Otras miradas

El patriarcado irrita, duele, pica y quema

Oti Corona (@LaCrono__)

El patriarcado irrita, duele, pica y quema
Imagen de polinapobereghsky en Pixabay

Existen dos tipos de personas en el mundo: las que en alguna ocasión nos hemos planteado dejar de depilarnos y los hombres. La mayoría de las que pertenecemos al primer grupo hemos decidido continuar nuestra batalla contra el vello corporal, entregándonos con irritación, dolor y picores a los brazos de un sistema patriarcal que, con fines indescifrables e intuyo que tenebrosos, necesita que las mujeres parezcamos niñas eternas. Y no basta con depilarse las piernas y adecentar la sobaquera, no. Desde hace años, se promueve que las mujeres no tengamos vello en los genitales. ¿Perdón? ¿Alguien ha dicho "niñas"? Ah, no. Me había parecido.

Si bien este disparate empieza a encontrar en nuestras filas cierta resistencia, no tenemos por qué preocuparnos ya que el entrañable y siempre atento patriarcado tiene solución para todo: vuelven los biquinis de cortinilla estilo brasileño slim ultra tiny. Aunque me acabo de inventar el nombre, estoy segura de que saben de qué prendas les hablo. Son esos biquinis que llegan hasta el ombligo pero cuyo ancho no supera los cinco centímetros, apenas tapan nada y se mueven de un lado al otro del pubis al ritmo de las olas. Los mismos trajes ("trajes" es una forma de hablar) de baño que dejamos atrás el verano de 1989. Han vuelto.

La que quiera pasar por el aro, que ponga la cera a calentar; les aseguro que en esta ocasión no seré yo quien caiga en la trampa. La última vez que pagué para que me depilaran ahí, a la esteticista se le derramó la cera caliente encima del chumino. Del mío, aclaro. Como mi cerebro estaba demasiado ocupado gestionando sensaciones, no atiné a decir nada, así que fue la esteticista quien tomó la palabra. Dijo "Uy". Sí, ella. Ella dijo "Uy" mientras miraba, entre la perplejidad y la expectación, cómo esa sustancia ardiente y viscosa se deslizaba por mis partes. Por si me está leyendo gente no iniciada en las artes del sufrir, permítanme puntualizar que, en el contexto de la depilación, la palabra "chumino" se refiere no solo al pubis sino también al centro del mundo, al lugar por donde sale la vida, a la circunvalación clitoriana.

Cuando conseguí reaccionar y recuperé el don de la palabra, el cuerpo me pedía recitar las obras completas de mi repertorio de insultos e improperios. Conseguí aguantarme porque la señora se disculpaba con todas las fórmulas de cortesía que existen mientras repetía "Uy" entre lamento y lamento. La vi tan apurada que solté un par de chascarrillos para quitarle hierro al asunto (el asunto era mi chumino). Pasado el susto inicial, me propuso dar un par de enérgicos tirones de forma que la cera saliese de golpe. Me aseguró que, aunque me dolería mucho, sería solo un momento. Aquello sonó a "Ven aquí que no te voy a pegar" pero accedí porque la situación no era como para andarse con remilgos.

Dentro de lo malo, lo peor era que estábamos sudando como jabatas y eso no ayudaba, por lo que sugirió abrir la puerta para que corriera el aire. Les sitúo: estábamos en el primer piso de un edificio de viviendas de seis plantas. Abrir la puerta equivalía a abrir mi monte de Venus al mundo. "Señora, de qué me está usted hablando", pensé, con bastantes ganas ya ofrecer una respuesta violenta. "No hace falta, gracias", contesté sonriente. En medio de mis tribulaciones, me arreó una ráfaga de sacudidas y no sé si recordáis el anuncio de chicles Boomer, que se estiraban hasta el infinito boom, boom, boom, Boomer. No os podéis creer lo que puede llegar a alargarse un chumino. A la cuarta o quinta sacudida dije "basta".

Podría haberme puesto a llorar en ese punto, pero hice un esfuerzo sobrehumano para recuperar mis sentimientos sororos y dejar de lado cualquier atisbo de rencor. Saqué un tema de conversación, nos pusimos a charlar y nos olvidamos de la cera, que ya estaba fría, y de lo que quedaba de mis partes. Me explicó que llevaba poco tiempo en la ciudad, que tenía experiencia en varias especialidades de su profesión pero que llevaba poco haciendo la cera (¿Sí? No me digas). En cuanto recuperé las fuerzas, me tumbé y ordené:

–Estira. No pienses en nada. Solo estira y que salga el sol por Antequera.

Me dio un tirón que se cagó la burra y lo que salió por Antequera fue mi chumino. La buena noticia es que la cera también salió y al menos quedé libre. Le pedí un papel en blanco y rotuladores y fabriqué un cartel de "Cerrado por defunción" que me colgué del ombligo, me puse las bragas y me fui.

Me dirán que hemos progresado –las nuevas formas de tortura se entienden como progreso, a ese nivel estamos– y que hoy en día hay técnicas de depilación inocuas y más duraderas. ¿Saben qué les digo? Que ya es hora de que las mujeres dejemos de preguntarnos si queremos seguir depilándonos y de que sean los fans (masculino no genérico) de la depilación quienes se pregunten por qué les gustan las mujeres sin vello. ¿Niñas? ¿He oído "niñas? Ah, no, perdón. Me había parecido. Otra vez.

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