Otras miradas

La salud mental en los institutos: una pandemia oculta(da)

José Ignacio García

Profesor de instituto | Exdiputado de Adelante Andalucía en el Parlamento andaluz

La salud mental en los institutos: una pandemia oculta(da)
Adolescentes.- Pexels

La cuestión de la Salud Mental ha sido uno de los temas que ha irrumpido con más fuerza en los últimos tiempos. Pero me temo que se nos está escapando algo crucial. Si entre las personas adultas tenemos un problema enorme de Salud Mental, en la adolescencia esto se agrava cuantitativa y cualitativamente. Y está oculto. O peor, ocultado.

A las características propias de esta etapa en nuestra cultura (no todas negativas, por cierto) hay que sumar una pandemia que dura ya dos años, en este caso unos años cruciales en la conformación de la personalidad, y cuya principal consecuencia en la vida diaria ha sido la limitación de los contactos sociales.

La disminución de quedadas con amigos, suspensión de fiestas, actividades sociales, excursiones o viajes de fin de curso han sido la tónica habitual de los últimos dos años. Quien crea que esto es algo menor no comprende lo crucial que son las relaciones sociales de todo tipo en nuestra construcción como sujetos y en el desarrollo colectivo y cultural.

Además, esta pausa de lo presencial se da en un contexto especialmente proclive para el individualismo y su declinación más extrema: el aislamiento. Ya antes de la pandemia de la covid-19, las formas de socialización de nuevas generaciones estaban cambiando (de hecho, siempre lo están). Los adolescentes no es que no se relacionaran, sino que en muchas ocasiones sus relaciones sociales se hacen a través de videojuegos online, plataformas virtuales o redes sociales.

Formas tan válidas como cualquier otra, no hay ningún ánimo de juzgar en mis palabras. Pero sí hay que entenderlo en un marco cultural donde los valores imperantes tienen como eje central el individualismo neoliberal.

El psicólogo Martín Baró decía que "bien puede ser que un trastorno psíquico constituya un modo anormal de reaccionar frente a una situación normal, bien puede ocurrir también que se trate de una reacción normal a una situación anormal".

Ante esta situación podemos reaccionar llamando, con sorna y paternalismo, "generación de cristal" a nuestros adolescentes. O también podemos entender que el contexto social, político, económico y cultural que afrontan las próximas generaciones es sumamente complicado e imposible de afrontar sin fuertes consecuencias para la salud mental individual y colectiva.

¿Exagero? Veamos.

En este trimestre en el instituto he encontrado decenas de alumnos que sufren crisis de ansiedad, de mayor o menor gravedad, con asiduidad. Y no solo hablamos de la autoexigencia extrema de 2º de Bachillerato (algún día habrá que hablar de esto), también hablamos de alumnado que ante situaciones escolares o extraescolares ordinarias o cotidianas se ve desbordado y no tiene herramientas para afrontarlo o manejar la frustración.

También he descubierto que varias alumnas toman ansiolíticos para afrontar exámenes de bachillerato. Así de duro, una benzodiacepina antes de un examen de biología. Algunas con tratamiento médico, otras automedicándose a raíz de una vez hace años que se lo recetó el médico y otras porque están a mano en casa. Y no, no es casualidad que hable en femenino.

He encontrado varios alumnos y alumnas con ideación suicida. Familias que han venido a contar que tenían dicha sospecha o alumnado que de alguna forma nos lo ha contado a algún profesor o profesora. Ante esta situación, no existe en Andalucía ningún tipo de protocolo de actuación en los centros educativos, ni unas pautas ni nada que estandarice y guíe nuestra actuación profesional, como sí existe en otras CCAA como el País Valenciano.

También otra conducta desgraciadamente habitual y que en apenas tres meses he podido encontrar son las autolesiones. Tampoco hay ningún tipo de pauta por parte de la Consejería de Educación. Queda a nuestro criterio también.

Hubo un tiempo que tampoco había pautas, programas ni protocolos de actuación para el acoso escolar, las agresiones a un docente, la violencia machista, el maltrato infantil o la detección de necesidades específicas de apoyo educativo. Plantear un plan de actuación coordinado y conjunto en todos los centros educativos no es suficiente, pero sí es un primer paso imprescindible.

¿Se acuerdan de que hace años hablábamos de un fenómeno oriental llamado "hikikomori"? Eran jóvenes japoneses que no salían de sus cuartos, que no se relacionaban con nadie y que estaba muy ligado al mundo del videojuego. Pues ese fenómeno está aquí y está pasando desapercibido.

