Otras miradas

Otras políticas exteriores frente a las nuevas relaciones internacionales en el Magreb

David Perejil

Analista de relaciones internacionales e investigador del IECAH

Pixabay
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El anuncio de cooperación nuclear entre Rusia y Marruecos realizado por el primer ministro ruso, Mikhail Mishustin, volvió a sorprender la semana pasada. Pese a que se trata de la ratificación de un memorándum planteado hace cinco años, la posibilidad de una central nuclear en Agadir construida por la empresa Rosatom, ha vuelvo a agitar un Magreb que durante décadas se nos había presentado como ejemplo de estabilidad frente a los conflictos de Oriente Medio. En todo caso, se trata de una noticia que no conviene leer en solitario sino relacionarla con otras.

En primer lugar, hay que estudiar la dinámica general de confrontación entre Marruecos y Argelia, acrecentada desde finales de 2020. Tras la ruptura de un alto al fuego entre las tropas saharauis y marroquíes por los incidentes del Guerguerat, la administración Trump intercambió su reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental con la suma de Marruecos a los Acuerdos de Abraham. Un país más para sumarse a la normalización de relaciones y nuevas alianzas de Israel de Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán. Desde entonces, se han trastocado los débiles equilibrio regionales y ha habido una oleada de acciones y reacciones, declaraciones, ejercicios militares, aumentos de presupuesto militar y el cierre del gasoducto Magreb-Europa, que motivó negociaciones para que España enviara gas a Marruecos y espoleó el anuncio de apuesta por la energía nuclear.

Además, es necesario examinar las dinámicas internacionales, especialmente la invasión rusa de Ucrania, ya que se produce unos días después de la votación de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre la integridad territorial de Ucrania, aprobada con 143 votos a favor (entre ellos Marruecos que no había participado en anteriores votaciones); con 35 abstenciones (entre ellos Argelia y también China e India) y sólo 5 votos en contra. Y también sucede a pocos días de que el Consejo de Seguridad vuelva a abordar la renovación del mandato de la Misión para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO), cuyo mandato expira el próximo 31 de octubre. Y, porque, no olvidemos que en un periodo de guerra abierta con Rusia, el espacio para alianzas flexibles se ha achicado y más, si se produce a unos pocos kilómetros de las fronteras europeas. Ya sucedió con el debate público provocado por la influencia rusa en la política exterior argelina, que en unos meses realizarán maniobras conjuntas.

También sorprendió hace unos días conocer el contenido de una carta enviada por la delegación marroquí al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas en la que afirmaba no contar con fronteras con España, considerando Ceuta y Melilla meros puntos de paso ocupados. Y en la que también defendía la actuación de sus fuerzas policiales que causaron la muerte nada menos de 37 personas subsaharianas, al ser golpeadas o dejadas sin atención médica, cuando trataban de cruzar la valla de Melilla el pasado junio. Esta noticia también hay que leerla juntamente con el giro del presidente español abandonando la posición oficial de neutralidad española en el conflicto del Sáhara, en línea con las resoluciones internacionales, en las últimas décadas en favor de las tesis marroquíes del pasado mes de marzo. Cambio de posición negociado en solitario, sin el conocimiento ni de sus socios de gobierno ni de la oposición y del que aún no conocemos las contrapartidas, como demuestra la carta ante el CDDHH de Naciones Unidas, de la que aún no conocemos si es un giro de un sector nacionalista del Gobierno o una llamada de atención para aumentar las exigencias. El nuevo acuerdo hispano-marroquí si bien supuso la vuelta de la Embajador de Marruecos, acarreó la retirada del diplomático argelino, la suspensión del tratado de amistad y cooperación, así como la congelación del comercio entre y la relación privilegiada de abastecimiento de gas entre España y Argelia.

También hay que analizar la carta marroquí y la del resto de países del Magreb con sus relaciones exteriores bilaterales con otros Estados Miembro de la UE marcadas por varios factores. Especialmente, debemos tener en cuenta las escuchas ilegales realizadas con el software israelí Pegasus por parte marroquí a altos cargos en España y Francia. Pero hay muchos más acontecimientos reseñables como la decisión argelina de convertir a Italia en su proveedor principal de gas en Europa, justo cuando esta energía se ha convertido en una herramienta de guerra más en la invasión rusa a Ucrania y España aspiraba a aumentar su papel distribuidor. Así como que, en las complicadas relaciones franco-argelinas aún marcadas por las heridas de la terrible guerra de independencia, Emmanuel Macron y su primera ministra hayan realizado visitas y firmados acuerdos de colaboración tras meses de desencuentro por la caída de visados y cruce de declaraciones nacionalistas.

