Otras miradas

La eterna lucha por la igualdad: a propósito del último libro de Piketty

Mario Ríos Fernández

Analista político, doctorando en la Universitat de Girona y profesor asociado en la Universitat de Barcelona y en la UdG.

La eterna lucha por la igualdad: a propósito del último libro de Piketty
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La lucha por la igualdad es el motor de la historia. Eso se desprende del último ensayo publicado por Thomas Piketty, un interesante trabajo de historia económica, política y social, más relevante si cabe por el momento histórico en el que se inscribe. Un momento en el que los marcos ideológicos que asentaban nuestra concepción de la economía se han resquebrajado después del impacto de la pandemia. Aunque es prematuro hablar del final del neoliberalismo como paradigma económico imperante, sí que es verdad que algunos de sus dogmas empiezan a resquebrajarse después del impacto social, económico y laboral causado por la pandemia de la covid-19. El fetichismo por la austeridad, una política monetaria restrictiva o la negación del intervencionismo estatal parecen estar guardados en un cajón a la espera de que las fuerzas promercado vuelvan a recuperar la hegemonía ideológica. Una hegemonía que obras como Una breve historia de la igualdad intenta combatir.

Si en sus anteriores obras, Piketty se centraba en el análisis de la desigualdad socioeconómica y en las justificaciones ideológicas y culturales que se han asociado a su mantenimiento en el tiempo, en este ensayo el autor invierte el objeto de estudio. Piketty analiza la búsqueda de la igualdad desde el S. XVIII. Para el economista, la lucha por la igualdad ha sido el hilo histórico que ha ligado luchas, revueltas y revoluciones a lo largo y ancho del globo desde hace más de 300 años, consolidando una tendencia que, con sus avances y retrocesos, camina siempre hacía mayores cotas de igualdad. Cuestiones como un reparto más equitativo de la riqueza, de los ingresos o de las propiedades, el acceso al poder político o el reconocimiento de derechos, pasando por la mejora en los indicadores educativos o sanitarios son ejemplos de esa tendencia.

Sin embargo, es necesario hacer hincapié en cómo el economista francés define la desigualdad ya que se aleja de lecturas economicistas de la misma. Para Piketty la desigualdad es un fenómeno multidimensional cuyas derivadas se relacionan con el poder político, el estatus social, los ingresos, el género, la etnia, las propiedades o el acceso a determinados bienes y servicios y afectan directamente al individuo. El autor considera la desigualdad, por lo tanto, como un conjunto de factores construidos políticamente que afectan al pleno desarrollo de las capacidades y a la autonomía de las personas. La desigualdad serían aquellos condicionantes estructurales que no nos permiten ser individuos autónomos y regir nuestros destinos. Unos condicionantes que emanan de decisiones políticas conscientes de determinados grupos que ostenta el poder y que se benefician de la situación.

La desigualdad, por lo tanto, es política y no es un fenómeno natural. Solo una actuación multidimensional contra la desigualdad puede ser efectiva ya que estos elementos se interrelacionan entre ellos dando lugar a múltiples factores de opresión. Estos factores han sido combatidos con la creación de unos mecanismos institucionales que han permitido transformar las sociedades desigualitarias por sociedades en las que instituciones de carácter más justo permitían consolidar unas estructuras políticas, sociales y económicas más igualitarias. Algunas de estos mecanismos institucionales son la igualdad jurídica, el sufragio universal, el seguro social universal, la progresividad fiscal el acceso a una educación gratuita o las leyes que fomentan la igualdad de género son un ejemplo. Todos estos mecanismos nacen de una serie de movilizaciones políticas y se han ido consolidando a lo largo del tiempo, aunque no sin dificultades. Piketty nos muestra como todas las luchas, revueltas y revoluciones sociales y políticas han sido en favor de la redistribución de la riqueza, el reequilibrio de poder o reconocimiento como grupos con acceso a la esfera política y las han llevado a cabo las mayorías oprimidas por las élites.

