Otras miradas

Jodidas pero impecables

Silvia Nanclares

Jodidas pero impecables
Imagen de archivo de una manifestación del 8M en Sevilla. Europa Press.

La semana pasada me preguntaba en esta misma sección si el 15M necesitaba otro 15M, sin saber que lo que se le estaba gestando en las entrañas era un #MeToo que ha estallado como un alien, el pasajero más incómodo. Su desvelamiento iba a ser devastador. Tampoco podía imaginar este sabor metálico a fracaso generacional en la boca. Llevábamos otro mundo en los corazones. Y era un mundo feo. Voy a tratar de agarrarme al cabreo, que siempre es una energía más vitalizante que la desesperanza. Aunque antes o después ésta llegará. Después del shock siempre baja la adrenalina y ahí será cuando nos tendremos que dar, otra vez, la manita para transitar el impacto de esto. No hace falta que diga qué. Y ese entendimiento común revela su dimensión. 

Llevo desde el jueves a mediodía compartiendo llamadas, mensajes y conversaciones con amigas, en concreto con aquellas con quien he vivido de un modo u otro algún proceso de denuncia colectiva. Porque con cada caso las heriditas se reabren, inevitablemente. Todas las que hemos usado alguna vez los canales apropiados hemos asistido también a las consecuencias liliputienses en las trayectorias de algunos de los abusadores. Académicos ascendidos, músicos convertidos en programadores culturales, viejas glorias que siguen pegando abajo. Las patas del recorrido de una denuncia pueden ser muy cortas. En el desierto de la justicia restaurativa el espejismo de la cancelación es clamoroso. Y lo sabemos. Vaya eso por delante. 

Y si frente a las consecuencias de los desvaríos de las mejores cabezas de nuestra generación está la sombra de nuestro cuestionamiento, siempre ampliable, estamos apañadas. En esta ocasión, desde diferentes frentes se arremete contra lo que se denomina "denuncia anónima", haciendo referencia a los testimonios compartidos por Cristina Fallarás desde su cuenta en Instagram. He escuchado desde que dañan la democracia hasta que fomentan el punitivismo. Con la iglesia hemos topado, Sancha. Me siento ante un enésimo caso de "es que os pierden las formas". ¿Qué hay de la fuerza del testimonio, del poder de los grupos de apoyo, del desgranar experiencias, del aprender a mirar la tuya propia de otra manera después de haber escuchado la ajena? Sin más, ni menos. Dentro de todas las contradicciones e imperfecciones que puede albergar la herramienta del testimonio anónimo hay algo ahí que debemos atender: nos dirigimos a Fallarás porque las propias organizaciones, instituciones y colectivos nos han fallado en su despliegue de mecanismos seguros, de cortafuegos eficaces de las violencias machistas más o menos explícitas. Y la constatación de ello es lo que deja hoy un profundo malestar. 

Lo que nos salva a veces no es tanto el impacto de un testimonio si no saber que somos muchas escuchándonos y apoyándonos. Eso es impacto político en sí mismo. Poder elevar a la conversación pública lo que siempre queda entre cajas, velado, acallado, soslayado, puesto entre paréntesis junto a la valía de un sujeto. Poner cascabeles a lo que no estuvo bien, ese runrún que tú ni siquiera te has atrevido a nombrar. Poder encontrar espacio para la superación del dolor callado y estigmatizante de la primera persona del singular. Para todo ello, el anonimato ha sido una metodología clásica de los feminismos. Pues no, tampoco era así. Tenemos –debemos, siempre debemos mejorar nosotras– que aprender a modular la voz. ¿Denuncias? En comisaría, chica. Con nombre y apellidos. ¿Testimonios? Comedidos y en contexto, sin dar pie a la lapidación. ¿Lo personal es político? Sí, pero tampoco te pases, no nos desbordes de fragilidad psicológica. A cuántas amigas has escrito esta semana. De cuántas te has acordado: de que casos de denuncia colectiva hecha o por hacer; o de denuncia no admitida; de ese amigo al que se le dio, o no se le dio, un toque; al que se le hizo una intervención; al que se le pararon tal vez los pies, pero flojito, que sin su carisma es mucho más lo que teníamos que perder; de qué institución, colectivo o partido que miró para otro lado en el momento más oportuno; de con qué amigo se perdió la oportunidad de tener esa incómoda conversación. 

Por eso nos hemos hecho con nuestros canales, nuestras conversaciones, nuestros grupos de apoyo, nuestros espacios seguros, algunos no mixtos, nuestros grupos de amigas, señales, gestos de emergencia. Solamente escribir y recomponer una situación de abuso implica una toma de conciencia. Yo también me he ido a casa con alguien que me había humillado previamente. También he vuelto a quedar con quien me estaba manipulando. Con quien mis amigas ya me habían advertido. Y esta subjetividad frente al peligro tal vez venga de la educación en el terror sexual. La necesidad de ponerte en peligro como reacción a la obligación continua de mantenerte a salvo. La responsabilidad de volver sana y salva a casa. Y de eso también tenemos que hablar. ¿Pero puede ser un poco, solo un poco, más adelante? ¿Y sin menoscabar la agencia que estos testimonios y canales puedan proporcionar a las mujeres que los emiten? No olvidemos que no todas partimos del mismo sitio. En la participación política tampoco. 

Parece que resulta más fácil cuestionar nuestros modos de denuncia que afrontar las diferentes violencias estructurales demasiadas veces pasadas por alto, como está a la vista, en las izquierdas. No te enfades, que te pones muy fea. ¿Nos vuelven a perder las formas? La razón de la fuerza vs. la fuerza de la razón. Mientras a nosotras se nos educaba para no salirnos del tiesto ni irnos con el lobo del bosque, ellos dejaban crecer su pelo en pecho y las uñas y orejas a la vista de todos. Pero, mientras, nosotras también nos íbamos organizando en la trastienda. Entre las cajas del gran teatro del mundo, aprendíamos a poner en pie experiencias que suelen estar mediadas por la ambivalencia: la confusión forma parte de la violencia relacional. Esta es la revolución del relato, del testimonio, de los canales auto proporcionados. Esperad un tanto a juzgar ahora nuestro timing, nuestro anonimato, nuestras imperfectas redes de apoyo y de aviso, nuestros canales impuros. Porque estas herramientas de solidaridad y protección son tan antiguas como el patriarcado. Os prometemos que el día que dejen de agredirnos podréis pedirnos la impecabilidad. Mientras tanto, seguiremos apoyándonos en la seguridad autoconstruida que tengamos a mano.

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