Otras miradas

Una nueva generación de ultraderecha se alza en Europa

Daniel Vicente Guisado

Politólogo

El fenómeno de la ultraderecha no es nuevo. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial distintos grupúsculos surgieron para cuestionar, de forma matizada y soterrada debido al resultado bélico, los regímenes liberales que fueron alzándose tanto en las ruinas de los fascismos como en los países con democracias consolidadas previas. El consenso era básico y claro para hacerles frente: Estados de Bienestar fuertes, reconstrucción y derechos fundamentales. Las nuevas formaciones de extrema derecha, ancladas en la nostalgia, se oponían a esas reglas democráticas.

Con el tiempo, y debido a la marginalidad que estas formaciones encontraban en todos los países occidentales, la extrema derecha fue virando de objetivo y estrategia. El adversario ya no era el sistema democrático, sino las élites políticas, los nuevos valores posmodernos, las izquierdas. Las consecuencias de Mayo del 68 aceleran esta dinámica hasta obligar a los especialistas a cambiar la tipología de estudio. Ya no estábamos ante la extrema derecha opositora a la democracia, sino ante una derecha radical, por momentos populista, que aceptaba las reglas democráticas y buscaba la integración de sus programas e ideas nativistas, autoritarias y populistas en la sociedad.

El cariz es importante. La estrategia ya no era derrocar, sino cambiar desde dentro. El establecimiento de los regímenes liberales en occidente eran muros casi impenetrables. La nueva derecha radical vio un filón de oro en la inmigración, la integración supranacional y las nuevas élites políticas para crecer electoralmente. La guerra del terror que se instauró tras el 11-S, la crisis económica del 2008 y la de refugiados alrededor del 2015, fueron sus nuevas municiones. Datos concretos. La ultraderecha quedaba lejos del 5% de apoyo electoral medio en Europa antes de los 80. Con la entrada del nuevo siglo empezaron a superar con creces esta cifra. El estallido de la crisis mundial las colocó en el 10%. Finalmente, hoy es extraño hallar un país donde estas formaciones se encuentren por debajo del 15%.

Como digo, la extrema derecha primero y la derecha radical después, han estado desarrollado todo un proceso de germinación desde hace décadas. No es un fenómeno novedoso o excepcional. Lo que vemos hoy es el resultado del ayer y del antes de ayer. De la paulatina normalización de ideas y propuestas en la sociedad. Y al igual que los partidos y líderes fueron sustituidos por nuevos enfoques y liderazgos a partir de los años 80, un fenómeno parecido puede empezar a darse próximamente.

A nadie le pasa por alto dos nuevos alzamientos radicales que se están produciendo en el corazón de Europa occidental. Por un lado, Giorgia Meloni no solo ha superado a Matteo Salvini, además encabeza la inmensa mayoría de encuestas desde principios de verano. A pesar de las similitudes entre ambos exponentes de la derecha radical italiana, con Meloni existe un hilo grueso y visible que la vincula con Giorgio Almirante, histórico líder del Movimiento Social Italiano surgido del ADN de la República nazi-fascista de Saló.

Tampoco nadie es ajeno a los últimos terremotos políticos en Francia, donde el polemista y extremista Eric Zemmour, sin ni siquiera haber oficializado su candidatura para las presidenciales de abril próximo, ya se mide cara a cara con Le Pen en los sondeos. La sorpresa puede estallar y encontrarnos, en unos meses, ante una segunda vuelta entre Macron y Zemmour. Al igual que en el caso italiano, el polemista puede guardar muchos paralelismos programáticos con Le Pen, pero sus formas y sus apelaciones van un paso más allá.

A priori, dos causas pueden correlacionar con el surgimiento de estas nuevas opciones políticas. Una obvia es la que alude a las características espaciales de la competición política. Esta nos dice que los movimientos abren nuevos espacios. Le Pen lleva años persiguiendo la moderación en orden a maximizar sus opciones presidenciables. Salvini buscó sustituir a Berlusconi como gran padre de la derecha italiana. Ambos se han desplazado significativamente de sus programas y discursos iniciales para ser más eficientes en la arena electoral, ergo nuevos espacios a sus derechas se han abierto. Estas nuevas holguras políticas también podrían correlacionar con la falta de resultados o, en su defecto, con decepciones a causa de los pocos resultados. En estos casos, nuevos actores pueden infundir nuevos impulsos renovadores desde la derecha.

