Otras miradas

Populismo de lujo totalmente automatizado

Manuel Romero

Director del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social

Populismo de lujo totalmente automatizado
Sala de Cybersyn.- Rama (Wikipedia)

2022 comienza como terminó 2021: con la ausencia de un nombre propio. Durante el último lustro, el populismo funcionó como un Significante Amo, que dirían los psicoanlistas lacanianos, diferente a lo que estábamos acostumbrados. Nunca fue un significante de consenso, pero como ninguno lo es. El proyecto populista fue útil para redefinir los contornos de los viejos bloques de la izquierda, desde hacía tiempo anquilosados e impotentes, y prefigurar la posibilidad de un nuevo bloque histórico: la alianza de las fuerzas políticas emergentes y las movilizaciones surgidas al calor del ciclo de protesta de 2011. Además, trajo consigo innovaciones teóricas muy ricas y nos obligó a mirar y a aprender de las experiencias políticas del otro lado del océano. Ahora, todo ese proyecto está en crisis. Atravesar la selva electoral no fue una empresa fácil, dejó tras de sí un rastro incalculable de cadáveres y un abanico amplísimo de pasiones tristes como la resignación, la zozobra y otros afectos antipolíticos.

Ante esta nueva encrucijada, hay quienes han decidido replegarse en la serenidad y el reposo de los viejos significantes, como si todo lo que ha salido mal fuera el resultado de algo que ya venían pregonando los veteranos profetas de la izquierda: alejarse del calor y las certezas de los nombres propios de antaño. Según esta lógica, salir del atolladero en el que nos encontramos implica el retorno a las esencias: frente a las medidas del lobby queer y las amenazas de lo trans, la mujer como categoría política estable; como solución a los anclajes flotantes del proyecto populista, la vuelta al comunismo; para acabar con la dispersión de las luchas epifenoménicas -el feminismo, el ecologismo o los movimientos por la diversidad sexual y la abolición del género-, la centralidad del obrero de mono azul; contra las algaradas globalistas de los malditos posmodernos, la remembranza de la patria.

Por el lado diametralmente opuesto, existe también el riesgo de la búsqueda incesante de escapar a todo vínculo autoritario y precipitarse en la tentación de la política libertaria o autonomista. Esto es, celebrar la diferencia radical y la huida del significante por ser un trampa de la lógica de la representación que siempre absorbe y constriñe la plena potencia de los subalternos. Las posiciones libertarias ofrecen otra forma de refugio, la entrega a las dinámicas prometedoras de la democracia directa, a la experimentación micropolítica de la huida y la búsqueda incesante de un afuera del capitalismo. Hace unos años, previamente a la victoria de Syriza en Grecia, el filósofo esloveno Slavoj Zizek, en un acto con Alexis Tsipras, bromeaba con su sarcasmo habitual -en ocasiones ofensivo- sobre los peligros de arrojarse a los ensayos comunales. Alertaba de que existe un riesgo real de que las formas de vida plenamente horizontales se conviertan en una experiencia de ocio y tiempo libre incluso satisfactoria y funcional al propio capitalismo. Si bien es cierto que no me atrevo a reproducir las críticas que hace Zizek en la misma intervención a los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, es cierto que he escuchado el testimonio de varios amigos que han visitado estos ensayos de democracia local con estupor y honda preocupación, ya que no difieren en nada de la satisfacción con la que sales cuando visitas un museo y ves muchas cosas que te fascinan pero que no buscas reproducir, simplemente admirar. En mi humilde opinión, el más grave de los errores de esta posición es el de renunciar a la universalidad, apostar por el éxodo del poder y no por la conquista del mismo.

He de ser honesto y hacer una aclaración al respecto de los párrafos anteriores. No es mi intención oponer estas dos corrientes de pensamiento -entiéndase en su sentido amplio- como los extremos de una misma cosa y, por lo tanto, la solución que aquí propongo como un punto medio virtuoso. Mientras que en el remedio del regreso a las esencias no encuentro nada estimulante y, además, considero que no conducen más que a un sentimiento vacío e inútil de nostalgia y una alternativa política totalitaria, hay que reconocerle a las corrientes libertarias una aguda capacidad para el diagnóstico de los problemas sociales y políticos y estrategias organizativas y de acción directa verdaderamente inspiradoras. Para que me entienda todo el mundo, no es lo mismo leer a Armesilla que a Federici, ni a Bernabé que a las compañeras de Nociones Comunes.

