Otras miradas

La izquierda prorrusa, 'wishful thinking' y otros monstruos

Manuel Romero Fernández

Director del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social

La izquierda prorrusa, 'wishful thinking' y otros monstruos
Imagen de archivo.- Pixabay

Normalmente no suelo ocupar mi tiempo en escribir este tipo de artículos, ni básicamente a dedicarle un solo segundo a los comentarios de los cuatro retrógrados que pululan por las redes sociales en busca de carnaza, pero lo de esta semana ha sido algo parecido al circo de los horrores. En su ya conocidísimo libro Después de lo trans, Elizabeth Duval manifestaba estar harta de lo trans, de ser preguntada y de reconocerse en la obligación de opinar sobre todas las cuestiones referidas a lo trans únicamente por su condición de mujer trans. Así que decidió escribir un libro para poner punto final. En un intento de hacer algo similar pero más modesto, y sin yo formar parte de este grupo de cabestros, como una forma civilizada de expresar mi cabreo y plasmar los sentimientos poco agradables que me generan, voy a dedicarle unas líneas a semejantes cavernícolas.

En primer lugar, me gustaría decir algo acerca de lo monstruoso para que no haya confusiones respecto al título. Uno de los últimos libros que leí -y que me dejó fascinado- fue Yo soy el monstruo que os habla, el célebre discurso de Paul B. Preciado frente a un elenco de psicoanalistas de la Escuela de la Causa Freudiana en París, y sobre el que recientemente ha publicado un artículo la camarada Ira Hybris. En el texto, Preciado hace una defensa de lo monstruoso como la posición de enunciación de los sin parte, de las personas relegadas a los márgenes a las que se les ha negado su condición de sujeto y han sido expulsadas hasta lo que está más allá de las demarcaciones de la normalidad. La reapropiación es un gesto político frecuente y en ocasiones muy efectivo, como en el caso de lo ocurrido con el insulto queer. Los significantes también son un terreno de disputa política cuyo contenido puede oscilar entre un sentido u otro: la clave está en no entregarse a los excesos del voluntarismo y creer que el significado puede variar como por arte de magia y que no está sujeto también a otros muchos factores.

Desde que leí por primera vez los textos de Preciado o Judith Butler, la defensa de lo abyecto me ha resultado una actitud de rebeldía por parte del oprimido siempre sugerente y, por qué no decirlo, políticamente atractiva y útil: una manera de hacer de una no-identidad una invitación a la solidaridad y el reconocimiento colectivo desde el otro lado de la frontera de un orden social naturalizado. Más allá de la opinión que a cada uno le merezca, nadie podría negar que es un gesto de lo más hermoso. Sin embargo, una problematización de las reivindicaciones de lo monstruoso que se encuentra en el libro Monstruos del mercado. Zombies, vampiros y capitalismo global, traducido al castellano recientemente por José Luís Rodríguez para la editorial Levanta Fuego, me hizo cuestionarme la efectividad política de la reapropiación de lo abyecto más allá de la fascinación por el ademán iconoclasta. No me detendré sobre esto, no es la intención principal de este artículo, pero si les interesa la discusión les invito encarecidamente a que se adentren en los textos que se han citado aquí. Básicamente, lo que pretendo decir es que a lo largo de esta breve columna de opinión haré referencia a lo monstruoso en el sentido peyorativo del término, y lo utilizaré para aludir, tal y como lo hacía Marx, a las fuerzas destructivas del capital y a esos engendros que surgen en el interregno entre el ocaso de lo viejo y el nacimiento de los proyectos renovadores del orden social.

