Otras miradas

¿Qué hacemos con la gente que no se ha vacunado?

Javier Padilla

Diputado de Más Madrid en la asamblea de Madrid y médico de familia

¿Qué hacemos con la gente que no se ha vacunado?
Un hombre recibe una dosis de refuerzo de Moderna. —EFE/ Paco Paredes

La pregunta que titula este artículo ronda los debates televisivos, las tertulias hiperventiladas de la sobremesa, las discusiones de los gabinetes de los ministerios y las reuniones de las direcciones generales de salud pública.

Según seguimos aprendiendo el alfabeto griego de una forma no deseada, el clamor punitivo es mayor: pasaporte COVID, confinamientos selectivos a no vacunados o, la siempre clásica, vacunación obligatoria. Cuanta menos gente falta por vacunar más intenso es el discurso que pide tomar acciones contra ellos. Todos los argumentos suelen partir de una realidad pre-debate: quien no se ha vacunado es porque se opone férrea, irracional y egoístamente a la vacuna frente a la COVID-19.

La realidad es más tozuda, y para entenderla tal vez valdría la pena ser conscientes de que los posicionamientos de las personas no vacunadas forman parte de una línea continua que se sigue, sin solución de continuidad, con el posicionamiento de muchas personas vacunadas, no existiendo una dicotomía en la que toda persona vacunada lo ha hecho convencida y toda no vacunada lo ha hecho atrincherada. Hay gente vacunada que comparte opinión sobre las vacunas existentes con mucha gente no vacunada, y esa es una de las disonancias que deberían ayudarnos a desentrañar muchas de las acciones a tomar en las próximas semanas.

Las políticas de vacunación no son un episodio de Pokemon en el que decir "¡hazte con todos!", sino intervenciones coordinadas entre diferentes sectores de la sociedad que se ponen en marcha para minimizar riesgos y mejorar la salud de todas y todos dentro de lo posible. Para ello, lo primero es mirar la foto que tenemos.

En España, a día de hoy, la situación es la siguiente: casi el 90% de las personas llamadas a la vacunación tienen puesta la pauta completa, más del 95% de mayores de 50% y algo menos del 80% entre 20 y 39 años (en Baleares, este porcentaje es menor al 70%). Entre las personas que no están vacunadas, según el Centro de Investigaciones Sociológicas, un 26% estarían dispuestas a vacunarse y algo menos de un 60% dicen no estarlo. Las causas que aducen son, principalmente, tener poca confianza en estas vacunas, no creer que sean eficaces y tener miedo a posibles efectos adversos. Menos de un 0.1% del total de entrevistados dijeron no vacunarse nunca de nada o estar en contra de todas las vacunas. Además, al analizar estos datos por otras variables, se observa que la no vacunación es más frecuente en posiciones ideológicas muy escoradas a la derecha, especialmente en los votantes de VOX, así como en trabajadores no cualificados (con un repunte en altos directivos, seguramente explicable por el cruce con el posicionamiento ideológico). Es decir, tenemos proporciones anecdóticas de lo que en ocasiones se llama antivacunas, tasas muy bajas de reticencia vacunal (personas que se sitúan en diferentes puntos de la escala de grises y que suelen basar sus dudas en aspectos vinculados con la seguridad, la efectividad o la pertinencia) y una aceptación mayoritaria. Además, tenemos un grupo de población -entre 20 y 39 años- con una cobertura vacunal muy mejorable aunque no despreciable.

En España nos hemos vacunado de forma masiva sin que mediaran especiales medidas de coerción (más allá de la coerción blanda de los pares, que puede no ser poca), especialmente si nos comparamos con algunos otros país de nuestro entorno. Podemos plantear muchos porqués, pero quiero señalar tres: I) la alta confianza en la ciencia que suelen reflejar las encuestas cuando la población es preguntada por ello, II) la existencia de una estructura social con gran importancia de la familia y las relaciones intergeneracionales, lo cual supone un incentivo para vacunarse pensando en la protección del otro, pero no de un otro abstracto, sino de otros cercanos, familiares y III) la existencia de una estructura con capacidad de llegar al lugar más recóndito y, sobre todo, con legitimidad social para mandar mensajes que fueran aceptados por la población, que es el sistema sanitario público. En España no se ha vacunado a lomos de metáforas bélicas sino bajo un paraguas de metáforas de cuidado mutuo, confianza en el conocimiento científico y alusiones a la excelencia de lo público a la hora de vacunarnos y, especialmente, de hacerlo poniendo por delante a quienes más vulnerables eran y más riesgo corrían.

Sobre la efectividad o no de usar la coerción explícita como herramienta de vacunación ya escribió reciente y espléndidamente Pedro Gullón; para seguir un poco en la línea de sus razonamientos creo que hay algunas preguntas incómodas que debemos plantearnos antes de elegir el camino a seguir: ¿importa algo que haya un porcentaje de población que no esté vacunada? ¿qué porcentaje de población no vacunada nos podemos permitir epidemiológica, social y políticamente? ¿qué tipo de agrupación geográfica de población no vacunada es aceptable y de qué manera lo estamos monitorizando? ¿qué sitio es el mejor para aumentar la cobertura vacunal en la situación en la que estamos ahora?

No voy a responder a las primeras preguntas porque creo que precisarán de estudios epidemiológicos al respecto que modelen posibles situaciones futuras. Sin embargo, sí que quiero terminar comentando la última cuestión. En el mes de junio de este año, la revista New England Journal of Medicine publicó un artículo acerca del rol de la Atención Primaria como punto clave en el abordaje de la duda vacunal; en dicho se afirmaba que la reticencia vacunal se movía en un amplio espectro y que la atención individualizada y por parte de personal que conoce a las personas no vacunadas y que se muestra abierto a resolver dudas y responder a cualquier cuestión necesaria, es un factor promotor de la vacunación en sí, sin erosionar la confianza en la vacunación como externalidad negativa, como sí puede ocurrir con otras estrategias más coercitivas.

Antes de subirnos a lomos de la coerción, que puede parecernos moralmente atractiva desde la perspectiva de vacunados porque nos coloca en el lado correcto de la determinación del bien y el mal, es preciso seguir caminando en un marco basado en el diálogo, en poner la vacunación fácil y en cultivar una confianza que sirve para este caso pero, sobre todo, siembra semilla para la confianza en la vacunación de forma general. Y si hubiera que acudir a la coerción, tal vez lo que hubiera de convertirse en obligatorio, de forma global, sería la acción de poner las vacunas al servicio de la población, más que la acción de vacunarse; es posible que esa fuera la única forma de que estableciéramos mecanismos efectivos para que las vacunas lleguen de forma rápida y masiva a aquellos países donde llevan meses esperándolas.

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