¿Y si sumamos también a las tres dimensiones regionales, internacionales y euromediterráneas algunos aspectos más? Por un lado, es muy útil rescatar dos aspectos de la historia de las relaciones hispano-magrebíes, siguiendo a Miguel Hernando Larramendi: las causas de la aparición del irredentismo marroquí y las consecuencias de las políticas retencionistas del Sáhara Occidental durante la dictadura franquista. En el primer caso, destaca el uso del palacio marroquí de la ideología nacionalista expansionista del gran Marruecos al añadir durante sus luchas por la independencia reivindicaciones territoriales sobre Mauritania, el Este argelino, el Sáhara Occidental, Ceuta y Melilla reclamando los confines del imperio almorávide del siglo XI en la década de los cincuenta del pasado siglo. Estas reivindicaciones, que nunca habían formado parte de las peticiones marroquíes, fueron usadas para ayudar a conformar el estado marroquí contemporáneo y apuntalar el propio reinado en los primeros y turbulentos años de independencia, en medio de golpes de Estado y represión política. En el segundo caso, Larramendi recuerda cómo la dictadura franquista trató de fomentar la división entre Argelia y Marruecos para poder mantener el Sáhara Occidental, pese a las presiones de Naciones Unidas para descolonizar el territorio siguiendo la tendencia de todo el continente africano. Una política que, con la cesión del Sáhara Occidental con la firma de los acuerdos tripartitos con Marruecos y Mauritania, se convirtió a partir de la transición en una concatenación de divisiones con la sociedad española, mayoritariamente prosaharaui y entre los partidos políticos. Y también en una fuente de presiones (pesca, migraciones, lucha antiterrorista, suministro de hidrocarburos...) al alza y giros hacia Marruecos y Argelia de los diferentes gobiernos españoles.

Se trata de presiones que en muchos casos han supuesto entregar poderosas herramientas a los países del sur para estos manejen sus intereses frente a las obsesiones y debilidades de los países de la orilla norte. Como señalaba Itxaso Domínguez de Olazábal en Público, la política exterior argelina siempre ha sido coherente con sus objetivos de no interferencia, búsqueda de estabilidad y diversificación de sus aliados, estrategia que también siguió Marruecos. No tener en cuenta los intereses, valores y alianzas de los países del Magreb puede ser el remedo de una mirada colonial que aún considera a los vecinos del sur como irracionales o poco evolucionados. O llevarse una sorpresa en vez de preguntarse por las causas cuando tras décadas de intensa relación con sus excolonizadores europeos, estos expanden sus relaciones con otros países, sean Rusia, China o Turquía en el caso de Libia.

Y, por último, necesitamos sumar también al análisis la dimensión frecuentemente olvidada de las necesidades, anhelos y condiciones socioeconómicas agravadas tras la pandemia en los países del Magreb. Lo que pasa por conocer los levantamientos populares en la región, como el campamento saharaui de Gdeim Izik en 2010; la evolución y límites de las revueltas árabes en 2011 Marruecos y Argelia, así como la excepción de Túnez ahora en vía autoritaria tras una década de insistencia europea en los acuerdos de libre comercio y la espiral de destrucción en Libia. Pero, sobre todo, que estas ansias de cambio social y no político no cesan como demostró la segunda oleada de protestas -como señalan Ossorio, Barreñada y Mijares- con los Hirak, movimientos, en el Rif y en Argelia desde 2017 en el norte de África. En esta dimensión deberíamos, al menos mencionar, los millones de mujeres y hombres de origen magrebí que viven en Europa y a la vez cuentan con muchos puentes con el Magreb.

Sumadas estas cinco dimensiones (internas, regionales, euromediterráneas, internacionales e históricas), cabe plantearse muchas preocupaciones y demandar un cambio de rumbo en las políticas exteriores españolas y europeas. Signos de alerta que explicitan la necesidad de trabajar para la confrontación entre Argelia y Marruecos, por un Magreb más cohesionado y con menos conflictos, ya que cualquier pequeño acontecimiento lo sufren sus poblaciones, se siente pocos kilómetros al norte y es muy sensible a otras zonas con graves problemas, como el Sahel.  Señales de alarma que explicitan que las políticas de apoyarse en la división magrebí han acabado por tornarse por un aprovechamiento de las divisiones de los Estados europeos (España, Francia e Italia) repitiendo el desastroso esquema de Libia, en el que los dos últimos países se enfrentaron en bandos opuestos en la resolución de su desastre. Avisos de que, por mucho, que se abandonen los conflictos, como el del Sahara Occidental, no sólo no desaparecen sino que se entrelazan y empeoran. Peor aún, ya que si al abandonar el esfuerzo de su resolución, se contradice el derecho internacional y los derechos humanos ya hemos observado como no se quedan confinados en una área sino que afectan a la propia situación interna europea, con varios Estados miembro con políticas iliberales, como avanzadilla de muchos partidos de extrema derecha.  Y aún más si en apuestas como la renovación de la agenda con el Mediterráneo de la UE se pierde la oportunidad de integrar derechos (humanos, de las mujeres, en movilidad humana) con un verdadero desarrollo económico compartido con apoyo estatal, como empieza a suceder dentro de la propia UE, frente a la de mercados abiertos y desregulados. Y además, con una apuesta de lucha conjunta contra los efectos del cambio climático en el Mediterráneo, la segunda zona más afectada del planeta tras el Ártico y en la que se necesita más un cambio estructural que un mero cambio de proveedores energéticos.

Teniendo en cuenta estas cinco dimensiones y las muchas señales de alarma, plantear otras políticas exteriores debería ser una urgencia, abordar otras políticas exteriores europeas basadas en la coordinación de los Estados miembro de la UE, en derechos humanos, derecho internacional, desarrollo compartido con transición ecológica, resolución de conflictos y una mirada a largo plazo.

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