Sin embargo, hay una segunda causa que ya ha surgido más arriba. Las décadas de germinación de las ideas de ultraderecha han podido modificar significativamente las sociedades occidentales, haciéndolas más propensas a abrazar novedosas y cada vez más radicales propuestas. En este sentido se enmarca uno de los últimos informes del think tank francés Fundación por la Innovación Política. En sus 40 páginas encontramos pruebas de estudios cuantitativos donde se demuestra la importante conversión de Francia, Alemania, Italia y Reino Unido hacia los valores de derechas.

En el estudio se muestra cómo cuatro de cada diez ciudadanos de estos países se auto-ubican claramente en la derecha, en contraposición a solo el 27% que se define de izquierdas. Una correlación que no ha hecho sino aumentar en los últimos años y que, con matices, es transversal en las distintas posiciones ocupacionales. Desde los empresarios hasta los trabajadores de cuello azul y blanco, la mayoría se auto-ubica en la derecha.

La razón de esta conversión puede estar relacionada con las opiniones que se tienen sobre la inmigración, que como se ha indicado anteriormente forma parte del núcleo esencial de la derecha radical. Motor de su crecimiento reciente. Por ejemplo, a la hora de preguntar a los votantes de los distintos países sobre si habría que cerrar, abrir o dejar las fronteras nacionales como están en relación a la migración, todos apuestan mayoritariamente por hacer el esfuerzo de cerrarlas más. Aunque mayoritaria entre las formaciones extremistas, es una opinión que comparten votantes de ambos lados ideológicos y partidistas. Desde los partidos de izquierdas hasta los de derechas.

También existe una victoria por la individualidad. Independientemente de partidos o ideologías, la gran mayoría de la ciudadanía cree que la gente puede cambiar la sociedad a través de sus actos, puede elegir libremente su vida y tiene total control sobre su propio futuro. Al ser preguntados si los desempleados, si quisieran y se esforzaran, podrían encontrar trabajo la gran mayoría cree que sí. Una opinión que encuentra mayor apoyo entre las clases socio-profesionales más bajas. Un individualismo, además, que entronca con la narración meritocrática. El 71% de las personas que se sienten de derechas piensan que, con esfuerzo, cualquiera puede triunfar. Entre aquellos de izquierda la cifra sigue siendo muy alta, el 58%.

En un caldo de cultivo social como este, que se ha visto reforzado en los últimos tiempos, es más racional observar el surgimiento y consolidación de opciones radicales como las antes citadas. Ante una Europa derechizada, con opciones de ultraderechas históricas caminando hacia la moderación, es normal que se pueda empezar a dar un reemplazo de las mismas por nuevas opciones que se alzan con la bandera de la firmeza de los ideales. Figuras como Zemmour o Meloni que se vanaglorian de sus posturas y valores claros.

Su esencia es el intento de revalorizar una política más propia de otros tiempos. Aquella que te dice que no hay tácticas para maximizar votos. Lo que ves es lo que hay. Lo tomas o lo dejas. Además de tener los vientos a favor, tienen claro que deben dar falsas seguridades explotando miedos actuales. La narrativa se presenta como una lucha civilizatoria. Meloni apelando al "Dios, Patria y Familia" y Zemmour haciendo uso de la teoría del reemplazo, la idea de una Francia donde ya no habrá franceses. La subversión de las democracias liberales desde las mismas. Lo que está en juego no son medidas concretas, es el devenir de nuestra civilización religiosa, étnica y nacional, nos dicen. Proponen una modernidad pretérita anclada en el miedo. De fondo surge la duda de estar ante un momento coyuntural o el inicio de una nueva ofensiva. En lo inmediato la sensación de mareo ante las curvas que vienen. Por el camino, el objetivo de construir un deseo que supere su miedo.

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