Otras miradas

Nos duele Afganistán

Juan Manuel López Nadal

Embajador jubilado, fue Encargado de Negocios de España en Kabul entre los meses de enero y de julio del año 2002. Actualmente vive en Son Servera, Mallorca.

Said Hamed Wahdat Ahmadzada

Antiguo diplomático de Afganistán, Doctorando en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas en la Universidad Autónoma de Madrid UAM)

Hombres afganos tratan de entrar en el Aeropuerto de Kabul tras la victoria talibán. REUTERS
Hombres afganos tratan de entrar en el Aeropuerto de Kabul tras la victoria talibán. REUTERS

Hoy domingo 15 de agosto, cuando nos ponemos a redactar este texto, nos llega la alarmante noticia de que los insurgentes del movimiento Talibán han entrado en la capital afgana, Kabul. El presidente del gobierno internacionalmente reconocido de Afganistán, Ashraf Ghani, habría salido  del país con destino en estos momentos desconocido. Los talibán estarían, por tanto, a punto de hacerse con el control de hecho del país. Veinte años después Afganistán vuelve así al punto de partida. Y conociendo los antecedentes esto no puede ser más que una pésima noticia.

Muy pronto hará veinte años de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, que serían el detonante de la llamada "Operación Libertad Duradera" –¡qué amargamente irónico suena ese pomposo nombre ahora mismo!- que se plasmó en una operación militar internacional encabezada por los Estados Unidos  amparada por las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El régimen talibán afgano, aliado y protector del movimiento terrorista Al Qaida, fue desalojado del poder al que ahora regresan.

A principios del año 2002 me incorporé como Encargado de Negocios de España a la delegación de la Unión Europea en Kabul, ya que entonces no teníamos aún embajada propia en la capital afgana. A España le correspondía ejercer la presidencia rotatoria del Consejo de la UE, y a los responsables de nuestra diplomacia les pareció conveniente enviarme como enlace para esta misión, y también para dar respaldo diplomático al contingente militar español de ISAF, mandado por el entonces coronel (hoy general en la reserva) Jaime Coll.

En aquel intenso semestre mi tarea hubiese sido mucho más difícil de realizar sin la extraordinaria ayuda que me proporcionó un joven afgano llamado Hamed Wahdat Ahmadzada –estudiante de Derecho y Ciencias Políticas que posteriormente se incorporaría al nuevo servicio diplomático afgano y que en la actualidad vive con su familia y trabaja en Madrid.

De ahí que hayamos decidido redactar a cuatro manos este artículo, porque ambos compartimos hace veinte años una difícil y apasionante misión.

Porque Hamed, su familia y sus amigos fueron para mí la puerta de entrada en ese país tan maravilloso y tan injustamente castigado por la historia. Porque a ambos hoy nos duele Afganistán. Y por eso unimos aquí nuestras firmas y  nuestras voces para trasladar a la opinión pública española un mensaje urgente de petición de solidaridad y  de socorro

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La historia de Afganistán es rica y compleja. La antigua Bactria de los grecorromanos fue siempre una de las principales encrucijadas geopolíticas de Eurasia. Desde los tiempos de Alejandro Magno, Afganistán ha sido objeto de la codicia de civilizaciones y de imperios, pasando por los persas, los griegos, los indostánicos, los mongoles, los zares rusos, los británicos, los soviéticos y los estadounidenses. Ninguno de esos imperios logró nunca controlar la indómita tierra afgana, que tiene en su geografía su principal fuente de fuerza y en su carácter multiétnico y tribal su principal vulnerabilidad.

El moderno Afganistán nace en la segunda mitad del siglo XIX, como estado tampón entre los dos grandes imperios rivales de la época, el ruso y el británico. Sólo vio definidas con precisión sus  fronteras tras la partición de la India británica. La "Línea Durand" estableció una frontera artificial en el territorio de los Pashtunes, dejando al Oesta de la misma a Pakistán y al Este a Afganistán. Esa frontera nunca fue reconocida de hecho por las tribus pashtunes, de ambos lados, que vieron frustradas sus aspiraciones de un "Pashtunistan" unido.

Como compensación, el nuevo Afganistán daría a los pashtunes un lugar preeminente en la gobernación del país, en detrimento de las etnias minoritarias tajikas, uzbekas y hazaras. Las tensiones internas, se vieron agravadas por las tendencias geopolíticas emanadas de la rivalidad entre potencias y países vecinos, que convirtieron de hecho a Afganistán en teatro de un "gran juego" geopolítico que prosigue todavía.

Al concluir la década de los setenta del pasado siglo XX, en una fase  candente de la Guerra Fría, la Unión Soviética creyó necesario ocupar e invadir Afganistán para contrarrestar lo que Moscú percibía como una emergente pinza entre Estados Unidos y China . Pero la invasión soviética de Afganistán se saldó con un estrepitoso fracaso militar y con el derrocamiento del régimen prosoviético de Nayibulah por una variopinta coalición de "muyahidines" islamistas, apoyados militarmente por Pakistán, financiados por Arabia Saudí y torpemente bendecidos por los Estados Unidos.

