Otras miradas

De cómo la guerra normaliza el racismo, el machismo y exige paz social 

Marga Ferré

Copresidenta de Transform Europe!

La entrada al Teatro Académico Nacional de Ópera y Ballet de Odessa está cubierta con sacos de arena en Odesa, Ucrania, el 3 de abril de 2022. EFE/EPA/GEORGE VITSARAS
La entrada al Teatro Académico Nacional de Ópera y Ballet de Odessa está cubierta con sacos de arena en Odesa, Ucrania, el 3 de abril de 2022. EFE/EPA/GEORGE VITSARAS

Propongo, una vez más, analizar el discurso bélico de esta guerra más allá del "conmigo o contra mí" y superar el miedo a disentir de la agresiva arenga dominante que nos dice que si no aplaudes entusiasta a la OTAN y a Occidente (sea este lo que sea) eres un aliado de Putin y, por tanto, merecedor de desprecio, ergo, de castigo. Les propongo, en cambio, seguir el hilo de pensamiento de una de las mentes que mejor analizó la violencia, la de Hannah Arendt, cuando nos explica que "las cosas son mucho más complicadas que ese pensamiento del todo o nada, que, en realidad, más que explicar, simplifica y deforma".

Esa deformación de la que nos alerta Arendt, esa simplificación maniquea, impide el debate, lo cercena, casi lo prohíbe. Por eso disentir del discurso que nos insta a gastar el 2% del PIB en armarnos hasta los dientes o aceptar lo inaceptable en nombre de la excepcionalidad bélica, se me antoja una tarea moral y no lo digo desde ninguna superioridad, yo no soy quién, sino desde el ejemplo de personas mucho mejores que yo que, en momento muy duros, rompieron el silencio y se enfrentaron a la militarización y lo que significa y a la guerra como hecho y como excusa.

Uno de ellos lo hizo el 4 de abril de 1967, un año antes de que lo asesinaran, en una iglesia de Nueva York. Ese día Martin Luther King iba a romper estereotipos en un mítico discurso que, bajo el título de "time to break the silence", desgranó para hablar de la guerra de Vietnam y la imposibilidad de que el movimiento por los derechos civiles no se uniera a los que exigían el fin de la guerra. Con su legendaria voz atacó la guerra y defendió la unificación de luchas porque, para él, militarismo, racismo y materialismo eran, y son, el mismo gigante al que vencer:

"Cuando las máquinas y las computadoras, el afán de lucro y los derechos de propiedad son considerados más importantes que las personas, no se podrá vencer a la tríada gigante del racismo, el materialismo y el militarismo".


Interpretó quien le escuchaba que la intersección de luchas era parte de la solución, la confluencia de voces de los que sufrían las consecuencias de la guerra y no aceptaban su justificación. Porque la guerra, incluida la de Ucrania, no son solo cuerpos destrozados, sino los intereses materiales que la provocan y su racismo aparejado.

A la tríada de Martin Luther King, me atrevo a añadirle un cuarto jinete, el machismo, hoy presente en la guerra de Ucrania y en toda Europa a través de la normalización con la que se acepta que a la guerra van solo los varones y que las mujeres tienen que dedicarse a cuidar. La irracionalidad y la estupidez (en el sentido científico del término) que el discurso bélico genera hace que nos parezca normal la segregación por sexos. Yo no quiero que nadie vaya a una guerra, soy pacifista, pero si no lo fuera me parecería ridículo considerar más útil a un varón de 50 años con artrosis que a una mujer de 19 que corra los cien metros en 14 segundos. Lo que quiero decir es que la segregación por sexo en una guerra forma parte de la concepción patriarcal, varonil, machota, consustancial a la idea del guerrero y funcional a la idea de dominación. Su triste reverso son las refugiadas y en este caso les señalo que uso el femenino por definición estadística: el 90% de los cuatro millones de personas refugiadas que huyen de la barbarie en Ucrania son mujeres y niños, según unas estadísticas que, por cierto, parecen considerarnos una sola categoría, no dos.

Mucho se ha escrito y poco se ha hecho ante la evidencia culpable del trato a los refugiados que Europa ofrece dependiendo del color de su piel. Las refugiadas ucranianas merecen toda nuestra ayuda y solidaridad, por supuesto, exactamente igual que la merecen los refugiados de otras guerras o los que huyen en cayuco. Es imposible no darse cuenta de que el grado de oscuridad en el color de la piel de los refugiados mide el nivel de empatía de nuestros gobiernos y eso hace que me pregunte si este racismo repulsivo forma parte de los "valores occidentales" que se supone que hay que defender. Característica común de la extrema derecha y el discurso bélico es concebir, como dice Judith Butler en su libro Sin Miedo, que "la alteridad es sinónimo de amenaza", es decir, categorizar al "otro", al diferente al "nosotros", como no-llorable, por usar las bellas y acertadas palabras de Butler en su defensa de la no violencia.


De eso se trata, de que la deformación arendtiana de la realidad no se convierta en aceptable, en norma. Hoy la mayoría de la gente en Europa ve cómo pierde poder adquisitivo a velocidad de vértigo y cómo nuestros gobernantes apelan a un esfuerzo de los de abajo (cómo no) para sostener el esfuerzo bélico como excusa para un pacto de rentas que, no les quepa duda, no afectará a los que más tienen. Apelan a la paz social, a que no nos quejemos porque hay una guerra en marcha y sería casi una traición siquiera levantar la voz para denunciarlo.

Esta guerra no solo va de muertos y refugiados, sino de exacerbar el racismo, el machismo y el empobrecimiento de los que vivimos de nuestro salario bajo la exhortación bélica de que hay que defender los "valores occidentales" frente al "otro" amenazante. Al parecer se refieren al mundo no-occidental en general y rusos y chinos en particular. Me enerva tanto su supremacismo hueco que no puedo dejar de escribir lo siguiente:

No hay valores occidentales, sino derechos conquistados. Lo mejor de Europa, sus derechos y libertades y su atacado estado del bienestar no surgió de valores abstractos mesiánicos, sino derechos concretos, cada uno de ellos arrancado a dentelladas a las élites poseedoras que jamás quisieron ceder ni uno solo de sus privilegios. Un continente, el nuestro, que si goza de derechos es porque hubo quien lucho por ellos y no fueron las clases dominantes, sino los de abajo, el movimiento obrero, las feministas, los defensores de los derechos civiles, las ecologistas quienes los arrancaron con mucho esfuerzo, contra viento y marea, con sus cuerpos y muchas veces con sus vidas.


Ellos y ellas nos deberían recordar que no cedamos ante sus arengas, neguémonos a aumentar el gasto militar, exijamos una estrategia de seguridad y paz compartida autónoma en Europa, el fin de las armas nucleares, la defensa de los derechos construidos, romper el silencio y que no nos roben.

Esta guerra, sus causas, sus consecuencias y que la usen como excusa, nos afecta a todos y quizá por eso han vuelto a mi mente las palabras de Luther King, su apelación a la acción común y también otras que, con la misma intención, pronunció en otro momento y que deberían grabarse en los frontispicios de mármol de los fríos palacios del poder: "la violencia crea más problemas sociales que los que resuelve".

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