Otras miradas

Transversalidad progresiva

Antonio Antón

Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

Transversalidad progresiva
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), interviene en la sesión de control al Gobierno celebrada en el Congreso de los diputados en Madrid este miércoles.- EFE / Javier Lizón

Transversalidad es un concepto que ha vuelto a resurgir mediáticamente al calor del nuevo proyecto de Yolanda Díaz, tal como expongo en un reciente artículo: El sentido del frente amplio. Está enmarcado en la renovación de las fuerzas del cambio, cuyos ejes y contexto explico en mi último libro: Perspectivas del cambio progresista. Detrás de esa palabra existen diferentes significados, se trata de clarificarlos. Avanzo mi valoración para desechar una idea unilateral, bastante común en el ámbito mediático: transversalidad no es consenso entre derechas e izquierdas, ni centrismo liberal o populismo centrista. Veamos su recorrido histórico para precisar su contenido y su función como identificación política en el debate actual.

Transversalidad no es centrismo

El desarrollo del social-liberalismo del nuevo centro (alemán) o tercera vía (británica), dominante en los partidos socialistas europeos desde mitad de los años noventa, constituye un abandono de las posiciones clásicas de la izquierda socialdemócrata y un giro hacia la adopción de medidas neoliberales y retórica centrista. Este nuevo discurso se presentó como transversal a las ideologías: sustituir la tradición socialdemócrata por el liberalismo, o tener un perfil bajo o ecléctico compatible con la ideología dominante en vez de un pensamiento crítico o unos valores igualitarios. Junto con esa transversalidad política se produce una transversalidad respecto a las clases sociales y el poder: abandonar la prioridad de la defensa de la mayoría ciudadana (las clases populares -trabajadoras y medias-) e incorporar la representación de los intereses del poder económico-financiero y las oligarquías, es decir, diluir el conflicto entre los de arriba y los de abajo, entre los poderosos y la gente subordinada, con apariencia de neutralidad.

Así, se supone que se representa a todas las partes y al conjunto de la sociedad, con la responsabilidad de Estado, el consenso europeo y la garantía de gobernabilidad. Los partidos políticos se convierten en ‘atrapalotodo’. Por un lado, esa posición centrista o consensual pretende ampliar su espectro transversal, que incluye las élites dominantes, con el pretexto de ensanchar su base electoral por el centro, aunque en realidad pierde representatividad – transversalidad- entre la gente joven, progresista y con una cultura de izquierdas. Por otro lado, pone el acento en la moderación, el consenso y el centrismo político para, supuestamente, ampliar su influencia entre el tercio autodefinido como centrista, en disputa, y algo del tercio de capas liberal-conservadoras, representadas por las derechas.

El último ejemplo a gran escala, en España, fue el acuerdo progubernamental del Partido Socialista y Ciudadanos de la pasada legislatura, en el año 2016, presentado como pacto ‘transversal’ entre la (supuesta) izquierda socialista y la derecha (supuestamente) regeneradora y liberal. Había una acepción de transversalidad como centrismo político, con un proyecto continuista (en lo económico, social y territorial) que integraba el poder económico-financiero y una parte de las capas populares e intentaba legitimar una nueva élite gubernamental transversal.

Además, buscaba el aislamiento de Unidas Podemos y sus confluencias, para neutralizar su acción transformadora así como apropiarse e inutilizar uno de sus discursos para ampliar su legitimidad: la transversalidad popular. Como se sabe, ese plan continuista no fructificó; pero sí creó cierta confusión, por lo que necesita su clarificación.

No obstante, los hechos son los hechos a través de los que se conforma la experiencia y la cultura de la gente. Con ocasión de la crisis socioeconómica de 2010 y la incorporación de los aparatos socialistas a las políticas gubernamentales de austeridad y dinámicas autoritarias, incumpliendo sus compromisos sociales y democráticos, se resquebrajó la función legitimadora de esa deriva centrista, por mucho que se vistiera de transversalidad. Se comprobó la amplia desafección popular, y la socialdemocracia, con su tercera vía, profundizó en su agotamiento político y discursivo.

