Otras miradas

Usar la cara de Franco. Así no, compañeros

Miguel Guillén Burguillos

Politólogo

Miguel Guillén Burguillos
Politólogo

Este martes 18 de julio, justo cuando se cumplen 81 años del golpe de estado que dio inicio a la guerra civil española, algunas calles de Cataluña se han despertado con carteles con la cara de Franco con el lema "No votes el 1 de octubre. No a la república". Carteles que, paradójicamente, no ha colgado ningún militante de Falange, sino que han sido miembros de la asociación independentista "República des de baix" ("República desde abajo") quienes lo han hecho.

Lo primero que he pensado es que ver la cara de Franco representa para muchas personas un impacto muy desagradable que puede herir su sensibilidad. ¿Por qué? Porque todavía son muchas las personas vivas que sufrieron la represión franquista. Porque fueron muchas las que fueron asesinadas por un régimen totalitario que causó el terror sin escrúpulos sobre millones de españoles. Y porque son muchos los desaparecidos en miles de cunetas y fosas comunes de todo el país. De hecho, España es el segundo país del mundo con más personas desaparecidas por causas políticas, sólo superado por Camboya. Los que tenemos (teníamos) familiares represaliados y desaparecidos sabemos qué significa todo esto. No frivolicemos, por favor.

Muy probablemente quien ha ideado esta desafortunada campaña no ha sido represaliado por el franquismo, y seguramente no tiene ningún familiar ni ningún desaparecido ni asesinado por el régimen. Obviamente puedo estar equivocado, pero no encuentro otra explicación. La banalización del franquismo, el fascismo o el nazismo es un problema que sólo superaremos con más cultura y difusión de la historia, en la escuela, en casa, en las asociaciones y organizaciones civiles. No saldremos adelante si no somos conscientes como sociedad de la dimensión de la barbarie franquista. También en Cataluña, donde hubo represaliados y represores.

Utilizar la imagen de un dictador sanguinario como Franco duele, sea cual sea el objetivo que se quiera conseguir, en este caso igualar con el dictador cualquier persona que no vote en la movilización que se prevé para el 1 de octubre, si es que finalmente se convoca y se termina llevando a cabo. Quizás algunos militantes de la izquierda independentista que apoyan al gobierno de Junts pel Sí, que votaron la investidura del convergente Puigdemont y que aprobaron los presupuestos antisociales de la Generalitat tienen alguna manera de ejercer influencia sobre el Govern para que convoque y organice un referéndum algún día. Porque el conflicto se debería resolver votando; en eso creo que estamos de acuerdo.

Hoy, determinados sectores que no movieron un dedo contra la dictadura franquista quieren erigirse en firmes defensores de la desobediencia y el desafío (algunos por edad no pudieron, otros sí). Me parece perfecto. Sin aplicar desobediencia efectiva (no sólo simbólica) hacia aquellas leyes que se consideran injustas, nunca sería posible la independencia unilateral de Cataluña. Quede claro que desobediencia era por ejemplo jugársela en la negra noche del franquismo, cuando te exponías a duras penas de prisión o incluso a ser asesinado. Hoy, algunos consideran valiente desobediencia romper fotocopias, quemar papeles o trapos o hacer tuits supuestamente desafiantes, que como mucho te pueden llevar a declarar en comisaría o en el juzgado. Creo que la comparación no se sostiene. Ahora, encima, algunos tienen el poco respeto hacia las víctimas de utilizar la cara de Franco para meter en el mismo saco a cualquier persona que no comulgue con la hoja de ruta de JxS-CUP. Quizás no son conscientes de que, haciéndolo, banalizan el franquismo. Hace falta algo más de tacto y sensibilidad; con la memoria de los represaliados no se juega. Así no, compañeros.

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