Ahora bien, la desigualad no se combate solo con movilizaciones. La consecución de la igualdad también se basaría en una batalla cultural e ideológica que asiente la base teórica y práctica de las nuevas estructuras. Este factor es vital porque la conquista del poder político sin un orden alternativo coherente y legítimo lleva al fracaso de estas experiencias y a la falta de consolidación de los mecanismos que deben estructurar una mayor igualdad. Los movimientos emancipadores deben tener la suficiente imaginación política para asentar nuevos consensos que sean aceptados socialmente. Lucha y hegemonía deben ir de la mano.

No obstante, parte del optimismo histórico que transmite Piketty parece topar con la realidad de los últimos 40 años. Si atendemos a los datos que autores como el propio Piketty, Milanovic o Atkinson han analizado, la tendencia hacía la igualdad parece haberse frenado en seco. La desigualdad se ha acelerado en la mayor parte de las sociedades democráticas y en los países en vías de desarrollo se da una creciente polarización de ingresos y de riqueza. Pero no solo ha habido un aumento de la desigualdad socioeconómica. Las consecuencias de la crisis climática además de las luchas por el reconocimiento de grupos minoritarios y oprimidos generan nuevos ejes de desigualdad que serán combustible para futuras luchas. Vivimos un momento además que, a causa del ascenso de fuerzas políticas reaccionarias a lo largo y ancho del planeta, algunos de los compromisos políticos que cimentan una cierta concepción igualitaria de la sociedad están en retroceso: la democracia representativa, los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales o la persecución de la disidencia política se dan o se han dado en Europa y en EEUU.

La lucha, por lo tanto, no ha acabado aún. Y es en los momentos de crisis y tensión, en el momento en que los sistemas políticos y económicos muestran sus costuras cuando las movilizaciones políticas pueden alcanzar su objetivo y cuando las nuevas ideas pueden penetrar en la opinión pública con más facilidad. Las crisis, y la del coronavirus es un buen ejemplo, son ventanas de oportunidades políticas y culturales que facilitan la lucha por instituciones más justas y emancipadoras. Es por eso por lo que las consecuencias de la pandemia deben ser aprovechadas por las fuerzas políticas que defienden proyectos igualitarios y emancipadores. Las izquierdas y todas las opciones políticas preocupadas por el aumento de la desigualdad en las últimas décadas deben aprovechar el contexto actual y tener en cuenta que la igualdad no solo se consigue con movilización y luchas, o con victorias electorales, por aplastantes que estas sean. Para combatir la desigualdad hace falta dar la batalla por las ideas. Producir marcos ideológicos coherentes que aúnen ambición política y posibilidades prácticas. El debate, la reflexión, la experimentación, la negociación y el acuerdo alrededor de qué instrumentos o mecanismos son los más justos para combatir la desigualdad son vitales para que estos sean considerados legítimos socialmente y eficaces en su cometido. Sin poder y sin alternativas ideológicas consistentes no hay cambio posible. La izquierda, por lo tanto, no debe olvidar la batalla cultural si quiere realmente reducir la desigualdad que rompe sociedades y deshumaniza al individuo. Una batalla ideológica que deben llevar a cabo las instituciones u organizaciones de intermediación como son los partidos o los sindicatos.

La consecución de la igualdad es constante. Es un proceso de lucha política y elaboración intelectual continuo para garantizar y consolidar los precarios compromisos sociales, políticos y económicos que combaten la desigualdad. Nunca se debe dar por segura: la lucha por la igualdad es eterna. Economistas como Piketty, Milanovic, Atkinson o Mazzucato ya han realizado su parte del trabajo: han generado y difundido el conocimiento suficiente para crear nuevas instituciones más justas. Ahora es el turno de la política. La movilización social, política y electoral en favor de proyectos políticos igualitarios es más necesaria que nunca y cuenta en su favor con un arsenal de propuestas y un contexto favorable. ¿Qué fuerzas políticas y sociales liderarán las nuevas propuestas igualitarias? Solo el futuro nos lo dirá.

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