En contraposición, aparece un nuevo proceso político diferenciado de la lógica de la anterior transversalidad del consenso centrista: el conflicto social y cultural y la polarización sociopolítica en esta década sobre los que se ha consolidado un amplio campo electoral progresista y transformador, una nueva representación política y nuevas capacidades de acción institucional frente al poder establecido: es un espacio transversal popular, igualitario y emancipador, representado por las fuerzas del cambio, que ha condicionado la propia renovación socialista de la mano del sanchismo. La suma de ambos espacios distintos ha configurado una transversalidad progresiva con perfil de izquierdas, no de centro, que ha permitido, según su respectiva representación social y parlamentaria, la garantía de su gobernabilidad compartida frente a las derechas.

La transversalidad popular es emancipadora

Frente a la deriva autoritaria y regresiva de las élites gobernantes en su gestión de la crisis socioeconómica, político-institucional, nacional y europea, se desarrolló un amplio, masivo, democrático y ‘transversal’ movimiento popular progresista en torno a dos ejes principales: más democracia y mayor justicia social. Se reafirmaron los valores cívicos y democráticos, así como los derechos sociales. O sea, se conformó una transversalidad como oposición progresista al poder establecido y su dominación.

En la pugna sociocultural que simboliza el movimiento 15-M, en todo ese ciclo de la protesta social progresiva (2010/2014), se configura una actitud cívica desde la reafirmación progresista en la cultura previa democrática y de justicia social. La mayoría de esas reivindicaciones populares, de carácter social, económico-laboral y cultural, gozan de una amplia legitimidad social, así como las organizaciones cívicas y los movimientos sociales que los articulan. E igualmente, las funciones redistribuidoras y protectoras del Estado de bienestar y los servicios públicos.

Según encuestas de opinión, grandes objetivos transversales recibían y reciben la comprensión y el apoyo persistente de dos tercios de la población. En algunos campos (por ejemplo, en defensa de un empleo decente, una sanidad y educación públicas, la igualdad de género y contra la violencia machista, unas pensiones dignas...) el apoyo popular se incrementa más; son auténticamente transversales de (casi) toda la ciudadanía... salvo para una minoría ultraconservadora y neoliberal.

Todo ello constituye una transversalidad popular progresiva; no es neutral ni está al margen del conflicto político-ideológico, tiene un perfil más cercano a las izquierdas que a las derechas, mercantilistas y neoliberales. No obstante, esta transversalidad de los apoyos cívicos a una acción social progresista es difícil trasplantarla mecánicamente al campo político-electoral, en el que intervienen otras mediaciones económico-institucionales.

Por tanto, la transversalidad como centralidad progresiva y popular no es centrismo; es ser eje del proceso político a través de la representación y la defensa de la mayoría social con unos valores democrático-igualitarios. No es neutralidad o ambigüedad respecto de las ideas y las prácticas conservadoras, reaccionarias, sexistas o racistas. Es reconocer toda la realidad y pluralidad existentes, conectar con los mejores valores cívicos de la mayoría ciudadana, proyectar un discurso de progreso e impulsar la transformación social y cultural de la sociedad en un sentido (universal) igualitario y solidario.

En definitiva, este proceso sociohistórico nos da pistas de otro contenido de la palabra transversal. No es moderación, equilibrio y mediación entre la derecha y la izquierda gobernantes del anterior bipartidismo, ni el punto medio entre la gente (común) y el poder político-económico. Expresa compartir proyectos, posiciones y composición social plural e integradora pero, sobre todo, con los grandes valores democráticos y dentro del campo ‘popular’, de las capas subordinadas, de los de abajo o subalternos, frente a los de arriba, la oligarquía o las clases dominantes (por supuesto, con excepciones y situaciones intermedias).

Ante situaciones desiguales de estatus o de poder no debe haber neutralidad, sino solidaridad, apoyo mutuo y reequilibrio de condiciones de la gente en desventaja. Y con el criterio universal de articular la igualdad y la libertad. Por tanto, transversalidad (popular y progresista) tiene un significado sustantivo democrático, igualitario y emancipador, en grados diferentes, pero opuesto a posiciones y actitudes autoritarias, regresivas y dominadoras.

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