Mañana domingo a las 12 de la mañana, decenas de organizaciones sociales y políticas junto a los sindicatos de inquilinos e inquilinas han convocado una movilización en Madrid por el derecho a la vivienda. Una movilización que, todo parece indicar, será un enorme éxito.
Llega en el momento justo, espoleada por las movilizaciones de hace unos meses contra la turistificación en lugares como Baleares o Canarias, pero declinada como gran movilización contra el rentismo y la falta de acción política para combatirlo.
La actuación calamitosa del Ministerio de Vivienda con su ministra a la cabeza instando a la solidaridad de los caseros para reducir el precio de los alquileres ha servido también para terminar de soliviantar a una generación de jóvenes (y no tan jóvenes) que intuyen que sigue siendo cierto ese "No vas a tener Casa en tú puta vida" que se contaban en las movilizaciones de vivienda de hacer 15 años. Generaciones enteras que intuyen que van a vivir bajo un régimen de alquiler cada vez más y más caro mientras la ley de vivienda, seguramente muy mejorable, ni siquiera se aplica en Madrid gracias a una presidenta entregada a la especulación y a la privatización del suelo, violando sistemáticamente el artículo 47 de la Constitución, ese que no por casualidad se leía esta semana en La Revuelta, coronando la noche en televisión Española.
No basta con que un problema sea grave, gravísimo, o incluso el más grave que tenemos como sociedad. Es necesaria la concurrencia de algunos elementos que estamos viendo estos días. Por un lado la capacidad organizativa de las entidades convocantes, pero también un humor proclive a la movilización, que día a día a ido creciendo. Cada quién ha hecho su parte desde dónde ha podido. Influencers en instagram, organizaciones en las redes, en los medios de comunicación y la calle y partidos políticos a través de su capacidad para ampliar la cuestión y llevarla, por ejemplo, al Congreso, como sucedió el pasado miércoles durante una sesión de debate que se suponía sobre migración y acabó hablando de vivienda.
Los puntos de vista sobre el sentido de la movilización y el eje sobre el que toca pivotar la misma no son coincidentes entre las distintas organizaciones. En algunos aspectos son incluso contradictorios, pero no es esa la cuestión más importante.
Quizás sea justo el terreno de la vivienda aquel en el que en los últimos 15 años más se ha trabajado y con más éxitos desde la sociedad civil a la hora de elaborar propuestas, que siempre ha ido por delante de las expresiones institucionales. El problema político no es, nunca ha sido, la propuesta programática, sino la fuerza para hacerla efectiva.
La movilización del domingo es una oportunidad enorme para convocar dicha fuerza. Para presentarla, expandirla y politizarla. Sólo eso ya es una buena noticia.
Vivimos en un momento de una intensa lógica antipolítica, que aquilata un pesimismo antropológico muy funcional a la ausencia de cambios. Una suerte de cinismo clarividente que ha dejado de preocuparse por "hacer la esperanza posible" y sigue convencido de que lo que toca es "hacer convincente la desesperación".
Desesperar, frustrarse, encerrarse en uno mismo o en una misma... Pero seguir teniendo que pagar el alquiler mes a mes. Mes a mes. Gota a gota entregando nuestro esfuerzo a la acumulación rentista.
El problema político del lunes será otro. Será, precisamente, la persistencia. Convertir esa energía en organización, desbordar con ella todo lo que parecía imposible y darle tiempo y espacio a todo aquello que en el infierno no es infierno. Soplar las brasa del domingo para que sigan dando calor.
El lunes será más fácil para los inquilinos e inquilinas confiar en su sindicato para organizarse. Será más fácil para dicho sindicato ser más ambicioso en sus demandas y en sus repertorios. Será más fácil, también, imaginar una manifestación siguiente.
El lunes será más fácil para las organizaciones políticas que presionan al gobierno para que actúe, que lo hagan con mayor legitimidad y fuerza. Será más fácil para los socios del gobierno presionar en el interior del mismo, será más fácil para el propio gobierno tomar decisiones más osadas. También será más difícil no hacerlo. Una sociedad movilizada es una sociedad con más capacidad para ponerle deberes a las fuerzas políticas a las que impulsa, a las que también vigila y sanciona.
Dónde hay movilización hay también una sociedad que se desencaja de una rutina y determina su propio camino.
El domingo será un mal día para los rentistas, que verán su actividad productiva vilipendiada socialmente y serán identificados como el enemigo de la justicia y la libertad, como la forma concreta de la máquina de la desigualdad. Se defenderán, claro. Pero lo tendrán más difícil.
Toca soplar las brasas, pero sobre todo toca pensar en el día siguiente. Porque el rentismo dispone, sobre todo, de tiempo. Un tiempo que al resto se nos agota mes tras mes.
Es un desafío para cualquiera que participe en la movilización. Es la pregunta que tocará hacerse. ¿Cómo alargar? ¿Cómo estimular? ¿Cómo conquistar victorias que convoquen a victorias más grandes? Todo lo que no sea hacerse esas preguntas es torpe e incluso cínico.
El problema es la fuerza, y la fuerza está llegando.
Nos va la vida en ello.
Comentarios
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