He encontrado alumnos que, principalmente a raíz de la pandemia, han limitado sus contactos casi hasta el extremo, apenas salen de casa y tienen verdadero pavor por las situaciones sociales. Alumnado cuyo miedo a lo social ha derivado en dejar de asistir a clase hasta el absentismo o el abandono escolar. Madres que vienen al instituto a contarnos que no pueden hacer que su hijo salga de casa, ya sea para venir al instituto o para quedar con amigos.

Con estas situaciones, aunque pueda parecer incomprensible, no existe ningún mecanismo formal de derivación o coordinación entre los centros educativos y las Unidades de Salud Mental Infantil y Juvenil. No hay ningún sistema oficial por el cual yo como orientador, al detectar un alumno que pueda requerir una intervención psicológica de carácter clínico, pueda informar y trasladarlo al servicio de salud correspondiente.

La coordinación queda a expensas de la iniciativa propia de los profesionales de ambos servicios. Solemos hablar, llamarnos por teléfono y comentar situaciones. Pero sin un protocolo claro de traslado de información o actuación conjunta.

En una reunión con una madre desesperada porque su hijo vive una de estas situaciones me preguntaba que qué más podía hacer. Nosotros ya le habíamos dado un informe donde decía que necesitaba intervención clínica, ella había solicitado cita en Salud Mental y la cita se la habían dado para 3 meses después. ¿Alguien ha pensado lo que son 3 meses en la cabeza de un chico de 14 años en alguna de estas situaciones? Según los últimos datos, en España hay 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes en el Sistema Nacional de Salud. Lejísimos de la media europea que es 18. Y a años luz de lo que necesitamos.

La única respuesta que yo tenía para esa madre era la evidente. Con vergüenza le dije: un psicólogo privado. La madre me dijo lo que yo ya sabía, que no podía pagarlo. Y ahí acabó el derecho a la Salud Mental de mi alumno.

La consulta más común de un psicólogo privado en Andalucía ronda el mínimo de 60€ por sesión. No es caro. Detrás de esa sesión hay un enorme trabajo, muchísima formación y gastos diversos de gestión. Pero sí es mucho dinero, un dinero que hace que sea inaccesible para una gran parte de la población. La salud mental de nuestros adolescentes, como todo, también es cuestión de clase.

Haciendo este repaso por estas casuísticas hay una pregunta que me martillea: ¿cuántas situaciones semejantes estarán pasando desapercibidas? En mi instituto son más mil alumnos y alumnas y un solo orientador. Y no es un caso aislado, es la situación más común en los institutos de Andalucía. Un dato demoledor: la ONU recomienda una ratio de un orientador por cada 250 alumnos.

Debo decir que en estas generaciones también hay factores positivos en cuanto a la salud mental, elementos que nos hacen comprobar que hay esperanza. Percibo, y no tengo datos para demostrarlo, que las generaciones que hoy llenan las aulas de nuestros institutos, si la comparamos con la mía hace unos cuantos lustros, tienen menos tabús relacionados con el bienestar psicológico, no tienen tanto problema por pedir ayuda y el cuidado emocional entra entre sus preocupaciones. Esto son pasos de gigante. Los esfuerzos dan frutos.

Alguien podrá decir que todo esto ha pasado siempre y se superó, que todos pasamos por el instituto y sobrevivimos sin tanto drama. Habría que ver los datos, pero aún ignorando los efectos psicosociales de esta pandemia, y suponiendo que sí que hubiera pasado siempre: ¿y qué? ¿Hace falta que enumeremos la cantidad de cosas que "pasaron siempre" y como sociedad trabajamos para eliminarlas?

Una pandemia oculta(da) recorre nuestros institutos. Hay muchos adolescentes que están sufriendo y no hay esfuerzos políticos para abordar la situación. Podemos seguir pensando en lo psicológico como algo individual, feo e incómodo, que se vive de puertas para adentro de casa (o aula) y pagar las consecuencias como sociedad.

O también podemos afrontar esto como lo que es: un problema colectivo, que demanda soluciones políticas que pasan obligatoriamente por más recursos, pero que sobre todo requiere replantearnos la sociedad que hemos construido.

Esto es más difícil, pero a la larga merece la pena. Como ir terapia, merece la pena.

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