Bárbara... Bárbara... Bárbara... Hasta tertulianos diciendo por la tele: "hay que poner el foco en Bárbara y no en Juan Carlos I". Pues esto va de todo lo contrario. Aquí hablamos del pacto de señores con el rey que silenciaron parte de sus escándalos. Porque ya saben, estas cosas entre hombres es lo normal. Vamos por grupos.
Callaron señores del antiguo Cesid, hoy Centro Nacional de Inteligencia. Se supone que debían estar dedicados a cosas importantes, como el terrorismo, pero también abarcaron el problema amatorio del rey. Desde 1981 al 1995, Emilio Alonso Manglano estuvo al frente. También calló. Eso sí, dejó por escrito lo de "chantaje". Junto con Manglano se añaden otros nombres y cargos al corriente. Ahora han salido dos más, Aurelio y Andrés, que hacían las entregas de dinero. Por su parte, Bárbara Rey dice que a ella no le llegaba nada y que hay que apuntar a los intermediarios que manejaban los billetes.
Callaron los presidentes del Gobierno. El primero, Felipe González, que se puso muy nervioso el otro día cuando le preguntaron y nos toma por idiotas al resto de la sociedad. Calló José María Aznar, que aunque dicen que estaba muy molesto no supo poner punto final hasta que llegó Zapatero y José Bono y se cerró el grifo, según dicen. Por cierto, de haberlo cerrado Aznar, la prensa conservadora hablaría de la dignidad y fortaleza del ex presidente popular, pero como fue con el PSOE pasan esto de puntillas.
Calló la Zarzuela, cómo no, y el jefe de seguridad, en su momento teniente coronel Quintana. Callaron sus amigos, que algunos acabaron como ex amigos y "largaron" años más tarde. Entre algunos nombres, Manuel Prado y Colón de Carvajal, administrador de la fortuna privada y oculta de Don Juan Carlos. Acabó implicado y condenado en varios procesos judiciales. Amigos como Javier de la Rosa, también condenado, o Mario Conde, que también pasó por prisión, y muchos otros que sabían en mayor o menor grado no solo de Bárbara Rey, sino de sus otras amantes. Habría que imaginar esas conversaciones del rey cuando hablara de Sofía y de las otras mujeres en su vida, entre risas del campechano y la normalización de la deslealtad.
Y callaron también los medios de comunicación, directivos y responsables, que a veces vendían lo de las amantes como algo menor. Porque Bárbara y Corina son las que se llevaron los titulares pero quién nos dice si algunas de las que llaman "buenas", de las "calladitas," no recibían también premios con los que comprar el silencio. Todo está en duda al final.
Y, ¿por qué todos callaban? Pues la respuesta fácil es porque querían proteger a la monarquía. Que sí, que había parte de ello, pero había también una razón superior. Todos estaban en una posición de poder que podían perder. Había que proteger la monarquía pero también cargos, empleos, sueldos, negocios, enchufes, contactos...a ver si aquí solo se va a hablar del contacto de las teles con Bárbara Rey. Todos callaron para ser presidentes, amigos, directivos... no vaya a ser que acabaran como el único incómodo de toda esta historia, Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa Real. El único que cantaba las verdades al rey Juan Carlos I se lo quitó de encima.
Ya se abren tantas dudas que a ver si no ha habido otros chantajes no ya de mujeres, sino de ex amigos, de voces incómodas a las que silenciar. Aunque quizás ahí no dirían "chantaje" sino "negocios", porque entre varones anda el juego. Habrá siempre muchas cosas que no sabremos.
Si no fuera porque el rey abdicó en Felipe VI, no sé si estos audios hubiesen salido de la manera que hoy día lo hacen. Y la que habría liada si viviéramos en una República y esto fuera asunto de su presidente. Juan Carlos I se mostraba preocupado en los audios por los republicanos del país, mientras es él, el que no se lo ha puesto nada fácil a su heredero. Él mismo ha estado a punto de acabar con la monarquía.
Mientras tanto hay medios que se empeñan en seguir desviando el foco. Hablan de que ella grabó y no de que un servicio de inteligencia la grabara. Hablan de que ella chantajeó pero ignoramos que a ella le manipulasen los frenos de su coche, casualmente. Hablan de que ella se inventaba el miedo, pero poco de que robaron en su casa. Hablan de cómo ella pregunta hábil al rey pero se pasa de puntillas lo que él dice sobre Armada. Y así días y días. Porque así los nombres de señores que movían todo esto no son tan protagonistas. Por eso, algunos se empeñan en hablar de otras, de mujeres. Para que lo que queda por saber no salga a la luz y todos sigan protegiendo lo suyo, lo que hicieron y su pacto de silencio.
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