Volviendo al tema que nos ocupa, habrá que analizar cuáles son las diferentes formas de proceder de una política populista en una coyuntura de estabilidad relativa en el que el clima de impugnación del 15M -«¡Que se vayan todos!», «No nos representan»- ya no es mayoritario o, lo que es peor, es el caldo de cultivo de una extrema derecha que se hace pasar por el enfant terrible de la política española. Algunos de los rasgos del populismo que hicimos nuestros en los años inmediatamente anteriores son necesarios de conservar. La centralidad que le otorgamos al conflicto social es uno de ellos.

Por suerte, la promesa del fin de la historia dejó de ser operativa, el espejismo de la sustitución de la política por la gestión y el cálculo de lo existente se derrumbó con el advenimiento de la crisis financiera de 2008. Sin embargo, el régimen afectivo del neoliberalismo, eso que llamamos realismo capitalista, se impone todavía como un fantasma que coloniza el inconsciente colectivo y coarta la imaginación de futuros posibles. En un mundo dominado por la potencia omniabarcante del capital, el establecimiento de un antagonismo efectivo requiere de nuevas metodologías, de herramientas conceptuales y políticas que nos ayuden a trazar mapas para orientarnos. En este sentido, y sin tener mucha idea de lo que estoy diciendo, tengo la intuición de que podría ser extremadamente útil explorar en profundidad el concepto de cartografía cognitiva elaborado por Fredric Jameson. El ejercicio de síntesis para la proyección de un enemigo común puede parecer sencillo, ya que toda la izquierda tiene muy claro quién es el oponente. El obstáculo principal es que el capitalismo tardío impregna hasta el último rincón de lo cotidiano, de ahí que sea más probable que nos volvamos completamente locos y terminemos por ver y señalar trazas de capital o patriarcado en cualquier parte a que construyamos una alternativa radical, seductora y con un antagonismo más o menos bien delimitado. A pesar de que el conflicto se encuentra siempre presente y atraviesa todos los ámbitos de la totalidad social, es también imprescindible analizar cuál es su expresión política en el momento concreto en el que se aborda. Esto es, la coyuntura en la que se inscribe y los modos en los que se manifiesta.

La instauración de una frontera que nos sitúa en la otra orilla de una otredad radical conduce de manera inevitable a establecer los contornos para la definición de un nosotros. Los continuos tropiezos y las fluctuaciones del contexto político nacional e internacional han alterado radicalmente los límites del difuso sujeto político que se intuyó con el nacimiento de Podemos y el crecimiento exponencial de movimientos como el feminismo. Además, la irrupción en el campo político de la izquierda de corrientes profundamente reaccionarias nos obligan a redefinir el perímetro de lo que somos.

Mientras que algunas de estas nuevas corrientes monstruosas de la izquierda están más cerca de las posiciones del adversario que de las nuestras propias, emergen nuevas demandas y proyectos ilusionantes que modifican por completo los pilares teóricos y prácticos del sujeto político clásico. Tal es el caso, por ejemplo, del marxismo queer. La problemática en torno a la ley trans dividió en dos el sujeto del feminismo, dando lugar a posiciones conservadoras o directamente reaccionarias, por un lado, y a un feminismo más diverso y plural que manifestó su inclinación a repensar sus fundamentos. Es aquí donde se enmarca y va acumulando fuerzas una corriente que concibe la diversidad sexual y la identidad de género ligada a los modos de producción en los que se inscribe, que ha cristalizado en proyectos como Rojo del Arcoíris o la traducción de libros imprescindibles, como el clásico de Leslie Feinberg Stone, Butch, Blues por la editorial Antipersona.

