Otras miradas

'El acontecimiento': el aborto como cuestión de ciudadanía

Octavio Salazar Benítez

Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba

'El acontecimiento': el aborto como cuestión de ciudadanía
La directora y la protagonista de la película 'El acontecimiento', Audrey Diwan (d) y Anamaria Vartolomei (i), posan en el photocall de la presentación del film, en los Cines Princesa, a 9 de marzo de 2022, en Madrid (España).- Gustavo Valiente / Europa Press

Hace unos años leí El acontecimiento, de Annie Ernaux, y me dejó absolutamente sobrecogido. En su sencillez narrativa, pero contundente, el libro me golpeó muy adentro porque me hizo enfrentarme, como hombre, a muchas realidades que tenían que ver conmigo y que con frecuencia no he querido mirar. También yo, como supongo que muchos colegas, en mayor o menor medida, hemos actuado como ese joven que deja embarazada a Anne, la protagonista, y luego se desentiende, dejándola sola ante la encrucijada que para ella supone enfrentarse a un estado no deseado. Creo que una de las tareas pendientes de los hombres en general, y de los igualitarios en particular, es asumir nuestras responsabilidades en todo lo que tiene que ver con la sexualidad y la reproducción. Me temo que seguimos viviendo en la extrema comodidad de pensar que ellas son las que tienen que ocuparse y preocuparse, mientras que nosotros seguimos instalados en el púlpito, solo dispuestos a gozar y en su caso a pasar página, no sintiéndonos parte de una sexualidad responsable como de las consecuencias que puedan derivar de su contraria. Como en tantas otras cosas, hemos dejado toda la carga en nuestras novias, mujeres, compañeras o ligues, las cuales, además, en gran medida, siguen sufriendo ese ejercicio de control/miedo que deriva de una cultura patriarcal que las somete a exámenes rigurosos de virtud.  Aunque la historia de la novela, ahora convertida en película, se desarrolla en la Francia de los años 60, me temo que décadas después las cosas han cambiado pero no tanto como debieran. Todavía hoy, en sociedades democráticas se supone que avanzadas, tenemos pendiente el reconocimiento constitucional de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Y en países como el nuestro, en el que desde 2010 tenemos una ley que reconoce la autonomía de las mujeres en dicho ámbito y el consecuente derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, comprobamos como sigue habiendo resistencias sociales, políticas y hasta médicas para su garantía efectiva. Recordemos los problemas que en la práctica sigue planteando el ejercicio masivo, y con frecuencia cínico e hipócrita, del derecho a la objeción de conciencia por parte de un sector del personal sanitario, ante la ausencia de un marco normativo suficientemente garantista para las mujeres en todo el territorio español. De la misma manera que seguimos asistiendo a todo tipo de manifestaciones que cuestionan el derecho e insisten en criminalizar a las mujeres que lo ejercitan. Ahí está, por ejemplo, para sonrojo de la ciudadanía, el apoyo que el Ayuntamiento de mi ciudad, Córdoba, prestó a una campaña que animaba a rezar en las clínicas donde se practican abortos para disuadir a las mujeres que acuden a ellas. Todo ello por no hablar, claro está, de los muchos países en que sus ciudadanas todavía tienen que salir a las calles para vindicar el que debería ser para ellas un derecho fundamental.

La angustiosa peripecia que sufre Anne, la joven protagonista de El acontecimiento, interpretada por una deslumbrante Anamaria Vartolomei, acaba siendo algo parecido a una historia de terror. De la misma manera que lo hace la novela de Ernaux, la directora, Audrey Diwan, consigue que el espectador sienta casi en sus propias carnes el dolor de Anne, la ira de Anne, la rebeldía de Anne ante una sociedad que lejos de garantizar su vida, su integridad física y moral, y por supuesto su autonomía, la conduce a un callejón de agravios y amenazas. Los eternos mecanismos de control y miedo que son la expresión mas rotunda de las relaciones de poder de un orden patriarcal que no hemos logrado superar del todo. Un orden en el que ha sido pieza esencial la subordinación de las mujeres a través de la instrumentalización de su cuerpo, su estatus de menores de edad a partir de su condición de reproductoras, la negación de su autonomía a través de un contrato sexual que nos ha permitido ser a nosotros sujetos depredadores y extractivistas de sus trabajos y capacidades. Todo ello unido a todo tipo de estrategias para que ellas estén y se sientas solas, sin redes de apoyo y sin confianza en sus iguales.

La lucha de Anne por acabar sus estudios universitarios, por convertirse en escritora, por no ser la eterna ama de casa, es la clave que nos permite a su vez entender la decisión que adopta en términos de autonomía. Un enfoque que todavía falta, a mi parecer, en la consideración jurídica del aborto, contemplado más desde el conflicto ético que se plantea entre los intereses de la madre y la vida del nasciturus que como un ejercicio de la autonomía sexual y reproductiva de las mujeres. De ahí lo laberíntico con frecuencia de los debates que lo rodean y lo perverso de muchas posiciones éticas y políticas que continúan poniéndolo en jaque, como de hecho tienen en vilo a nuestro Tribunal Constitucional que más de diez años después del recurso de inconstitucionalidad planteado por el PP contra la Ley Orgánica 2/2010 aún no se ha "atrevido" a dictar sentencia. Un ejemplo más, vergonzoso, del filo del alambre en el que suelen estar siempre los derechos humanos de las mujeres.

Todas y todos, muy especialmente todos, incluidos los magistrados del Tribunal Constitucional, deberíamos ver la magnífica película "El acontecimiento" para entender, ojalá de una vez por todas, que la interrupción voluntaria del embarazo no es una excepción ética, ni mucho menos debe ser un supuesto de exoneración de responsabilidad criminal, sino que es una proyección esencial de la capacidad de autodeterminación de las mujeres. Una cuestión central de la agenda feminista y que los hombres igualitarios, o sea, demócratas, deberíamos sentir como parte de nuestra lucha por un mundo en el que ellas no tengan que pasar nunca más por la dolorosa experiencia de Anne. Su dolor físico y emocional es también político.  Y justamente por ello es una cuestión de democracia y ciudadanía, no de valores éticos en conflicto ni de ponderaciones avaladas por expertos juristas. Es la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad de Anne lo que está en juego en El acontecimiento. Un horizonte todavía por alcanzar para la mayoría de las mujeres del planeta y que se nutre de una larga y penosa genealogía de lucha y sufrimiento que Ernaux nos acerca con la fuerza de la palabra encarnada en la joven que ahora, de la mano de Diwan, nos mira angustiada desde la pantalla.

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