Otras miradas

El Íñigo que yo conocí

Diana López Varela

Tamara Falcó posa para los medios en el Teatro Real.- José Oliva / Europa Press
Tamara Falcó posa para los medios en el Teatro Real.- José Oliva / Europa Press

Dígamoslo ya: todas hemos estado con uno -o más- Íñigos de la vida, personajes que nos han vendido la moto y nos la han hecho pagar muy cara. Señores que se han escondido bajo cien capas para que no descubriésemos la verdad, que ni eran tan guapos, ni tan listos, ni tan fieles, ni tan responsables, ni estaban tan enamorados de ti, ni su ex era tan mala, ni estaba tan loca. Ay, Íñigos, os hemos defendido a capa y espada aún después de descubrir el pastel porque ¿qué otra cosa podíamos hacer? Nos metéis en unos líos de mucho cuidado, que si compromiso, que si boda, que si hipoteca, que si hijos. Una vez metida en un fregado, llegar al siguiente es solo cuestión de tiempo. Ya lo cantaban los Estopa: "Yo como he firmao un contrato no puedo parar, parar. Parar, parar Parar, parar". No todas tenemos a un equipo de reporteros del Hola! dispuesto a sacaros los colores delante de toda España.

Los Íñigos que yo conocí tenían varias cosas en común: juraban por muertos y por seres mitológicos, eran expertos hacedores de luz de gas y contaban con muchísimos cómplices que te los vendían como el Íñigo más tierno del mundo. Los Íñigos que yo conocí mentían mucho, tanto que te hacían dudar de tus propios sentidos y te decían, como el Íñigo de Tamara, que eso que tú creías (sabías) que ellos estaban haciendo fue antes de conocerte a ti, mucho antes, en su época canallita. Les rompías el corazón si dudadas de su palabra. Porque los Íñigos son tipos sensible y heridos. Los Íñigos que yo conocí tenían un pasado complicado que habían superado gracias al amor.

Existe un antes y un después en tu vida cuando te das cuenta de que esa persona por la que has apostado tu futuro e incluso cambiado radicalmente tu proyecto de vida no es quién dice ser. Sus mentiras te han arrastrado por un río de decisiones muy importantes, algunas irreversibles. Yo lo vivo como un secuestro. Cuando se cae el decorado básicamente, te quedan dos opciones, seguir al lado del Íñigo, incluso diciendo que lo sabías todo y que estáis de acuerdo, encantados y felices con sus cositas; o hacerte un Tamara y reconocer que mejor ahora que más tarde, con una familia y todo el lío. Si el lío ya está montado, puede que te venga fatal dejarlo. Una amiga pilló a su Íñigo poniéndole los cuernos en pleno posparto, la cazada sucedió una larga noche de lactancia. Tardó una década en poder salir de ahí.

Es evidente que todos y todas mostramos nuestra mejor cara cuando queremos conquistar a alguien, que todos y todas mentimos, que todas y todos tenemos la capacidad de traicionar. De portarnos mal, fatal, horrible. Personalmente, no es la infidelidad o la mentira concreta lo que me revienta, sino que me estén robando el derecho a saber con quién coño estoy construyendo mi vida. La psicóloga y feminista Lorena Alonso lo explicaba así en su cuenta de Instagram: "Si yo sigo decidiendo estar, por ejemplo, porque me falta información, de forma que si la tuviera muy probablemente tomaría otra decisión y mi vida y condiciones serían diferentes, estás quitándome mi libertad, estás condicionando mi vida desde el engaño y la ocultación".

Y esto sucede básicamente, porque los Íñigos, el de Tamara y todos los que yo he conocido, siguen mintiendo aún después de pillarlos, algo yo castigaría con penas de prisión de entre 3 y 5 años. "Con herramientas que les da el patriarcado, Íñigo, y todos los Íñigos, consiguen desdibujar o invisibilizar su comportamiento, disfrazar o minimizar  sus acciones (no solo la infidelidad) hacer que parezcan una nimiedad, convencer de que las mujeres somos unas exageradas, ellos son unos sufridores abocados a su propia naturaleza incontenible y nosotras caemos en la trampa (diseñada también por el patriarcado para nosotras desde que nacemos) una y otra vez", explica la psicóloga.

Creo que es una sensación común entre muchas mujeres al llegar a determinada edad la de que si hubiesen sabido quién o quiénes eran aquellos hombres de los que se enamoraron, no habrían iniciado muchas relaciones. Porque en un mundo absolutamente patriarcal el meterse y el salir de relaciones nos penaliza, sobre todo, a nosotras. Escribe Paula Bonet en La Anguila: "Después de mi séptima ruptura y en pleno desconsuelo, mi padre me dijo que a las mujeres como yo en su época nadie las quería. Así es como se nos vuelve a colocar en nuestro sitio". Somos nosotras las que llevamos la cuenta de nuestras relaciones como una penitencia. Que para algo el discurso mediático se ha encargado de erigir a Tamara Falcó como la víctima perfecta. Tan santa y tan distinta a mí.

Yo me alegro muchísimo por ella y también por la Presyler, imagina que tuviesen la boda pagada, menos mal que los pijos nunca pagan por adelantado.

"El Íñigo que yo conocí era otra persona." Ojalá Tamara, ojalá.

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