La sociedad de consumo todo lo consume hasta consumirnos a nosotros mismos.
Sí, parezco una telepredicadora pero voy a seguirlo.
Lo diré de otra manera: la obsolescencia programada es una mancha de aceite que todo lo mancha, como si creciera y creciera en el mar hasta tragarse todos los océanos.
Parecerá que me he tragado la máquina de fabricar distopías.
Lo que pasa es que hoy me he dado cuenta de algo obvio y manido que no sé cómo hacer interesante.
Y es que la trampa es mortal, hoy he caído en la cuenta de que los argumentos –como todas las cosas– se nos gastan aunque no estén rotos, ni superados, ni viejos, aunque sigan haciendo mucha falta, aunque de ellos dependa absolutamente todo.
Como dicen en Canarias, somos unos noveleros. No basta con que una tesis tenga razón, hay que conseguir que huela a nuevo, que cree marco, que no aburra aunque llevemos siglos escuchándolo. Siempre fue así, pero ahora con la especialización, con los algoritmos, con la ciencia del manejo de la opinión pública, la novelería ha eclosionado.
Por eso se hace muy difícil cuando se trata de un clásico. Parece imposible cuando, para mantener la atención, hay que cambiar de pantalla a cada rato.
En el siglo XXI plantear reformas fiscales en serio, avanzar en justicia en el reparto de la presión fiscal, en la progresividad del pago de impuestos, en la recaudación de los dineros con los que se puede o no hacer más y mejor, suena a lucha de clases, a terminar con el hambre, a pretender la paz mundial, a imposibles e inalcanzables gastados.
La frase del presidente del Gobierno para inaugurar el curso político pidiendo "menos lamborghinis y más transporte público" podría ser un nuevo lavado de cara al viejo argumento. Como eslogan funciona, pero por ahora está vacío.
Sumar, en horas bajas según las encuestas, ha presentado esta semana su propuesta de reforma fiscal: ampliar el "impuesto de solidaridad a las grandes fortunas" a los patrimonios de más de un millón de euros, subir el IVA a todo lo que tenga alternativa pública (como la sanidad y la educación) y bajárselo a lo que no lo tenga (como las peluquerías).
El PSOE de momento no ha desvelado plan alguno al respecto más allá de su nuevo pegadizo eslogan.
Es decir, este Gobierno de coalición –que se dice mucho de izquierdas– tiene mucha plancha en este terreno y de momento no se ha puesto ni a enchufarla, cuando este debería ser su principal asunto.
En España, "los ricos no pagan IRPF". Lo dijeron Aznar en 1998 y Sánchez en 2018. El impuesto progresivo por excelencia, el que viene a cumplir con el mandato de la Constitución, nació en los 80, y entonces el tramo que más ganaba pagaba hasta el 65% de sus ingresos. Hoy el tope es el 47%. Entonces había 30 tramos distintos para los diferentes tramos de ingresos. Hoy solo hay 6 tramos, separados por abismos, y cada cierto tiempo se habla de reducirlos.
El impuesto de sociedades ha pasado del 35% al 25% y las empresas que más ganan pagan porcentualmente muchísimo menos. Según los datos de 2021, las empresas españolas que facturan más de 1.000 millones tributan el 5,73% de sus beneficios; las que facturan entre 50.000 y 100.000 euros lo hacen por más del doble, el 13,19%.
Y por si fuera poco, aunque no sea lo más importante, cuando los ricos defraudan no son tratados como el resto de los mortales. Hoy el 80% de los efectivos de hacienda se dedican a perseguir al pequeño y mediano contribuyente, recaudando de media 1.000 euros por expediente. "Las leyes están hechas para los robagallinas, no para el gran defraudador", dijo Carlos Lesmes en 2015, siendo presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo.
Todos estos datos y más están recopilados en el libro "Los ricos no pagan IRPF" de Carlos Cruzado y José María Mollinedo, dos reputados técnicos de Hacienda. Leer este libro de Capitán Swing es abrir los ojos y olvidarlo es estar perdido.
Porque ¿qué es ser de izquierdas? Ser de izquierdas debería medirse estrictamente en redistribución social. Como ha recopilado Martín Caparrós, son muchos los gobiernos que se dicen de izquierdas sin serlo, sin que sus números se distingan de sus antípodas. Los que no han tocado poder pueden tener el beneficio de la duda, la que vive en el espacio que separa la teoría de la práctica. Pero los que tocan poder, aunque solo sea un poquito, deberían contestar a las viejas preguntas formuladas por la narrativa que sea: ¿A cuántos sacaste de la pobreza? ¿Conseguiste menos desigualdad? ¿Qué mejoras lograste para los más vulnerables y la clase trabajadora? ¿Cuántos lamborghinis menos? ¿Cuánto transporte público que funcione de verdad?
Dependiendo de las respuestas, podrás ponerte el título y la medalla, o tendremos que meterte en el saco de los que viven perdidos en las palabras, ocupados en las periferias de lo mollar, en lo que en esencia no cambia la sociedad hacia donde dices querer cambiarla.
Si a lo que consigas en tu país le puedes sumar liderazgo en los grandes acuerdos internacionales que cacen a los fugitivos del gran dinero, que dejen de dar refugio a los que no quieren pagar impuestos, a los que creen que lo que ganan es solo fruto de su trabajo y no de un contexto... Si pones tu granito de arena para terminar con el vasallaje al dinero, con los estados arrodillados ante el poderoso caballero que humilla a la democracia, a la justicia, a la vieja idea de la igualdad de los ciudadanos, a la no tan vieja idea de los derechos humanos... Si consigues avanzar en todas esas viejas ideas que seguimos sin alcanzar y que olvidamos y olvidamos... Si logras hacernos ver que nuestro cansancio, nuestra desidia y nuestra novelería son cómplices del statu quo...
Entonces podrás decir que eres de izquierdas practicante y que hay futuro.
Y para empezar por algo concreto, tangible y factible, pongamos el foco fijo en la reforma fiscal de la que depende todo.
Comentarios
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