Otras miradas

Que nadie olvide a Laura Orue

Andrea Momoitio

Que nadie olvide a Laura Orue
Laura Orue

Vallecas. 2014. Aquel verano, no recuerdo por qué, lo pasé por allí. La zona estaba relativamente plagada –solo relativamente plagada– de carteles con una foto de Adolfina Puello y Angeli Leonela. Me llamó la atención. Una mujer de 32 años y su hija, de nueve, desaparecen en Madrid y, más allá de los carteles que debieron poner sus amistades por el barrio, no había mucho más donde rascar. Ahora, si buscas sus nombres, es fácil dar con la noticia sobre la aparición de sus cuerpos. Raúl Álvarez, la pareja de Puello, fue condenado a 37 años de prisión por ambos asesinatos.

Poco más. Buscando algo de información sobre este caso pasan ante mí decenas de imágenes de personas desaparecidas. En 2020 se registraron 16.528 denuncias por desaparición, un 37,78% menos que el año anterior. Algunos casos, por razones difíciles de entender, tienen eco mediático y otras, sin embargo, apenas logran repercusión en la prensa. Según datos del Ministerio de Interior, el 41% de las denuncias registradas por desapariciones son de mujeres. Hay un dato curioso: a nosotras nos encuentran o aparecemos más. El 76,34% de las denuncias que permanecen activas están relacionadas con desapariciones de hombres. Debe ser espeluznante enfrentarte a la desaparición de una persona querida sin causa aparente.

Algunos nombres brotan especialmente en mi cabeza. Quizá os pase lo mismo al resto. Virginia Acebes estuvo desaparecida 48 horas. Su cadáver torturado apareció, el 22 de noviembre de 199, en el monte Artxanda de Bilbao. Lo encontró su tío. El cuerpo de Olga Casas lo encontraron en un colegio de Portugalete (Bizkaia) y el de Laura Orue, dentro de una fosa, en un pinar muy cerca de su casa en Zeberio, una localidad a unos 20 kilómetros de Bilbao. Los asesinatos de Virginia Acebes y Laura Orue generaron cierto pánico social en Bizkaia. Nerea Barloja, autora de Microfísica sexista del poder. El caso de Alcàsser y la construcción del terror sexual, aseguraba en una entrevista a Pikara Magazine que necesitamos hablar de desapariciones forzosas: "No desaparecemos por arte de magia, ¡nos hacen desaparecer! A mí me hacía falta un término para esta idea. Hablamos de desapariciones forzosas de personas en regímenes totalitarios. En esos casos, todo el mundo sabe cómo enmarcarlo, pero no pasa igual con las desapariciones de las mujeres. Por eso me pareció que podría usar ese concepto, coger y decir: "Nosotras también sufrimos un régimen totalitario en el que se nos hace desaparecer". En presente continuo: Nos están haciendo desaparecer".

Laura Orue estudiaba Magisterio. El 29 agosto de 1999, al acabar de trabajar en un hotel rural,  pasó por casa a cambiarse de ropa y debió de coger el coche porque había quedado con sus amigas en las fiestas de Llodio. No llegó nunca. El vehículo apareció en la estación de tren de Ugao-Miraballes. Probablemente lo quiso dejar allí para coger el tren, pero nadie pudo confirmarlo. La autopsia reveló que murió asfixiada.

La Policía detuvo a tres personas, pero no se pudo demostrar que estuvieran vinculadas con la desaparición de Laura Orue. Uno de los detenidos, el hijo de los dueños del hotel en el que trabajaba Laura. Más adelante fueron detenidos otros dos hombres, pero tampoco pudo demostrarse su participación en la desaparición. Su familia sigue reclamando justicia. En una entrevista para el periódico Deia, publicada en 2020, su madre, María Ángeles Duoandikoetxea, declaraba estar peor que al principio: "La familia de Laura no sabe nada nuevo. ¿Igual? No, peor. El tiempo ha pasado, el asesino de mi hija sigue en la calle y Laura está muerta. Esa es la realidad. Igual, no; peor". Ellos tampoco saben qué pudo pasar: "Si yo supiese... En mi mente hay tantas hipótesis, pero como no vimos ni oímos nada, no podemos hablar. Tenemos que callar y vivir con esta tristeza toda la vida. Esa es la mayor pena que tengo".

Es difícil escribir un perfil sobre Laura Orue. Toda la información que puede encontrarse sobre ella está vinculada a su desaparición. Los detalles sobre cómo era, qué le gustaba hacer o cómo sonaba su risa permanecen, eso sí, en la memoria de su gente y en la memoria colectiva de la sociedad que conoció su historia. La periodista Isabel Camacho escribió una crónica de su funeral para el diario El País: "Mientras se celebraba su funeral, en las calles próximas se asomaban las atracciones de las barracas y algunos farolillos de colores suspendidos en el aire. "Si no estuviera muerta, seguro que hoy habría venido a divertirse a las fiestas, como trató de hacer el día que la mataron", comentaba una adolescente".

Un monolito erigido en su memoria, cerca del lugar donde fue hallado su cadáver, insiste en la reivindicación de su gente: que nadie olvide a Laura Orue.

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