Otras miradas

Autogobierno: un pacto social para vivir mejor que ahora, convivir mejor que antes y hacerlo más libremente que nunca

Sergio Campo

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Por Sergio Campo

Responsable del Área de Discurso de Podemos Euskadi

Elkarrekin Podemos tiene la voluntad y la fuerza para reinventar, o al menos redefinir, qué significa el autogobierno –y la propia noción de "país"– como fundamento de nuestra convivencia y de una vida mejor para la mayoría. Este camino, es justo decirlo, no lo iniciamos nosotras ni lo transitamos en solitario. Nos preceden no pocos autores vascos que han desafiado y desafían los marcos políticos y sociales que han definido la forma de pensar y de construir nuestro país. En general, este repensar Euskadi, parcialmente invisibilizado, se ha hecho desde una doble vertiente que afirma tanto una visión más social como otra más inclusiva de la pluralidad de identidades que conforman la sociedad vasca. Con sus aciertos y desaciertos, ahí encontramos a Ramiro Pinilla, Celaya, Ángela Figuera y Gabriel Aresti, o más recientemente a Ramón Saizarbitoria y Bernardo Atxaga. Quizás este último ha sido el que más ha calado en el imaginario colectivo con la metáfora de Euskal Hiria.

No llegamos los primeros, ni falta que hace. Tampoco con la mochila vacía. De hecho, es importante asumir que llegamos a un terreno de juego que ha sido definido durante largo tiempo por otras ideologías y fuerzas políticas. No obstante, ese terreno de juego no es homogéneo, constante ni inmutable. Así son las sociedades abiertas y democráticas: cambian constantemente y cada cierto tiempo deben repensar las reglas de juego de lo social, lo político, lo cultural y lo simbólico. Como decía Bernardo Atxaga:

Hay miradas que son creadoras, inventoras, y además son generales: así las de la poesía; así también las de la ideología política; poesía e ideología política que, mezcladas, llegan a crear la imagen de un país entero o la de un enorme colectivo de personas.

[...] entre las personas o los sectores que portan las miradas, las concepciones, [se da] una lucha por la hegemonía, sobre quién mira más y mejor, sobre qué poesía es más auténtica y más se extiende por toda la sociedad.

En Euskadi tenemos abierta una ponencia parlamentaria que aborda la actualización y renovación del autogobierno, ponencia que, a iniciativa nuestra, también incluye lo relativo al derecho a decidir. Se trata de un debate que tiene la vocación manifiesta de materializarse en un nuevo estatuto y que se da en un contexto en el que los pactos entre partidos tradicionales (PNV, PP y PSE) son fuertes. Estos acuerdos los hemos definido en otras ocasiones como un intento de dichas élites de hacer un cierre por arriba para prevenir los procesos de cambio social y político. Se avecinan legislaturas largas en Vitoria-Gasteiz y en Madrid. De hecho, se trata de acuerdos diseñados por esos partidos para reforzarse mutuamente en su posición de gobernantes naturales, por antonomasia, dibujando para ello un país a su medida y a la medida de sus intereses.

La posibilidad, algo más que probable, de que haya un nuevo estatuto juega en estas claves. Este estatuto es concebido por el PNV como un valioso instrumento para asentar su visión del país, de la sociedad, de las instituciones y del propio autogobierno. Por eso su planteamiento discurre en una lógica de parte, la suya exclusivamente, que se reduce a lograr algún reconocimiento de la realidad nacional en el preámbulo y la mayor acumulación posible de cuota de poder propio consiguiendo para ello alguna competencia más y blindando sistemas bilaterales cerrados.

Es fundamental que en Elkarrekin Podemos afrontemos este debate sabiendo que no está en juego un estatuto, sino todo un modelo de país. Y frente al ya asentado, tenemos que proponer otro alternativo. Esta pugna va a ser igual de decisiva que otras luchas en contextos más clásicos para las fuerzas progresistas como pueden ser los conflictos sociales, económicos o medioambientales.

La del autogobierno no es una lucha ajena a los problemas sociales y económicos de la mayoría, por más que se dé en un terreno de juego definido por el adversario en clave identitaria y de hechos diferenciales respecto a otros pueblos y naciones. A pesar de décadas en las que las fuerzas tradicionales lo han tratado como un mero reparto de competencias, el autogobierno no es un campo estéril para el cambio político, para la lucha contra la desigualdad y para vivir mejor. De hecho, puede ser una de sus palancas si tenemos acierto tanto al proponer y convencer como al acordar, porque también habrá que acordar o, al menos, intentarlo sinceramente.

