Otras miradas

En nombre de la vergüenza

Noor Ammar Lamarty

Activista jurídica marroquí

En nombre de la vergüenza
Unas doscientas personas, convocadas por la Asamblea por Andalucía, se han concentrado en la Plaza Nueva de Sevilla en protesta por la muerte el pasado fin de semana de más de una treintena de inmigrantes en la frontera con Melilla, tras ser repelidos por la policía marroquí, que provocó también heridas a otras cientos de personas. EFE/Julio Muñoz

"Han matado los tuyos", me dicen. Los míos quiénes. Los tuyos. Los míos. O sea la policía marroquí, a metros de su sensata democracia en la que vivo. La España progre, de bien, que no puede leerse como mercenaria explícitamente y entonces, contrata a los más cercanos y eficaces. Cuestión de famas.

Ver los vídeos, reconocer sus voces, sus acentos, su crueldad a la hora de revertir con toda la fuerza unas porras contra los cuerpos de migrantes de diferente color a ellos me revuelve las entrañas. Me pone enferma. Sí, son los míos, reconozco con la pesadez moral que supone entender que formas parte de un país en el que se trata con inhumanidad y desprecio al más vulnerable. A veces quienes reciben esas palizas por amor al odio, tienen un pasaporte verde, otras veces simplemente no tienen nada. Creo, (aunque quizás me equivoque) que la cuerda floja identitaria más dolorosa es la de no tener un documento al que escupir, al que maldecir, o que quemar. Eso hacen los disidentes, quemar es romper tu procedencia, quemar el dolor por la pertenencia. Pero recordemos que aquí no soy otra cosa que, ni más ni menos,  la más maja de los cobardes. No me pregunto por qué dudo. Ya lo sé. Después de molestar hablando de feminismo mi segundo don es la autocensura. Pero hay días, como hoy, en los que no es suficiente saber por qué callas. Me digo, que lo que quizás muchos desconocemos es qué hay después del silencio. Creces escuchando que el suelo que pisas es tu país, tu nación, tu casa, tu vida. De una posesividad tóxica que se mezcla con niños gritando desde que tienen uso de razón en cualquier suburbio de mi ciudad que quieren fugarse del país. Nadie te explicaba antaño por qué todos soñaban con irse y por qué algunos nunca querían volver. O qué tontería por qué nos acabamos yendo tantos. Eso lo descubres con el tiempo.

Sé, sospecho y corroboro que los pueblos alienados por la violencia, son sociedades mudas que ahogan la rabia sin pronunciarse. Sin un puño que levantar al aire, sin una manifestación en la que gritar basta, sin una madre nación a la que llorarle un cambio. De ahí nace el silencio. Y por eso estos días no han ardido las calles de Marruecos. Por eso y porque la superioridad moral del racismo en la que coopera diariamente el arabocentrismo y que dejó impregnada a modo de huella los colonialistas, han convencido a un país entero de que cuando la sangre que se derrama no es la de los "tuyos" es una matanza legítima. -Vosotros que no sois blancos, pero que tampoco sois negros.-  Los de arriba te dan la porra para que pegues a los de abajo, porque para mercenarios vosotros, moros. Porque ya que estáis y usáis y desusáis la violencia a costumbre y antojo contra vuestros pobres, contra vuestros hijos, contra vuestros mujeres. ¿Por qué no lo ibais a hacer con los negros? Unos simples negros. Esos negros que tenéis que enterrar como si nadie los fuese a llorar. Valientes mercenarios, que podéis vivir después de ver morir lentamente apilados los unos sobre los otros a quienes piden auxilio. Vosotros que no tenéis escrúpulos ni conciencia porque cuando se os pide matar acatáis. Enterradlos sin nombre, sin apellido, sin memoria. Porque es más leve para la conciencia de un Marruecos y una España que decenas de madres, padres, hijos y hermanos no tengan una tumba a la que llorar, que regar o a la que llevar flores. Enterrar sin nombre ni honor viene a ser un "tampoco os preocupéis por su fe religiosa" que fíjate si debía estar consolidada en quien cruza medio continente con tanta dignidad.

Hoy, a un país oficialmente musulmán le da igual que musulmanes perezcan en una fosa tapiada con la tierra de la vergüenza. Los que predican la última voluntad del entierro conforme al ritual musulmán como fundamental hoy se mantienen en sus sillas mugrientas de machismo, aporofobia, y racismo . Sí, algunos de los muertos, son muertos musulmanes, pero sobre todo, muertos musulmanes que eran negros. Poner una tumba identificada, ayuda a quien se queda, no a quien se va. Pero hoy, hasta la pena es un privilegio. Un privilegio de mierda, pero un privilegio.

Me duele la muerte.

Las muertes.

Los ojos de Amal, la integridad de su rabia.

La mirada de Moha, la lealtad en su camino.

Me miran generosos.

Como quien disculpa lo que no tiene que disculpar.

Pero comprenden, sostienen y abrazan desde la generosidad aún sufriendo.

Imagínate qué país nos quedaría si hiciesen eso todos los míos con los que vienen y se parecen a Moha o a Amal.

Un país probablemente más mío, con los míos. Porque algunos de los míos son como ellos.

Un país para mí. Porque  porque es para todos.

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