Otras miradas

El parche de la medicación excesiva

Ana Bernal Triviño

El parche de la medicación excesiva
.- PIXABAY

Quien haya podido, acaba de pasar algún día de descanso durante esta Semana Santa. O, si acaso, algunas horas. Y, al menos en mi círculo, la tónica ha sido la de encontrar en ese espacio la capacidad para desconectar, descansar o despejar la cabeza de todos los problemas. La puesta en valor de que las pausas y centrarse en la esencia de la vida son un impulso para seguir. 

Justo esta semana leí una entrevista de James Davies, psicoterapeuta y escritor de Sedados que advertía justo de esto, de la salud mental. Pero de cómo, cuando falla, se palía de forma mayoritaria con una medicación que, a la larga, no soluciona ese malestar.

2021 marcó un máximo histórico en los medicamentos con receta comprados en las farmacias. La compra de analgésicos ha crecido un 50% en estos últimos diez años, según los datos del Ministerio de Sanidad. ¿Será casualidad que son los años que coinciden con la crisis económica más profunda que hemos tenido? Entre ellos, el mayor aumento ha sido de un 45%, con los antidepresivos. En el mismo periodo también se ha disparado los anticonceptivos hormonales, en más de un 1000% y aquí habría que ir al fondo del asunto. 

También ha aumentado el consumo de opioides porque las unidades de dolor son escasas y con poca dotación. Pero el dolor te dice "estoy aquí" y quiero una "solución ahora", lo que provoca aplicar una medicación urgente para alargar un dolor crónico. Carme Valls, en su libro Mujeres Invisibles, recoge cómo lleva años denunciando el mal diagnóstico de enfermedades en las mujeres, a las que se mandan tranquilizantes o antidepresivos de forma excesiva. La sobrecarga del trabajo en el hogar, mental y física,  origina situaciones de estrés o ansiedad donde la medicación es solo un parche que no corrige el problema en origen. 

¿Puede ser sana una sociedad medicalizada en exceso? Pastillas y más pastillas para una sociedad a la que se deja sedada y narcotizada ante el dolor o ante el sufrimiento. Pastillas y pastillas que son rentables para una parte de la industria y la única forma de corregir situaciones como la débil atención en primaria ante la falta de tiempo por parte de los facultativos. Quizás el propio sistema nacional de salud tendría que poner en una balanza de cuánto ahorro y bienestar en la salud provocaría un aumento de la atención psicológica, en un país con solo seis psicólogos por cada 100000 habitantes. Quizás, por ello, solo la mitad de la población diagnosticada por depresión lo es en los centros de Atención Primaria. Quizás, con solo corregir esto, ya se podrían prevenir muchas situaciones irreversibles y acompañar a las personas en los múltiples duelos de la vida, donde las pastillas no arreglan ese sufrimiento.

En esto, podríamos abrir otro gran tema y es que los profesionales de la salud mental sean sobre todo eso, profesionales. La especialidad es un grado y estoy cansada de encontrarme, por ejemplo, con mujeres que sufren violencia machista y que quien les hace terapia terminen por inculcarle incluso un grado de responsabilidad en sus actos, siendo ella la víctima. Una muestra más de que la falta de perspectiva de género de forma transversal puede empeorar una situación e, incluso, poner en peligro su propia vida cuando se blanquea la violencia que se recibe.

Pero, por encima del exceso de medicación e incluso por encima de la atención de cualquier terapeuta, habrá siempre una asignatura pendiente que no arreglará ni uno ni otro. Y es todo ese malestar emocional que la pobreza o la desigualdad genera. Asumir ya que hay gente que no superará su estrés porque la causa está en la propia estructura. Hay cosas que la psiquiatría no podrá mejorar porque el desempleo, la precariedad o la falta de apoyo social sostenida en el tiempo termina por  cambiar el carácter, por dañar la ilusión, por perder las ganas de avanzar ni de tener retos. Recibir un sueldo que no te saca de la pobreza o el no tener tiempo para los tuyos genera ansiedad. Pero también otras circunstancias como el miedo ante el acoso en las escuelas,  la angustia ante el acoso de un jefe que sabe de su poder y tu vulnerabilidad, o el estrés continuo de vivir con un maltratador mientras no te atreves a poner nombre a lo que te sucede, porque escuchas en las noticias que eso de la violencia de género es un invento. Todo eso se soluciona con buenas políticas, nada más.

Y con todo esto los mensajes del "tú puedes" , de la meritocracia, del "revísate tú", del "intenta encontrar tu paz interior" y de la filosofía happy no ayudan en nada. Al revés, hunden más, porque hay unas condiciones de partida donde las historias mágicas que se venden en Instagram no pueden ser ejemplo para todo el mundo. Hay que cambiar las condiciones de vida para cambiar la mente. O eso, o harán de nosotros una panda de zombies a los que la vida pasará por delante sin que otros les dejen vivirla. Que, a veces, parece que de eso se trata.

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