En una sociedad esencialmente plural como la vasca, las fuerzas políticas estamos llamadas a entendernos en estas cuestiones para alcanzar consensos sociales amplios, plurales y transversales. Sin embargo el pasado nos ha enseñado que este entendimiento solo puede darse en un plano de igual legitimidad entre proyectos. Sin subalternidades de ninguna clase. Y, sobre todo, en nuestro caso, estamos llamadas a entendernos si es en clave de poner los pilares de futuro de nuestra sociedad, no de autenticidades. Siguiendo con la referencia a Atxaga:

[...] de todas las miradas -la creadora, la inventora, la que tiene su origen en una ideología, la poética-, ésta última, la poética, es la "otra mirada". Hago esta elección con la vista puesta en la creencia de que, aquí, en este país, tenemos mucha necesidad de ella, necesitando, además, que sea verdaderamente otra: diferente, al menos, de las que han estado en la base de las ideologías dominantes.

La apuesta de Elkarrekin Podemos dibuja el futuro en tres dimensiones: vivir mejor que ahora, convivir mejor que antes y hacerlo más libremente que nunca. Dicho de otro modo: tenemos que ofrecer a una amplísima mayoría social la seguridad de más oportunidades y mejor repartidas de un modo más igualitario y sostenible; el compromiso con una convivencia entre diferentes verdaderamente democrática; y la posibilidad de procesos en los que la ciudadanía pueda no sólo decidir más, sino también mejor a través de procesos deliberativos y directos.

Necesitamos cambiar por completo la forma en la que se ha venido entendiendo el autogobierno. Debemos ser esa otra mirada que decía Atxaga. El autogobierno no es un tema de "los nacionalistas", ni es una cuestión de sumarse a los acuerdos de otros o de tener tal o cual competencia más por el mero hecho de tenerla. Al contrario, autogobierno es establecer los cauces para decidir "para qué" queremos cada competencia y "para qué" llegamos a cada acuerdo. En nuestro caso, con un marcado carácter de sostenibilidad social y medioambiental. El de esta legislatura debe ser un marco para que se entienda que este es el momento y la oportunidad para dar cabida a otros contenidos, a otras formas y a otros objetivos que interesen a una mayoría y no sólo a una parte como ha ocurrido hasta ahora.

El impacto de este enfoque en los contenidos de un nuevo estatuto son evidentes: blindaje de derechos sociales, garantizar los servicios públicos, compartir los derechos humanos como base de la convivencia, comprometerse con un sociedad donde mujeres y hombres sean iguales, promover un modelo de desarrollo que no comprometa los recursos de las siguientes generaciones, definir otra arquitectura institucional más cercana, transparente y municipalista, así como garantizar mecanismos para la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas. Hay que plantear la necesidad de un estatuto que no sea un texto de carácter administrativo que reparte una serie de competencias. Los tres ejes citados señalan la necesidad de un acuerdo político de fondo, de un nuevo pacto social. Un pacto entre vascos y vascas que han aprendido de los aciertos y errores del pasado –sin hacer tabla rasa con todo lo anterior– y acuerdan unas bases compartidas para enfrentar los retos del futuro.

El término "pacto social" indica que el nuevo estatuto no puede reducirse a un mero acuerdo entre partidos en el ámbito parlamentario. Debe ir mucho más allá. La ciudadanía no puede contentarse ni con refrendarlo –o no– ni con hacer aportaciones a un texto cerrado de antemano. La aportación de los agentes sociales, sindicales, de la sociedad civil debe darse incluso desde antes de contar con un texto articulado. Una aportación que no se resuelve en una comparecencia en la ponencia del Parlamento. Debe darse la oportunidad de que estos agentes sociales presenten sus propias propuestas por escrito, abrirse a dinámicas locales dirigidas a la ciudadanía, de mesas sectoriales, etc. Un pacto social en el siglo XXI no nace y termina en un trámite parlamentario. Se nutre fundamentalmente del aporte de la sociedad.

El pacto social que Euskadi necesita tampoco se reduce a contar con un nuevo estatuto. Una parte significativa de la ciudadanía está reclamando la posibilidad de participar en la toma de decisiones políticas que trascienden al ámbito clásico de la acción política, ya sea esta municipal, foral o autonómica, ya sea una incineradora, una infraestructura como el TAV o sobre la cuestión de las ayudas sociales. Esa dimensión social del derecho a decidir, sobre todo cuando se trata de decisiones que podrían afectar a una generación, puede y debe encontrar instrumentos para su vehiculización en estatuto.

Sin embargo, en lo que respecta a la dimensión territorial de ese mismo derecho a decidir, es decir, la posibilidad de que la ciudadanía decida apostar o no por un nuevo estatus territorial, todo indica, una vez escuchadas las aportaciones de expertos constitucionalistas, que no va a encontrar acomodo legal en un nuevo estatuto. Es por ello que nuestra propuesta de pacto social debe desdoblarse en dos instrumentos paralelos para dar respuestas integrales a los retos que tenemos como sociedad. Por un lado, un nuevo estatuto que innove las posibilidades competenciales del actual marco legal, y, por otro, un acuerdo del Parlamento Vasco con contenidos concretos que –más allá de elementos declarativos– inste al gobierno central y al Congreso de los Diputados a articular una Ley de Claridad que ampare consultas legales pactadas sobre el estatus territorial con preguntas claras y mayorías cualificadas para ser vinculantes. Esta Ley de Claridad, escuchadas las voces de expertos, no precisaría de una reforma constitucional, pero también podría formar parte de ella.