Ya es de sobra conocida por todo el mundo la cita con la que cerraba el párrafo anterior, esa con la que Antonio Gramsci definía los periodos de crisis. Si bien es asombrosamente certera, tomarla al pie de la letra implica el riesgo de interpretar que esta es la secuencia lógica de los hechos que jalonan los movimientos pendulares de la historia, pero hay algo de lo que no tenemos ninguna certeza: ni de que lo nuevo finalmente termine por imponerse y, en el caso de lo que lo logre, que lo que venga después del capital será mejor o más progresista, ni de cuánto tiempo tendremos que convivir con los monstruos. Si observamos con cierto detenimiento nuestro intervalo presente nos daremos cuenta de que lo nuevo ya está muriendo, que la desaparición de lo viejo se prolonga en el tiempo como una losa cada vez más pesada que aplasta el pensamiento y absorbe la creatividad de las nuevas generaciones, y de que los monstruos no dejan de proliferar y multiplicarse. Y son algunas de estas criaturas a las que voy a nombrar a continuación, afirmando sin ambages -eso sí, a brocha gorda y sin espacio para introducir matices- que brotan de entre las ruinas del neoliberalismo, y que, por lo tanto, es allí donde tenemos que intervenir si queremos acabar con ellas y dejar paso al reverdecimiento de las nuevas ideas y estrategias para el cambio social -en un sentido positivo, obvio.


Las redes sociales, Twitter en concreto, y el ecosistema mediático, especialmente la televisión, son probablemente por sus propias dinámicas de funcionamiento el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de los monstruos. Los más comunes de entre todos ellos en los últimos meses han sido los aliados del putinismo en España. La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha dado lugar a las posiciones más variopintas en relación con el conflicto. Hay una suerte de personajes que desde el principio han dado su apoyo público a Putin, y no hablo de las extremas derechas, esos indeseables han tenido esconder sus vergüenzas mirando hacia otro lado o mandando a reciclar millones de panfletos porque en ellos aparecían vanagloriándose de su relación de amistad con el dirigente ruso. Me refiero a gente que se autodenomina de izquierdas. Honestamente, al margen de los que quieren encontrar que las intenciones veladas de Putin son algo así como el restablecimiento de la Unión Soviética y el propio presidente es la reencarnación del hombre de acero, me cuesta horrores entender las razones de fondo que hay detrás de la defensa de un acto tan evidente de barbarie imperialista. Los estalibanes, como los ha bautizado Santiago Alba Rico en su artículo Ucrania y la izquierda. Es importante, al menos para mí, no confundirlos con los que no dejan de gritar consignas como ni Putin ni OTAN. Estos últimos han cometido alguna que otra torpeza significativa estratégica y comunicativamente, pero las razones de fondo son sinceras y legítimas. Tampoco con quienes además se han mostrado escépticos en ocasiones. Es cierto que es repugnante ver como los medios de comunicación, en un ejercicio de cinismo e hipocresía tan propio de los intendentes leales a las clases dominantes, muestran su apoyo incondicional a las víctimas de la invasión mientras llevan tantísimo tiempo guardando un silencio cómplice y blanqueando las agresiones imperialistas de gobiernos como el estadounidense en otras partes del mundo. A esta gente les diría que no se equivoquen, que la solución no está en mostrar desconfianza ante la evidencia de las imágenes que recibimos, en decir una y otra vez eso de "yo condeno al gobierno ruso, pero...". Un verdadero izquierdista, como ya dijo el filósofo Slavoj Zizek a propósito de los atentados de París de noviembre de 2015, debería de mostrar su apoyo incondicional al pueblo ucraniano precisamente para ir más allá de Ucrania y extender la solidaridad a todos los pueblos del mundo que son víctimas de la barbarie.