El populismo también necesita establecer un vínculo entre demandas y proyectos para la constitución de ese nosotros que, por ahora, no tiene nombre propio. En mi opinión, es imprescindible atender aquí, como he señalado en otras ocasiones, a la dimensión material de la hegemonía. Ha sido habitual entender la hegemonía en un sentido psicopolítico, algo así como la dominación a través de las mentalidades. Y algo de eso hay, aunque dominación no sería la palabra adecuada. Se ha obviado la otra cara de la moneda, los lugares y los objetos que son la condición de posibilidad de esa hegemonía. La articulación de los nodos sociales se hace mediante la producción de espacios intermedios: la elaboración de estrategias, de una política molecular del encuentro que tenga como objetivo el mantenimiento de la unidad en la diferencia, y consciente del frágil equilibrio entre la proliferación de puntos de antagonismo.

Por si fuera poco, además, como el título de la famosa novela de Nanni Ballestrini, lo queremos todo. El objetivo principal del sujeto político populista ha de ser el de vivir bien, no solo de manera digna, sino exigir el derecho a disfrutar de los cada vez más escasos placeres que nos ofrece la vida. Todas estamos cansadas de que se asocie a la izquierda con la austeridad, de que se nos acuse de hipócritas porque nuestros ideales serían contradictorios con nuestros modos de vida, esto es, tener un MacBook, un Iphone o salir a cenar en raras ocasiones a algún restaurante más caro de lo habitual. A mí, incluso se me señaló en Twitter por ser de izquierda y tener una foto con traje de chaqueta en el perfil.

Lo peor de todo, es que a veces intentamos parecernos a la caricatura que han hecho de nosotros. Voy a contar una anécdota que me parece especialmente ilustrativa al respecto. Recuerdo que un compañero uruguayo me dijo una vez que nadie había hecho más daño a la imagen de la izquierda en Uruguay que Pepe Mújica. Respondí con cierto asombro, no sabía muy bien qué era lo que me quería decir con eso. Entonces, continúo: ahora, parece que para ser de izquierda tienes que vivir en una cabaña en el campo, conducir un auto viejo y vestir con las prendas que has heredado de tu abuelo, y esa no es la vida que aspiramos a tener ni yo ni mis compañeros de militancia. Más allá de lo anecdótico, es innegable que tenemos la tendencia a vincular la austeridad y la escasez con la rectitud moral y no tenemos porqué renunciar a la abundancia, al deseo de una vida buena y cómoda, ni rehusar a los placeres y retirarnos a la vida monástica. Siguiendo a Jorge Moruno, la izquierda no tiene que renunciar al caviar, bastaría con democratizarlo.

Asimismo, el derecho de todas al acceso a los bienes y servicios no debería estar mediado por el empleo, y este es el nodo de intersección de un populismo del lujo con un sistema totalmente automatizado. El trabajo no puede ser más aquello que atribuya un valor a nuestra existencia, que nos dignifique como seres humanos. Aunque sería un error caer en el solucionismo tecnológico, igualmente pospolítico, no deberíamos ignorar o despreciar las posibilidades técnicas de un socialismo de nuevo tipo. Es posible conciliar la nostalgia del racionamiento y de la planificación, en palabras de César Rendueles, con el desarrollo computacional para el almacenamiento de datos en tiempo real y una distribución eficiente de los recursos, con herramientas que ya utilizan a día de hoy empresas como Walmart o Amazon. No sería una mala idea retomar el proyecto Cybersyn o, al menos, la imaginación política para diseñarlo y la valentía para llevarlo a cabo. No me voy a extender más sobre esto último, únicamente recomendar encarecidamente el libro de Martín Arboleda Gobernar la utopía. Sobre planificación y poder popular, publicado por la editorial Caja Negra.

Cualquiera se habrá dado cuenta de que el encabezamiento del artículo es una variación del título del famoso libro de Aaron Bastani Comunismo de lujo totalmente automatizado, recientemente traducido al castellano por la editorial Antipersona. En realidad, es el propio Bastani el que afirma que toda acción política hoy ha de ser populista, por lo que no estoy siendo en absoluto original. Cuando comencé a escribir, tenía la intención de hacer más referencias al libro, que leí hace ya tiempo. Al revisarlo, he recordado que tengo muchas diferencias con lo que propone. Sin embargo, la afirmación de la necesidad de un populismo de lujo totalmente automatizado no podría parecerme más pertinente, al menos, como nombre propio creo que es un buen punto de partida.

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