Otras miradas

Terremotos políticos sin tsunami electoral

José Luis de Zárraga

Sociólogo

José Luis de Zárraga
Sociólogo

¿Está cambiando significativamente la distribución del voto en España? ¿Se están traduciendo los escándalos de corrupción y los problemas por los que pasan los partidos en una reorganización decisiva del voto? A la vista de los resultados que obtienen las  encuestas del CIS, la respuesta a esas cuestiones ha de ser rotundamente negativa. Ni está cambiando significativamente la distribución del voto, ni lo que está sucediendo en el país y en los partidos ha tenido en los últimos doce meses un efecto de magnitud proporcionada a ello.

Las fluctuaciones a corto plazo –de un trimestre a otro- son casi siempre poco significativas, salvo en la inmediatez de las elecciones, que por ahora están muy alejadas. La comparación de los datos del Barómetro del CIS de abril con los de enero es noticia, pero una base muy débil para descubrir tendencias de cambio. Un año, en cambio, es ya un lapso suficiente para que se manifiesten las tendencias de cambio electoral. En abril de 2016, el CIS realizó el último barómetro antes de las elecciones generales en el que se preguntaba por intenciones de voto y se publicaban estimaciones. Luego, un mes después, realizó su habitual encuesta preelectoral, ya después de convocadas las elecciones. Como ahora no estamos en periodo electoral es preferible comparar los datos del Barómetro de abril de este año con los del año precedente, mejor que con la encuesta preelectoral. Y es recomendable comparar –al contrario que la práctica más habitual en los medios- las intenciones de voto declaradas por los entrevistados en esas encuestas, mejor que las estimaciones de voto que hace el CIS. El arcano de las estimaciones y de sus variaciones de unas encuestas y otras, aparte de la imposible discusión del modelo que aplican –porque no se conoce-, recomienda, cuando se trata de comparaciones entre encuestas realizadas con la misma metodología, fijar la atención en los cambios en la distribución de las respuestas directas.

La comparación de los últimos datos con los del barómetro de hace un año pone de manifiesto lo que decíamos al principio. En proporciones de intención de voto, el PP ha ganado tres puntos y medio (de 26,2 a 29,6 en porcentaje de intención de voto a partidos), lo que viene a significar que consolida lo que logró entre las elecciones de 2015 y 2016. Los tres partidos (o agregaciones) de oposición a nivel general han perdido intenciones de voto de abril a abril. Quien más pierde –como en las elecciones- es la agregación de Unidos Podemos y las confluencias: casi tres puntos y medio (de 25,9 a 22,5 %), que viene a equivaler también a su pérdida entre elecciones. Y retroceden también en el año trascurrido alrededor de punto y medio el PSOE (de 23,1 a 21,4 %)  y Ciudadanos (de 16,3 % a 14,3 %). Quizás el cambio más significativo sea el crecimiento, aunque todavía leve, de las tendencias abstencionistas: hace un año declaraban una intención definida de voto a partidos un 66,1 % de los entrevistados; ahora solo un 62,5 %.

Si se toma en consideración lo que a lo largo de estos últimos doce meses ha pasado, esos cambios en las intenciones de voto declaradas son relativamente pequeños. Las graves coyunturas de crisis por las que los cuatro partidos han pasado en algún momento durante este año no han cambiado sustancialmente la distribución de las intenciones de voto. Ninguno de los tres partidos de oposición ha conseguido explotar los problemas del partido gobernante, ni este, desde luego ha recuperado la posición hegemónica de la que disfrutó. En estos doce meses ni se ha hundido nadie, ni  nadie ha logrado encaminarse a posiciones hegemónicas. Los analistas, y sobre todo los medios, se esfuerzan por ponderar y sacar punta a los pequeños cambios que van detectando las encuestas. Pero pocas veces suceden tantas cosas con tan poco efecto electoral. Los grandes cambios se produjeron entre 2014 y 2015; luego las fluctuaciones han sido flujos y reflujos, más aparentes que trascendentes. El tablero es el que se dibujó ex novo con los grandes movimientos de voto que se iniciaron con las elecciones europeas de 2014 y se consumaron en las municipales y autonómicas de 2015. Las fichas se han movido mucho desde entonces, pero para quedarse cerca de las posiciones de salida.

Sobre un fondo de terremotos políticos profundos tenemos una distribución estancada de las intenciones de voto, animada solo por pequeñas olas que se suceden en diversos sentidos. Nada de tsunami, por ahora. Sin embargo, las fallas están ahí, y algunas de ellas en lugar de cerrarse, se siguen abriendo.

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