Lamentablemente, hay más monstruos en el catálogo de los horrores. No pueden faltar aquí los ofendiditos, los valedores de lo políticamente incorrecto que se lamentan de lo woke y la cultura de la cancelación desde las tribunas de los periódicos con más audiencia del país. Esta gente dedica sus redes sociales y sus columnas de opinión a la autovictimización ante el avance del feminismo y otras luchas por la justicia social, al coqueteo con la extrema derecha y a la provocación permanente. Hay algunos cuyos comentarios en realidad me provocan verdadera lástima. Viejos referentes intelectuales de la izquierda que ya van a calzón quitado y ante la disyuntiva electoral del pasado domingo en Francia declararon de manera poco disimulada que darían su voto a Marine Le Pen so pretexto de cualquier estupidez. Este tipo de cosas le hacen preguntarse a uno qué es lo que ha pasado durante estos años para que hayamos llegado hasta aquí. Tampoco es nuevo, no nos engañemos. La defensa del Decreto Dignidad sembró unos antecedentes terribles. Otros, quizá en una órbita algo diferente pero también del mismo grupo, prefieren orientar su cruzada contra lo queer y otras corrientes y reivindicaciones, según ellos, estrafalarias y poco materiales. Es así que no soportan la idea de que haya periódicos que decidan entrevistar a Paul B. Preciado y dedicarle un espacio privilegiado en su página web, ese filósofo trans que citaba al inicio del artículo y que es, sin lugar a dudas, uno de los intelectuales españoles con más reconocimiento y proyección internacional. Todos estos son la versión castiza de la oruga gritona que aparece en Los Simpson: si no le hacen caso constantemente, morirá. Pues eso, deberíamos de aplicarnos el cuento, yo el primero por escribir esto que escribo, y escuchar los consejos que nos ofrecen desde Los Simpson y la cuenta de Twitter @noledescasito, que se creó precisamente para evitar la viralización de los contenidos que dan cobertura a los mensajes de la extrema derecha, y no alimentar al monstruo -al menos mientras podamos y esa sea la forma más correcta y eficaz de combatirlo.

Me gustaría decir que aquí termina el artículo y con él la pesadilla, que ya no aparecieron más monstruos ni en las redes ni en televisión esta semana, pero estaría faltando a la verdad. Este último al menos no se autoproclama de izquierda, por si sirve de consuelo. Es uno de los grandes gurúes de la autoayuda en España, un tipo que se lucra diciendo sandeces y despropósitos en charlas TED y vendiendo libros que son un compendio de generalidades y wishful thinking. Apareció en un programa de La Sexta soltando barbaridades sobre la vida y el éxito y el fracaso, además de otros tópicos fundamentales de la nueva espiritualidad del posfordismo. Estos maníacos repiten una y otra vez eso de que si cierras los ojos y te concentras adecuadamente se cumplen tus sueños, ofreciéndote una salida individual a problemas colectivos. Te invitan a que concentres la energía en pensamientos positivos y la proyectes hacia el futuro y que, además, lo compagines con ejercicios de respiración, una combinación perfecta que te ayudará a soportar mejor un trabajo de mierda en el que te pagan cinco euros la hora por pasar toda la noche de pie sirviendo copas. Es más, si te insultan o te agreden por ser trans, bisexual o negra -o todo al mismo tiempo- el truco estaría en poner la otra mejilla y pensar fuerte que algún día serás el CEO de alguna startup especializada en la elaboración de apps para la compraventa de activos financieros. Podría parecer una broma pero es mucho más peligroso de lo que aparenta a simple vista. La ideología felicista y productivista de la autoexplotación ha colonizado gran parte del imaginario colectivo. Trazas de este tipo de discursos son muy frecuentes en las charlas motivacionales de reuniones de recursos humanos de empresas de todo tipo y tamaño, entre las constantes invitaciones a la autosuperación en el deporte, o en el rollo que te suelta cualquier hippie desclasado hasta el culo de keta de mañaneo en una rave de mala muerte.


Hasta aquí, por ahora, el catálogo de monstruos de la semana. ¿Sería muy atrevido afirmar que toda esta gente tienen algo en común? En realidad creo que no es muy osado hacerlo, y es que todos son los monstruos que aparecen en el interregno de una crisis política, energética y social como la que llevamos padeciendo hace ya más de una década. El capitalismo es un engendro que se devora a sí mismo para sobrevivir y que, si lo dejamos, terminará con todo lo que encuentre a su paso -como ya estamos viendo que ocurre con los ecosistemas. No quiero ser cenizo, no me gusta serlo. Me parece que el pesimismo es también una forma de desconfianza hacia la potencia creadora de las nuevas generaciones. Ahora bien, si son ciertas aquellas palabras de Buenaventura Durruti que afirmaban que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, espero que florezca más pronto que tarde o quedaremos atrapados para siempre en medio de una pesadilla.

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