En una época de soberanías compartidas y de vaciamiento del estado-nación, Elkarrekin Podemos propone un proyecto con especial sentido histórico al impulsar activamente la democratización del estado en tres direcciones: la social, la institucional y la plurinacional. En este último aspecto las vías pactadas son claves. Ya no existen solamente dos actores: el sujeto político constituyente y el poder constituido. Existen más niveles, con diferentes legitimidades y más interacciones entre ellos. Asumir la unilateralidad implica cierto grado de ingenuidad, por más que la bilateralidad no sea precisamente sencilla. Asumir la vía unilateral no tiene necesariamente consecuencias progresistas, como ya hemos visto en Catalunya, por no mencionar que lleva implícita que ni la política vasca ni la estatal pueden cambiar, que la democratización del estado no es posible y que el proyecto Elkarrekin Podemos/Unidos Podemos, por lo tanto, es irrealizable.

Basta pensar un segundo [que] la sociedad vasca que nos rodea es una sociedad de gran diversidad, extraordinariamente plural y "lo vasco", lo que ambas concepciones nombran como tal, todo lo que tiene que ver con la lengua y la cultura vascas, está en todas partes.

Así se pronunciaba Atxaga sobre la pluralidad de la sociedad vasca. Una sociedad en la que los sentimientos identitarios son múltiples y se mantienen relativamente estables en el tiempo, una sociedad en la que las opciones de estatus también son plurales y ninguna mayoritaria por sí sola. En esa sociedad, un proyecto político de cambio debe basarse en hacer compatible un fuerte sistema de autogobierno con clara vocación social, defender sin complejos ni prejuicios la pluralidad de la sociedad vasca y ofrecer cauces eficaces para la expresión democrática de la ciudadanía. No vamos a vivir mejor si no podemos convivir, no vamos a convivir si no lo hacemos libremente y no podremos decidir sin una voluntad inequívoca de convivir.

En el ámbito del estatus territorial proponemos como punto de encuentro para esa diversidad, un modelo de estado federal, o con rasgos de confederalidad, vinculado a un estado social y de derecho. Son notables los indicios de que este modelo puede generar la adhesión de una mayoría amplia, plural y transversal en Euskadi.

Este proyecto político radicalmente democrático, cosmopolita e igualitario en lo social debe incorporar en pie de igualdad aspectos como el de nuestra especificidad cultural, particularmente el euskera. Se trata de un patrimonio extraordinario que debe alejarse de cualquier confrontación partidaria. De hecho, debe ser uno de los elementos que sirva para cohesionar a nuestra sociedad.

Los derechos lingüísticos no sólo deben quedar blindados en el nuevo estatuto, sino que debemos entenderlos en un sentido inclusivo y expansivo. Así, las personas que no conocen una de sus lenguas deben tener garantizado el derecho a aprenderla si así lo desean y a hacerlo de forma gratuita.

Asimismo, frente a su secular olvido institucional resulta pertinente señalar que en Euskadi desde hace siglos conviven con nosotras personas de otros pueblos como el gitano. Desde una apuesta sincera y clara por una interculturalidad basada en la integralidad de los derechos humanos debemos promover normas –empezando por las fundamentales– que protejan la diversidad y los derechos culturales. De un modo parecido, en una sociedad integradora e inclusiva como la vasca, con una presencia permanente y cada vez más diversa de personas procedentes de otros ámbitos geográficos, debemos garantizar políticas públicas que aseguren activamente su respeto.

También es clave entender que el euskera es un patrimonio compartido por las personas que vivimos en Euskadi y por muchos vascos y vascas que viven en otros territorios próximos geográfica y culturalmente. El nuevo estatuto tiene que abrir cauces y espacios formales e informales para naturalizar el intercambio cultural, social y económico en ese espacio geográfico. Especialmente con Navarra, desde el respeto a su capacidad de decisión autónoma.

Con estos elementos claros, la ciudadanía vasca está en condiciones de cimentar su futuro de manera abierta y activa, no en clave partidista y como mera espectadora. La ponencia es el primer paso de este proceso, pero no el último. Los demás están todos por inventar, y ahí no sobra nadie y faltamos todas y todos. "No será cosa de hoy, ni de mañana, pero ese momento utópico llegará", escribía Atxaga. Para nosotras ese momento es aquí y es ahora.

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