Otras miradas

Espejismo de la riqueza, libertad y pobreza

Luis Moreno

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Espejismo de la riqueza, libertad y pobreza
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"Hay más cantidad de fe [...] en la creencia de
que existe ese lugar [la cumbre de la riqueza]
que en la creencia de la resurrección de la
carne del cristianismo"
- Manuel Vilas, Los besos, 2021

¿Podemos ser todos ricos..? Se responderá que ilusiones y ganas no faltan. Y que quizá la riqueza inmaterial no es privativa de unos pocos. Pero es un axioma incontestable que la material es inaccesible para todo hijo de vecina. Ello no impide tentar a la diosa Fortuna jugando a la Bolsa o ingeniándose el pelotazo de un negocio rentable y fácil a corto plazo. Y ese es el glamour de la libertad para conseguirlo. La línea de argumentación podría formularse con la falsa dicotomía 'libertad o pobreza', como si tales opciones fuesen comparables y elegibles.

La economía real o economía productiva implica la producción, la distribución y el consumo de bienes físicos y servicios y los factores que les atañen. La industrialización y el empleo asalariado son pilares de su desarrollo para proveer recursos a productores y consumidores. Se contrapone a la economía financiera, la cual incumbe al intercambio de distintos bienes de capital y está sujeta a subidas y bajadas imprevistas en los mercados bursátiles y a crisis cíclicas demoledoras.

Al fin al cabo, y como cabalmente ha señalado mi colega y amigo, John Holloway, el capital necesita de las crisis para reafirmar su autoridad y su poder de mando. Ilustración de ello fue la licuación financiera causante de la Gran Recesión mundial que se inició en 2007 por el hundimiento de las dos grandes entidades hipotecarias estadounidenses (Fannie Mae y Freddie Mac), y la devastadora caída de la bolsa de Nueva York en 2008.

El crack había sido consecuencia de una desregulación de las operaciones financieras en EEUU que indujo no solo a prácticas abusivas de los operadores, sino a actuaciones palmariamente criminales de directivos financieros y a la profusión de productos derivados sin anclaje plausible en la economía productiva real.

Recuérdese que, en proporción al PIB, el valor de las transacciones financieras en 1990 equivalía aproximadamente a 15 veces el PIB mundial. Una vez desencadenada la crisis económica, tras el crack de 2007-2008, tal proporción se elevaba a 70 veces el PIB de todo el mundo. Si se considera que las transacciones al contado representaban en 2010 prácticamente el mismo porcentaje del PIB global que en 1990, el incremento de las transacciones financieras en un período de apenas 20 años había alcanzado más del 450%, lo que correspondía en su práctica totalidad a productos derivados y otros instrumentos de nuevo cuño. Tal volumen financiero sobrepasaba con creces la tímida capacidad de los Estados por aplicar políticas económicas efectivas. La mayoría de ellos se dejaron llevar por los postulados neoliberales en la creencia de que así podrían beneficiarse individualmente en un contexto de mundialización. Craso error.

Desde entonces, la prevalencia de la economía financiera sobre la productiva es apabullante. Considérese que, a finales de 2013, el patrimonio bajo gestión de los fondos de inversión y de los fondos de pensiones equivalía a tres cuartas parte de todo el PIB mundial. Baste otro dato revelador: la capitalización bursátil de los Nuevos Señores Feudales Tecnológicos (Google, Amazon, Facebook-Meta y Apple) superaban en junio de 2020 los US$200 billones. Ya entonces la capitalización del cuarteto igualaba al PIB de Japón, tercera economía mundial. Echen cuentas y compárenlas con el montante del PIB anual español (US $ 1,3 billones).

A nivel individual, la financiarización (financialization) generalizada en EEUU desde los años ochenta fue determinante en la eclosión de la ingeniería financiera global posterior. Ya en 1986, las políticas de Thatcher habían impulsado los mercados de valores e hicieron de la City londinense el Shangri-La de la desregulación con el surgimiento de productos financieros opacos, luego adoptada con mayor ahínco, si cabe, por Wall Street durante el largo periodo de Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal estadounidense (1987-2006).

La aspiración a una sociedad de propietarios y el "espejismo de la riqueza" inflaron la burbuja inmobiliaria. En los años siguientes, los consumidores en EEUU intensificaron el uso especulativo del dinero de sus pensiones, o de sus casas, así como de otros mecanismos de inversión y endeudamiento. La conversión de los ciudadanos en inversores ha sido uno de los procesos más paradójicos -y no suficientemente analizados- en el nacimiento de productos financieros en los mercados bursátiles (derivados y titulaciones).

En el contexto del hemisferio occidental ha habido una significativa divergencia a ambas orillas del Atlántico. Así, un 70% de las familias estadounidenses norteamericanas ha preferido invertir sus ahorros a través de las bolsas de valores mediante grandes fondos de inversión. Las propias empresas norteamericanas suelen financiarse mayoritariamente a través de los mercados de valores, al contrario que las europeas, que lo hacen a través de los bancos. En España, por ejemplo, solo el 20% de las familias posee valores bursátiles. Esto explica que la relación entre economía financiera y economía real sea mucho más intensa en EEUU que en Europa. Algo que ha cambiado en los últimos tiempos si nos atenemos a una aspiración de los españolitos a ser ricos al estilo norteamericano. ¿Se piensa en lo que podemos perder con ese cambio de rumbo axiológico? ¿Sacrificaremos nuestros Estados del Bienestar en aras del consumismo conspicuo y el individualismo posesivo?

El discurso político se concentra en las instituciones para cambiar el mundo y volver a la sociedad del trabajo asalariado. Poco se fija en que no hace falta tomar más poder para mantener y hasta acrecentar nuestros niveles de ciudadanía social. Al fin y al cabo, la pobreza no es alternativa a la libertad.

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