de columna) en prensa escrita como un político termina siendo conocido, reconocido, desconocido y -finalmente- mejor o peor valorado. De modo que, de nuevo, los medios y sus empresas matrices, vuelve a apropiarse de un tremendo poder que debería pertenecer a la comunidad: el de dar a conocer y lanzar a la fama a un determinado candidato o silenciarlo o, incluso, vilipendiarlo desde sus plataformas de difusión. ¿Acaso podrá un candidato de primarias que visite barrios, pueblos, fábricas, colegios y universidades alcanzar el protagonismo de otro que sea invitado constante en tertulias televisivas y de radio o que todas las semanas tenga su columna en la prensa? Lo vemos en todas las profesiones. El escritor o el periodista que lo eligen para salir en televisión se dispara su caché, sus ventas de libros, sus seguidores en redes sociales... ¿Alguien imagina quién conocería a un tal Eduardo Inda o al presidente de Cantabria fuera de su comunidad si no saliesen en LaSexta? ¿Quién decidió que el libro de Belén Esteban fuera un bestseller? Las mismas televisiones que también decidirán quién será el político más conocido.

Se trata de un poder, el de los medios para "vendernos" o "censurarnos" políticos, tremendo y absolutamente ilegítimo y antidemocrático. Todas las personas que, con buena intención, siguen pensando en que unas elecciones con listas abiertas pueden ser una opción más democrática que la arbitrariedad de una cúpula de partido para imponer candidatos en listas cerradas no se han parado a pensar en que quienes tomarán el tremendo poder para lanzar candidatos al estrellato o, al contrario, a estrellarlos, serán los medios de comunicación.

Por ello, creo que es mejor presionar, luchar y confiar en la democratización de los partidos más que esperar que ese vacío sea tomado por los dueños, acreedores y anunciantes de las empresas de comunicación.

 

Más Noticias