Durante la década siguiente (1991-2001) Afganistán vivió una constante inestabilidad política provocada por las tensiones entre grupos étnicos y religiosos y por las rivalidades entre los diferentes "señores de la guerra (Gulbuddin Hekmatyar, Burhanuddin Rabbani, Ahmed Shah Massud, Ismail Khan o  Abdul Rashid Dostum), constantemente enfrentados entre sí.

En este contexto aparece a principios de los años 90 en la ciudad de Kandahar, feudo pashtun por antonomasia, el movimiento de los talibán, caracterizados por su integrismo islamista de orientación saudí y su aversión  particular contra los derechos de las mujeres, sus principales víctimas. Poco a poco los Talibán se fueron haciendo con el control del país hasta conquistar su capital, Kabul, a finales de 1996.

En los cinco años que siguieron los talibán impusieron un régimen de terror basado en la lectura más integrista de la Sharia. Su fanatismo religioso los llevaría al extremo de destruir las milenarias estatuas de los Budas de Bāmiyān en el año 2001.

Sólo las milicias tayikas dirigidas  por el comandante Ahmed Shah Masud resistieron a los talibán en el Nordeste del país, convertido en un bastión de la resistencia. Pero Masud sería asesinado a principios del año 2001. Y su muerte sirvió de catalizador para la formación de un bloque anti-talibán, la llamada Alianza del Norte, que proporcionaría el grueso del esfuerzo afgano en la operación internacional de finales del año 2001, con la ya citada "Operación Libertad Duradera".

El error más grave de los talibán fue el aliarse y proporcionar santuario a la organización terrorista islamista Al Qaida, dirigida a la sazón por Osama Bin Laden, y autora de los mencionados y fatídicos atentados del 11-09-2001 contra Washington y Nueva York.

La intervención internacional liderada por Washington y con el apoyo de la Alianza del Norte afgana se hizo rápidamente con el control del país y expulsó a los derrotados talibán a su santuario en Pakistán, cuyos servicios secretos les han mantenido activos,  siempre con el apoyo financiero de los saudíes.

Han seguido veinte años de esfuerzos internos e internacionales para pacificar el país, reconciliar a las facciones en pugna y reconstruir una sociedad y una economía devastadas. Y hoy, a la vista de los últimos acontecimientos y bajo la siniestra amenaza que supone el retorno del fanatismo talibán al poder en Kabul nos preguntamos el porqué de tan tremendo y estruendoso fracaso.

En estos últimos veinte años, Afganistán ha sido de nuevo víctima  tanto de loas codicias externas de las potencias y de los países vecinos como de las rencillas de una clase dirigente que ha antepuesto sus intereses particulares a los de la reconciliación, la pacificación la reconstrucción y la estabilización  del Estado afgano.

Es difícil poder anticipar cómo será el futuro de Afganistán, pero el legado del régimen talibán en el período  1996-2001 no invita precisamente al optimismo.

Las Naciones Unidas deberían tomar el timón de una nueva empresa de pacificación, reconciliación y reconstrucción en estrecha interacción con la sociedad afgana. Pero, desafortunadamente,  Eurasia se ve de nuevo sometida a fuertes tensiones geopolíticas en un marco de creciente rivalidad entre los Estados Unidos y China, sin desdeñar el papel potencial de  actores como Rusia, la India, Arabia Saudita o Turquía, y el de los vecinos inmediatos de Afganistán, Pakistán (el gran padrino de los Talibán) , Irán y los Estados exsoviéticos de Asia central. Además, Naciones Unidas, dada la experiencia de los últimos 20 años y el desempeño de las tareas que le fueron asignadas, carece de credibilidad suficiente entre la población afgana.

Los autores de este texto celebramos y agradecemos el gesto de España de dar acogida en nuestro país a los afganos y afganas que colaboraron de manera tan importante en estas dos décadas con nuestros agentes diplomáticos y nuestros militares. Nos alegra ver que otros Estados europeos y occidentales han actuado de manera similar con los afganos que les ayudaron en sus tareas.

Pero con esto no es suficiente. Pensemos sobre todo en las ciudadanas afganas, que están llamadas a ser las primeras y principales víctimas de la barbarie talibán. Y en el conjunto de un pueblo que merece mucho más que las últimas décadas de violencia y sufrimiento.

Solo la capacidad de resistencia del pueblo afgano nos permite concebir ciertas esperanzas. Afganistán necesita hoy más que nunca nuestro apoyo y nuestra solidaridad. Quisiéramos que estas modestas reflexiones compartidas en Público por dos amigos, un español y un afgano, fuesen un acicate para reforzar la solidaridad y la amistad de nuestros pueblos. Porque hoy nos duele Afganistán, como nos duelen siempre todas las guerras, las violencias, las injusticias y las violaciones de los derechos humanos en todas partes del mundo.

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