Otras miradas

Acuerdo de París: Trump, medallas y cambio climático

Xabier Benito

Eurodiputado de Podemos

Xabier Benito
Eurodiputado de Podemos

El secreto a voces se ha confirmado. Trump ha decidido sacar a Estados Unidos del Acuerdo del Clima de París. Con él arrastra también al pueblo norteamericano, que en los últimos años ha protagonizado grandes movilizaciones contra el cambio climático, así como ejemplares resistencias a megaproyectos de combustibles fósiles como el Keystone XL y el Dakota Access.

El Acuerdo por el Clima de París, firmado en 2015 y ratificado a finales del año pasado, representó un pequeño paso; un pequeño paso que pareció consolidar la preocupación global por el cambio climático para abandonar, en apariencia, las dudas negacionistas de algunos como Trump, que hizo bandera de esta posición en su campaña electoral para la Presidencia del país.

Sin embargo, este pequeño paso era y sigue siendo tan pequeño o tan grande como las contribuciones de cada Estado lo quieran hacer. El Acuerdo de París tan sólo marca un objetivo vinculante: no permitir que la temperatura del planeta supere los 1,5 grados centígrados de aumento de temperatura respecto a los niveles preindustriales.

Se trata de un objetivo difícil de medir y que para alcanzarlo los países presentan compromisos voluntarios. «Haré lo que medianamente pueda o quiera para salvar el planeta», ése era el mensaje.

La posterior cumbre del clima en Marrakech, de 2016, pretendía ser un lugar donde acotar mejor estos compromisos y definir los mecanismos y fondos para adaptación al cambio climático (justicia climática del Norte con el Sur global).

Sin embargo, de Marrakech se volvió prácticamente como se había ido: sin nada nuevo. Total disaster, como suele decir Trump.

El torrente de reacciones ha sido intenso desde la declaración de intenciones de Trump; y no es para menos. Dar este pequeño paso para atrás nos puede devolver a la inerte discusión de si el cambio climático es o no es verdad.

Para bien o para mal, sobre el cambio climático no cabe dudar. No es ya cuestión de qué mundo dejaremos a nuestros hijos, sino de qué mundo nos estamos dejando a nosotros mismos.

Las sequías y luchas por las reservas energéticas aumentan cada vez más los conflictos bélicos, como en Siria. Que se lo pregunten también a la población de la pequeña isla alaskeña de Shismaref, donde tuvieron que decidir emigrar al continente mediante referéndum porque su isla está literalmente desapareciendo por el incremento del nivel del mar.

Sin embargo, cabe recordar a nuestros escandalizados líderes mundiales que los compromisos que habían adquirido no eran acordes al Acuerdo de París. Hay dos maneras de matar un acuerdo mundial: negándolo o haciéndole caso omiso.

Los compromisos voluntarios firmados hasta la fecha nos situaban, según las estimaciones, en un incremento de la temperatura global de tres grados, uno por encima de lo que los científicos consideran el punto de no retorno: una acumulación de gases de efecto invernadero y una destrucción de los ecosistemas que lo absorben suficientes para no poder predecir qué pasará en el futuro.

Afortunadamente, detrás de este grandilocuente discurso y escaso compromiso, la sociedad siempre ha tenido, y sigue teniendo, un compromiso fuerte contra el cambio climático.

Gracias a que el compromiso y las reivindicaciones sociales por el clima y la justicia Norte-Sur a nivel mundial no se han basado en las promesas y compromisos vacuos de los líderes mundiales, podemos conseguir que la equivocada decisión de Trump no tenga un efecto negativo en la compartida opinión de que necesitamos combatir el cambio climático desde la raíz de sus causas. ¿Por qué los compromisos de aquellos que defienden el Acuerdo de París son insuficientes?

El cambio climático no es un efecto meteorológico o un fenómeno sobrevenido por causas ajenas sino que es la materialización del choque entre los límites biofísicos de nuestro planeta con el modelo de economía, sociedad y vida que hemos construido en los últimos siglos.

Éste es un modelo que, basándose en el supuesto de recursos ilimitados y de eterno acceso a fuentes de energía a bajo precio (combustibles fósiles principalmente), la sociedad podría alcanzar un desarrollo y crecimiento económico infinito, a la vez que los avances tecnológicos solucionarían nuestros problemas.

Hoy en día, pensar que las sociedades y estados pueden acumular riqueza y consumir sin límite es un sueño infantil y una realidad injusta con las personas que viven en el Sur global y quienes, por ser pobres, son quienes más duramente sufren cada día los efectos del cambio climático.

Resulta un doble juego que España ratifique el Acuerdo de París si no quiere abandonar la quema de carbón o si incumple, según la propia ONU, 16 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados en la Agenda Global 2030.

Resulta cínico que la Unión Europea quiera convertirse ahora en adalid de la lucha contra el cambio climático si sus mecanismos de compensación de emisiones dejan los compromisos en papel mojado; o si es vanguardia mundial en financiarizar el aire y la naturaleza a través de los mercados de carbono.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, podrá hacer ahora todos los discursos que quiera pero eso no cambia que el plan de inversión europeo que lleva su nombre (el Plan Juncker) sirva, junto al Banco Europeo de Inversiones, para financiar nuevas e inútiles infraestructuras gasísticas.

Seamos serios y responsables ante la comunidad internacional: sigamos promoviendo y construyendo desde lo local a lo global alternativas democráticas contra el cambio climático.

Hay tareas para todas las personas: campañas como Keep it in the ground contra los combustibles fósiles, redes de consumo responsable y de proximidad, exigir a las multinacionales el cumplimiento de la legislación medioambiental, la transformación y el desarrollo del tejido productivo e industrial, el reconocimiento del trabajo reproductivo y de cuidados, la inversión pública en ahorro de energía y en renovables, el reparto del trabajo y de la riqueza, aportar a los fondos internacionales para la compensación y desarrollo de una manera justa... y un largo etcétera que introducir en nuestras agendas y listas de tareas pendientes sin perder el tiempo con Trump.

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