Otras miradas

La guerra de huérfanos pequeños

Anita Botwin

La guerra de huérfanos pequeños
Los pasajeros llegan durante la llegada de los primeros refugiados ucranianos procedentes de la República de Moldavia en avión al aeropuerto de Frankfurt, en Frankfurt am Main, Alemania, el 25 de marzo de 2022.- EFE

"(...) la guerra ha comenzado, / lejos —nos dicen— y pequeña / —no hay por qué preocuparse—, cubriendo / de cadáveres mínimos distantes territorios, / de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños..." Ángel González

Vika, Tsarenko, Volodymyr son algunos de los nombres de los niños y niñas ucranianos que han visto truncada su vida por la guerra. Algunos de ellos han podido salir de allí con grandes dificultades, pero otros como Volodymyr se han tenido que quedar en Kiev. Hablo con su madre, que forma parte de la fundación benéfica   "Z teplom u sertsi" ("Con calor en el corazón").

Al otro lado de la pantalla, me cuenta que su hijo Volodymyr padece el síndrome de Opitz-Kaveggia, una rara enfermedad genética que provoca grave discapacidad intelectual. Me explica también que es el único chico en Ucrania con su patología. Ellos se han quedado en Kiev y han tenido problemas con el tratamiento, que no llegaba por la guerra. Ahora tiene más medicina, lograron abastecerse. "Pero no sabemos cuánto nos durará lo que tenemos y da mucho miedo", me cuenta.

Ya debe ser difícil vivir una guerra como para hacerlo además con una dificultad añadida, como tener una enfermedad o una discapacidad. Los que intentan huir lo hacen a duras penas, porque les empujan en la estación de tren, tienen frío, también hambre. Muchos de ellos están sin medicamentos, y están empeorando, según cuentan los médicos que les atienden.

Cuando suenan las alarmas aéreas, los niños y niñas atendidos en los hospitales, son trasladados a los refugios donde escuchan música a todo volumen para intentar camuflar el ruido de la guerra. Cuando las alarmas empiezan a sonar, muchos de esos niños son desconectados del tratamiento que estén recibiendo para sus enfermedades y les trasladan a toda prisa al bunker.

Vova, a quien llaman así de manera cariñosa, no iba a vivir, o eso dijeron los doctores cuando nació. Ahora, a sus diecisiete años, él no comprende lo que está pasando en su país y su madre está aliviada por ello "¡tal vez es bueno que no entienda todo este horror! Sin embargo, no pueden sacarle de Kiev porque podría sufrir convulsiones y en coche tampoco pueden huir, porque las tropas rusas disparan a civiles, cuenta su madre, incluso cuando llevan escrito "evacuaciones, niños". Vova construye una torre con cubos y juega con muñecos de peluche, ausente del ruido y la destrucción que reinan fuera. "Quiero paz, quiero que los niños no tengan miedo", pide su madre.

No tengo mucha esperanza en que el mensaje cale ni llegue a quien tenga que llegar, como una nota en una botella en el mar, que nunca llega, no sé por qué en las películas sí. Y es que al parecer no se ha establecido ninguna medida específica en nuestro país para dar cobertura a las personas con discapacidad, mayores y/o en situación de dependencia ucranianas refugiadas en su acceso a los apoyos, servicios y prestaciones sociales. Ahora se tienen que someter a largos procesos burocráticos, que bien conocemos las personas con discapacidad y que podrían dejarles sin protección durante meses o años.

Eso me hace pensar en las promesas vacías de ciertos estamentos que se llenan la boca hablando de que los refugiados son bienvenidos (ahora, porque antes no lo eran, así de arbitraria es la hospitalidad). Son muy solidarios de boquilla, pero recuerden que son de los que no ven pobres y su lema es el de bajar impuestos, justo lo que se necesita para poder ayudar a la gente que viene.

Ahora no puedo parar de pensar en qué pasaría si mi tratamiento se paralizara en caso de guerra como le ha pasado a Vova y a otras tantas personas en Ucrania, pero también en otros lugares; hace que se me hiele el corazón, se me ocurren pocas maneras más crueles de matar o condenar a una persona. Y más siendo niños y niñas, que no comprenden por qué el cielo se ilumina por las noches, y por qué no precisamente de estrellas fugaces. Como esos niños y niñas de Palestina, de Yemen, Afganistán, de Siria, tan olvidados bajo las bombas, como si fuera ya una nota más integrada en el paisaje bélico, ahora que ya hemos normalizado que el ser humano sea tan cruento y despiadado.

 

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