Otras miradas

El miedo

Beatriz Gimeno

El miedo
Apocalipsis.- Pixabay

El otro día La Razón publicaba un artículo en el que se nos informaba en qué tiene que consistir un "kit de emergencia para gran apagón". Era verdaderamente sorprendente. Aconsejaba meter en una mochila el pasaporte (¿dónde vas a ir?), tarjetas de crédito (¿pero qué cajero va a funcionar en un gran apagón?), llaves de casa (sí, si sales mejor lleva las llaves), linterna (no puede faltar nunca), un teléfono con cargador (muy útil en caso de apagón), una lista de contactos de personas que vivan en otros municipios (no sé muy bien para qué, ¿amigas? ¿parientes? ¿conocidos sin más?) y finalmente un silbato. Hay que decir que también se recomendaba comida, ropa, agua y un botiquín de primeros auxilios, lo que no se le hubiera ocurrido a nadie. Pues con este material publicaban un artículo. Y es de justicia decir que después de describir el absurdo kit de supervivencia para no sé sabe qué catástrofe, el mismo artículo decía que en España no iba a ocurrir en ningún caso ese apagón o que duraría unas horas, pero lo decía abajo, después de contarte cómo hacerse con un kit de esos. Esta semana varios medios se han sumado al mismo artículo. Primero el kit de supervivencia y después ya la realidad: si hay apagón, que no parece, durará como mucho un día.

En todo caso, la ubicuidad de los kits de supervivencia en las últimas semanas tiene que ver con la ubicuidad del miedo que nos inunda. El miedo es, desde siempre, un poderoso instrumento de control social que si no va acompañado de esperanza es profundamente reaccionario. Ya sabemos que en las épocas de crisis social, de crisis política y económica, la gente tiene miedo y es normal: miedo al desempleo, a la cronificación del mismo,  al trabajo precario, a no tener suficiente para vivir, a no tener pensión en la vejez, a no tener dónde vivir... eso es normal. Pero de cómo se maneje el miedo dependerá el futuro, que se construya un futuro de esperanza en un mayor bienestar o de que este se deje en manos del monstruo de la extrema derecha, la llamemos como la llamemos. Realmente la extrema derecha no tiene más programa que el de instalar el miedo suficiente como para que la gente abandone la política, abandone toda esperanza, toda lucha y reivindicación y termine buscando únicamente protección, la que ellos ofrecen. Ese es su único programa político, no tienen otro.

La extrema derecha aprovecha esos miedos lógicos, los que se curan con más justicia, para transmutarlos en temores mágicos, los que no tienen remedio o, mejor aún, aquellos que como son mágicos podemos conjurarlos primero con más magia, y en segundo lugar, podemos arreglarlos con nuestro particular esfuerzo. Los miedos mágicos van siempre acompañados del descrédito de las instituciones, de la antipolítica, porque lo que más teme la extrema derecha, y ahora también la derecha, es que la gente piense que hacer política, desde el lugar que sea, es útil.

Así: tengo miedo a las vacunas, pues no me la pongo; al gran apagón, pues me hago un kit de supervivencia; al terrorismo, pues pena de muerte; a la guerra nuclear, me excavo un refugio; a las personas LGBT o a los menas o a los migrantes... pues salgo a pegarles y que los prohíban y les echen de mi país. A las feministas, a casa a fregar; a los ocupas, pues me compro una alarma o contrato a un grupo de nazis, a los zombis... bueno, aún no tenemos una solución fácil para los zombis, pero desde luego necesito un arma. Y ahí está la extrema derecha ofreciéndote todo eso: pena de muerte, armas, prohibiciones, policía, masculinidad de la buena... Una buena teoría de la conspiración también ayuda, porque tener una teoría esotérica sobre cualquier cosa proporciona sensación de control y, sobre todo, proporciona la sensación de tener ventaja sobre los demás, que no saben lo que sé yo: "Sé que Soros está detrás de todo esto", "Yo sé que la tierra es plana, pero tú, idiota, no lo sabes", "Yo sé que las vacunas nos están envenenado..."...

Sin el miedo de la gente, la extrema derecha no tiene nada que ofrecer, se alimentan de él y fomentan que sea impotente, que la gente no vislumbre la posibilidad de encontrar soluciones en común a problemas comunes. Por eso, el otro día, ante las estadísticas que mostraban que la delincuencia es la más baja en muchos años, Macarena Olona, de Vox, simplemente tuiteaba: "MENTIRA".  Si nos detenemos un poco es fácil ver que no es sólo la extrema derecha o, más concretamente, hasta que punto es de extrema derecha el ecosistema mediático en el que vivimos. Muchos medios de los llamados "serios" se suman con alegría a las campañas que propagan este estado de ánimo social que le conviene al sistema neoliberal. Recordemos todas las televisiones azuzando el miedo a unas supuestas bandas de "menas" o de ocupas. Ahora andamos con el gran apagón y el colapso energético.

No va a haber una hecatombe de un día para otro, no hay que buscar silbatos. Si hay un apagón, una inundación o...erupciona un volcán, es de esperar que el estado organice y proteja, que se pongan en funcionamiento los planes de contingencia que hay para estas situaciones; es de esperar también, como suele ocurrir, que la gente se organice y ayude, que done sangre, ropa, comida, dinero, esfuerzo... Es verdad que el futuro se está ennegreciendo por el cambio climático. Sí, esto es verdad, justo lo que la derecha dice que no existe. De hecho hay una parte de la humanidad que ya vive inmersa en él, que ya lo sufre. Pero a nosotros no nos va a llegar de un día para otro, si te preocupa la vida del planeta o la de tus nietos, exige a los políticos que actúen. Los silbatos no van a salvar a nadie, ni las mantas, ni las linternas.

Tengo amigas cultivando comida y atesorando semillas por si, de repente, fallan los suministros básicos por culpa de una hecatombe. Incluso sé de gente que se ha comprado un terrenito en el norte para cuando todo lo demás se inunde (o se seque) y poder plantar cuando no llegue comida. Por algún motivo que se me escapa, la gente suele creer que, si todo se destruye, si desaparece de un día para otro el estado, ella misma y su familia tienen posibilidades de sobrevivir a lo que venga después, incluidos los zombis. Porque si ocurriera de verdad que de un día para otro hubiera un apagón que hiciera desaparecer el estado, entonces la idea de sobrevivir plantando lechugas es ridícula, como lo es la de construir un refugio antiatómico, la de llenar la casa de papel higiénico, la de comprar armas o la de tener semillas por si acaso.  Si llega la hecatombe, vendrán personas más fuertes que tú, invadirán tu huerto, te robarán las lechugas y te matarán. Es lo que suele ocurrir con las hecatombes o lo que ocurre cuando no hay ley de ningún tipo ni sociedad organizada.

Ya me resulta sorprendente que haya gente que quiera sobrevivir en un mundo post hecatombe, pero así es el pensamiento neoliberal, mágico.  Tan mágico como la fe en la meritocracia: me salvaré yo gracias a mis habilidades y a mi astucia. Esto del silbato, el arma o el kit de sepervivencia es el mito neoliberal por excelencia: no necesitas al estado ni a los otros, no necesitas ayuda, tú solo te vales para protegerte a ti y a tu familia (este mito siempre es masculinista, en las hecatombes los padres vuelven siempre a asumir el papel de jefe y protector de la familia) En fin, en serio, tienes muchas más posibilidad de morirte en unas urgencias colapsadas y de una enfermedad que no haya podido detectarte un médico de familia porque no haya Atención Primaria, que de vivir una situación en la que te haga falta un silbato para sobrevivir.

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