Otras miradas

Sin Rufián no hay Gobierno progresista

Sergi Sol

Periodista

Sin Rufián no hay Gobierno progresista
El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, interviene en una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados.- Eduardo Parra / Europa Press

Pablo Iglesias lleva días mediando para restablecer los puentes entre los republicanos catalanes y Unidas Podemos tras el encontronazo por la reforma laboral.

Las palabras de Iglesias suenan mucho más fraternales que las de Yolanda Díaz. La vicepresidenta parece habérselo tomado como un asunto personal y no ha dejado de atacar a los republicanos y polemizar, en particular, con Gabriel Rufián que, a su vez, le ha devuelto las caricias. Díaz le exigió una adhesión incondicional. Y Garamendi remató con aquello de ‘no se toca ni una coma’. Era inviable que así se llegara a acuerdo alguno. Aunque tal vez Díaz contaba con que ERC no soportaría la presión de la mayoría sindical de UGT y CCOO. Una presión que a Bildu le resbala, puesto que en ‘las Vascongadas’ esa holgada mayoría la forman Lab y Ela.

Rufián es un orgulloso hijo de uno de los barrios más humildes de Catalunya. Y este aprendió de jovenzuelo que una regla básica en las calles del Fondo de Santa Coloma de Gramenet es que no te puedes dejar amedrentar. El ‘trágala’ de Díaz sería leído en las calles donde jugaba Rufián como un acto de chulería inadmisible. Si permites que se te suban a la chepa, te comen.

Díaz es hija de sindicalista. Pero con otros códigos, más de noble cuna. Por eso, ese emplazamiento a Rufián a adherirse, sin pestañear, a un acuerdo del que no supo nada hasta que éste se cerró a cal y canto, era inviable. Claro que Díaz tampoco logró los votos de sus paisanos del BNG. Ni tan siquiera el ilustre apoyo del PNV.

Hoy se especula sobre las heridas a largo plazo que pueda haber dejado la finalmente controvertida reforma laboral sobre el bloque de investidura. En particular entre UP y ERC. Porque para el PSOE el apoyo de Ciudadanos no sólo no representa problema alguno si no que la geometría variable les favorece ante buena parte de su electorado, más reacio a cualquier acuerdo con los independentistas catalanes por muy de izquierdas que sean.

El asunto es en buena medida un absurdo. Episodios mucho peores se han vivido desde el punto de vista de las gentes de Rufián, Junqueras y Maragall. Puesto que éste último, sin ir más lejos, vio cómo, tras ganar las elecciones los socios de Unidas Podemos en Catalunya, los Comuns le cortaban el paso a la alcaldía de Barcelona. La victoria de Esquerra en Barcelona supuso un hito histórico para los republicanos desde los tiempos de la República, cuando Barcelona no conocía alcalde alguno que no fuera de ERC. Los años dorados de Macià y Companys, las dos almas que encumbraron ERC. Eso también es lo que se llevó el franquismo.

Ada Colau optó en 2019 por un pacto cocinado por el PSOE para dejar a Maragall fuera. Y para ese fin no tuvo reparo alguno en pactar con los votos de la derecha más extrema de la ciudad. La que representaba el xenófobo Manuel Valls. Barcelona ha sido, de hecho, la primera gran administración española donde el voto más derechista ha determinado quién iba a estar al frente de la alcaldía. Y Colau lo aprovechó para dejar fuera del gobierno municipal a Esquerra.

¿Qué va a ocurrir en el Congreso entonces? Pues más o menos lo mismo que hasta ahora, siempre que se dé esa correlación de fuerzas y los votos de ERC sean determinantes. Los de ERC y los de Bildu y BNG. Los del PNV son otro cantar. Y los de Puigdemont incluso están en las antípodas puesto que creen que un Gobierno de la derecha con VOX sería agua de mayo para sus tesis. O por lo menos eso insinúan a menudo.

Otra cuestión  son las alianzas en Catalunya. ERC y PSC mantienen la mayor de las batallas. Sólo los de Junqueras aspiran a cuestionar la hegemonía metropolitana de los socialistas. Eso apuntan las encuestas municipales que ya manejan tanto socialistas como republicanos. ERC ya ha dado sustos importantes al PSC arrebatándoles las alcaldías de Lleida o Tarragona. También, en coalición, han colaborado en el desalojo del PSC en el gobierno de Terrassa, la tercera ciudad de Catalunya. Y ya hicieron lo mismo en Sabadell en la anterior legislatura. La paradoja es que Junts, endeble en términos metropolitanos, se ha convertido en la muleta socialista. Para los socialistas, Junts es un reposapiés con el que asentarse con comodidad y ahuyentar así la amenaza republicana en diversos de sus feudos históricos.

En Madrid van a seguir los acuerdos del Gobierno con ERC hasta el final de la legislatura. No sólo por las reflexiones de Iglesias. También porque el futuro de Ciudadanos -a los que Pedro Sánchez va a seguir utilizando a conveniencia- parece más fúnebre que incierto. Mucho deberían cambiar las cosas para que Pedro Sánchez pueda seguir como inquilino de la Moncloa tras finalizar la vigente legislatura sin el concurso de ERC, entre otros. También por eso no se puede permitir romper con los de Rufián. No es una cuestión de convicción sino de necesidad. Y ya decía Flaubert que ‘la necesidad es un obstáculo indestructible, todo lo que sobre ella se lanza, se estrella’.

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