Otras miradas

Geopolítica o personas

Marta Nebot

Geopolítica o personas
Protesta este sábado en Milán contra la guerra en Ucrania. EFE/EPA/MATTEO CORNER

Cuando decidí que quería ser periodista tenía catorce años y, por supuesto, quería ser reportera de guerra. Cuando lo conseguí, cubrí muchas batallas pero siempre dialécticas. Esta es la primera vez que huelo un conflicto armado aunque sea de lejos y así también apesta.

Las guerras sin nombres, sin caras, sin voces, en definitiva, sin carne, no nos tocan. Lo dicen las audiencias. Ésta tiene todo eso y un componente más: compartimos cultura, la europea. Es decir, se nos parecen o nos parecemos mucho. Además, están cerca y hay más de 112.000 ucranianos empadronados en España. Somos el cuarto país europeo dónde ya había más, antes de esto. Por todo eso suceden cosas como la que os voy a contar.

La prima de un conocido que hace años que no veo vivió en Ucrania un tiempo hace ídem. Un amigo suyo, traductor, ucraniano, que vive en Kiev y se llama Arkadi, le escribió desesperado el martes pasado. Le habían llegado noticias de que en el Donbás, en la provincia de Donetsk (frontera con Rusia), más de veinte mil civiles de dos aldeas llevaban desde el comienzo de la ofensiva bajo tierra en sótanos y la situación ya era desesperada. El fuego no paraba y les faltaban víveres y necesitaban asistencia sanitaria. Después de las reiteradas peticiones del gobernador de la región de un corredor humanitario que les salvara la vida, los rusos habían accedido a abrirlo pero estaban incumpliendo su promesa. Ella, a través de mi conocido, me pedía que le ayudara a dar difusión a esta emergencia.

Comprobar que Volnovaja y Donskoye existen y están en esa situación no fue fácil aunque eso no ha sido lo difícil.

Arkadi localizó a una chica joven, Vika, residente en Kiev, cuyos padres estaban en algún agujero de Volnovaja esperando a la suerte o a la muerte. Ella podía ser la testigo que denunciara su situación en alguna televisión española con el único objetivo de conseguir una salida para los suyos.

Cuando escribí a Vika, la tarde noche del martes, no leía los mensajes. La llamé y no lo cogía. A la mañana siguiente, lo mismo. Entonces volví a llamar a Arkadi, que justo estaba con unos periodistas en el barrio en el que se anclaba la antena de la televisión que esa noche un bombardeo ruso había reventado. Las fotos de la devastación y la sangre que me envió se me juntaron con la noticia de que Vika vivía en ese barrio. Ni Arkadi ni yo, después de esto, la hemos encontrado.

Desde la foto de su whatsapp me mira con sus ojos de veinteañera con todo por delante. Pasaría por una influencer. Rubia, con sus ojos claros, su plumas amarillo, su banderita de Ucrania y su sonrisa de vamos a ganar porque la vida es hermosa.

Después de muchas vueltas, localicé al corresponsal de televisión española que está más cerca de la zona. Óscar Mijallo me leyó y localizó a una chica que venía de Volnovaja, que contaba historias terribles, y me confirmó que harían un repor con ella.

Yo ya casi había perdido la esperanza de que alguien cubriera este episodio porque el conflicto se había recrudecido en pocas horas de tal manera que ya todo era caos y noticia y 20.000 personas atrapadas ya solo son más de lo mismo.

De la alegría de Arkadi y mía por la difusión pasé en menos de un segundo a la constatación de que el corredor humanitario que pedían desesperados, el motivo por el que quisieron convertirse en noticia, no iba a llegar porque lo contáramos. La guerra se ha desbordado.

Sin embargo, a mí ya esos 20.000 me van a acompañar siempre, y Vika y Arkadi. No se juega tan fácilmente a la geopolítica cuando a los muertos y a sus vivos se les mira cara a cara.

PD:  Termino este artículo con la noticia de que se ha abierto un corredor humanitario en Mariupol y Volnovaja. Les han dado cinco horas para huir del infierno. Ojalá lo consigan. Vika sigue sin dar señales de vida.

PD2: Justo antes de enviar esto la última hora es que los rusos no han respetado la tregua en Volnovaja.

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