Otras miradas

Ese deseo incontenible

Marta Nebot

Periodista

Imagen compartida por Cristina Durán, que se sitio discriminada por no poder viajar en autobús urbano en València por causa de su 'top'.
Imagen compartida por Cristina Durán, que se sitio discriminada por no poder viajar en autobús urbano en València por causa de su 'top'.

Él la mira, mira al frente, agarra el volante fuerte, la vuelve a mirar, y le dice que no: que así no puede. La chica protesta pero él no cede: así no va a poder viajar en el autobús que él conduce. Le pide que se baje. Los gritos siguen, todo se confunde.

Imagino el terror de aquel conductor y solo encuentro dos posibles móviles para su pequeño exceso, para esta anécdota que, siendo minúscula, hace un retrato preciso del descontrol del deseo masculino. Quizás una erección inmediata y rotunda le asustó y reaccionó poniendo tierra de por medio entre su deseo y el objeto deseado: los voluminosos y voluptuosos pechos de la aspirante a pasajera. La otra hipótesis pasa por motivos religiosos, moralistas, cuyo origen es el mismo: alejar el pecado propio y ajeno.

Lo cierto es que el conductor le impidió subir al autobús alegando que iba demasiado "escotada y podía ofender a los pasajeros". Lo hizo en Valencia, ciudad en la que no está prohibido ir en bañador y sin camiseta y cuyo reglamento de autobuses no especifica nada sobre el código de vestimenta de los usuarios de este transporte público.

La chica declaró que había viajado sin impedimentos en otros dos autobuses de la ciudad vestida igual, ese mismo día.

Afortunadamente ya no pasa todo el tiempo, pero sí con cierta frecuencia. A mí un mayor me regañó en Madrid por llevar una camiseta de la que se me escapaba parte de la tripa de nueve meses con la que intentaba pasear en agosto por López de Hoyos hace unos pocos años. Supongo que todas tenemos anécdotas de estas.

Tirando de hemeroteca aparece Vueling prohibiendo en 2019 a una joven vestida con un body y una minifalda subir a un avión, a pesar de que accedió a taparse con un fular para poder llegar a su destino. La granadina Laura C. también se quedó en tierra. Un mes antes una británica denunció que en un vuelo de Easy Jet le pasó lo mismo por llevar una blusa escotada y transparente. En Alemania una chica fue expulsada de un autobús "por distraer al conductor con su pronunciado escote". En Estados Unidos dos jóvenes no pudieron volar con United Airlines solo por vestir leggings ajustados.

En todos los casos los adjetivos enarbolados para prohibirles el acceso son "provocativa", "demasiado sexi" o "inadecuada". En ocasiones son azafatas mujeres las que ejercen, suponemos que por miedo al deseo masculino del pasaje o al propio, esta censura tan caprichosa en tiempos de ropas escuetas.

Si una chica con poco pecho vistiera lo mismo que Cristina, la pasajera valenciana, ¿podría entrar en cualquier transporte público sin problemas porque en su cuerpo la misma prenda no resultaría ni provocativa ni sexi ni ofensiva para el resto de los pasajeros? ¿Dónde está el problema, en la prenda o en la percha? ¿En la prenda y en la percha o en los ojos del que mira?

La idea es tan aterradora como cierta: el mundo musulmán tapa a las mujeres por defecto, el mundo occidental solo a las que lo inquietan. Aunque no deberíamos olvidar que la Iglesia Católica, la que manda a este lado, todavía nos obliga a todas a taparnos brazos y piernas para entrar en sus iglesias en las que custodia gran parte de nuestra cultura y tapa a sus mujeres, las monjas, como si fueran esposas musulmanas, además de impedirles acceder a ningún puesto de poder en su jerarquía.

¿Y todo para evitarse convivir con deseos insatisfechos? Nosotras vivimos con ellos todo el tiempo. No es tan difícil, señores, y es un aprendizaje valioso que nos ayuda a domesticar al animal que tod@s llevamos dentro.

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