Otras miradas

Del 1-O al Alghero: ¿Quién es el soberano?

Ignasi Gozalo-Salellas

Filósofo. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Pennsylvania

Del 1-O al Alghero: ¿Quién es el soberano?
Carles Puigdemont durante un acto en Alghero, Cerdeña, durante la semana pasada.- EFE

La detención la semana pasada de Carles Puigdemont en el Alghero reabrió un debate relevante de nuestro tiempo que, en Catalunya, se inició durante el largo otoño del 2017: ¿quién es el verdadero soberano? ¿En quién recae la soberanía? ¿Qué forma de soberanía se impone en este mundo interdependiente? La respuesta es difícil. Pero puede la única certeza sea que nuestro mundo no está tan conectado como anunciaban sus altavoces de la hiperglobalización. Veámoslo.

En el siglo XVI, el gran teórico de la monarquía absolutista, Jean Bodin, abogaba por un fuerte poder de mando, absoluto, indivisible y perpetuo que se distinguía de los otros dos modelos de poder soberano: la democracia, donde el pueblo poseía el poder soberano, y la aristocracia, en el que la soberana estaba en manos de una minoría. La monarquía ideal de Bodin concentraba la soberanía en una sola persona: el rey, el soberano que decide. Estas tres formas de soberanía en disputa, hoy y con matices, resuenan extrañamente actuales. El rey, hoy, son los jueces y medios; la aristocracia, los mercados y élites económicas; el pueblo, los colectivos de una sociedad que imagina futuros propios y apenas tienen voz ni voto.

Hoy, la división del poder de la Ilustración se desfigura. Jueces, fiscales o directores de medios toman hoy las decisiones absolutas de militares y dictadores del siglo pasado. Lo que los une no es tanto la voluntad de juzgar sino la de someter y sentenciar. El juez Llarena encarna esta figura de soberano absolutista contemporáneo. Su decisionismo técnico, jurídico, tiene en nuestros tiempos un sentido más allá de una simple teoría constitucional de tipo antiliberal: niega el principio de la discusión racional, liberal y normativa en la que todavía se sustenta el proyecto de Europa. Lo hace de manera técnica, aportando argumentos legales, pero el transfondo no es político. La ceguera política que niega la pluralidad y una visión dialéctica del mundo.

Los gobiernos (pongamos por caso, el gobierno de Sánchez) se afanan en avalar la autoridad de la decisión de la justicia como un principio fundamental del Estado de Derecho, pero como bien recordaban Thomas Hobbes en el siglo XVII, el juez no es soberano sino que es el delegado del soberano, que regenta el poder político. Con su habitual astucia, Hobbes recordaba que el verdadero juez es el que previamente ha legislado : entonces, el Rey ; hoy, los parlamentos. ¿Cómo se traduce hoy esta responsabilidad ? Por ejemplo, en mantener el delito de sedición por parte del parlamento español, un caso inédito entre las democracias en pleno siglo XXI.

El problema para la justicia española, que reclama extradiciones de forma unilateral —ahora Italia, antes Alemania y Bélgica— recae en el hecho que en el decisionismo absolutista de la justicia tiene su techo en el ámbito nacional. La soberanía popular poco pesa, cierto, pero las soberanías de las naciones son igual de legítimas unas que otras, y la comunitaria, más todavía.

Con todo ello, el Estado español se debilita de cara al mundo. Cuando los jueces deciden en paralelo a los gobernantes, se podría decir que se garantiza la independencia de los poderes de una nación. Pero cuando los jueces deciden en paralelo de una legislación común, la europea, se hace de la democracia un valor más frágil. El ridículo no lo hace España, como dicen algunos, lo hace el sentido de Estado absolutista y revanchista de aquellos que usan la legalidad sin contexto y sin miras más allá de la frontera.

Nuestro tiempo nos enseña que el sentido etimológico del termino soberanía ya no es valido de forma absoluta —de "super omnia" o "poder supremo", o incluso "poder principal". Y todavía menos tiene aquella famosa sentencia del ideólogo del nazismo Carl Schmitt: "Soberano es aquella persona o institución capaz de provocar una suspensión total de la ley y después utilizar fuerza extralegal para normalizar la situación". Por un lado el pueblo y por otro la débil pero superviviente comunidad de naciones europeas son hoy día los actores que impiden el ejercicio absoluto del término soberanía como se obstinan las autoridades judiciales de la nación española. La soberanía contemporánea es multidimensional, relacional. Y esta lección también tendría que resultar válida para los que la sueñan solo popular o lo hacen con una soberanía dominada de forma abusiva por los mercados.

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