Otras miradas

Lo que esconde el velo

Waleed Saleh

Miembro del Grupo de Pensamiento Laico

Varias personas con carteles participan en una concentración frente a la embajada de Irán en protesta por la muerte de Masha Amini, a 28 de septiembre de 2022, en Madrid (España). -Cézaro De Luca / Europa Press
Varias personas con carteles participan en una concentración frente a la embajada de Irán en protesta por la muerte de Masha Amini, a 28 de septiembre de 2022, en Madrid (España). -Cézaro De Luca / Europa Press

Las protestas de las mujeres iraníes contra el uso obligatorio del hiyab han encontrado un amplio apoyo por parte de muchos partidos políticos, asociaciones, grupos o individuos a nivel internacional. Pero también han generado comentarios como "a mí me da igual que una mujer musulmana lleve velo o no" o "a mí no me molesta que una mujer vaya por la calle con velo". Son comentarios que aparentemente pretenden ser tolerantes con la vestimenta de algunas mujeres musulmanas, pero pasan por alto lo que esconde el velo detrás de sí. Comentarios bienintencionados que quieren ser neutros o respetuosos con la libertad personal, incluso desde una postura pragmática con el argumento de que el hiyab no impide a la mujer trabajar o participar en la política. Además, no faltan quienes piensan que esta prenda es estéticamente atractiva y añade belleza a la figura de la mujer. Por último, aquellos que consideran que hablar de un trozo de tela es una pérdida de tiempo y habrá que ocuparse de temas más trascendentales.

La libertad personal tiene que respetarse en el tema del hiyab como en otros asuntos, pero este principio no significa que el problema del velo sea algo artificial y banal. Su obligatoriedad o su prohibición plantean una serie de incógnitas jurídicas y sociales complejas. En un país de mayoría musulmana como Turquía, esta prenda esta censurada desde la creación de la República en 1923 hasta la década de los ochenta. A las mujeres no se les permitía entrar con velo en las instituciones públicas, en los institutos o universidades. En cambio, algunos países de mayoría musulmana obligan actualmente a las menores, incluso a niñas de corta edad, a llevar el velo. Niñas que necesitan vivir su infancia compartiendo juegos y actividades con otros niños y niñas. Pero el velo se convierte en un impedimento y una barrera para la realización normal de este tipo de actividades. Muchas no participan en las excursiones escolares, no van a natación y no asisten a las clases de música. Se trata, además, de un maltrato de la infancia porque se le exige a la niña con velo una responsabilidad mayor de lo que sus capacidades físicas y mentales soportan. Su prohibición en este caso es un imperativo y las asociaciones de defensa de los derechos de la infancia deberían implicarse para denunciarlo y exigir que haya leyes que prohíban que las niñas menores vayan a las escuelas con el velo. Los padres deben saber que sus hijas no son banderas donde cuelgan sus eslóganes y sus emblemas.

Su obligatoriedad en países como Irán erosiona el derecho de la libertad personal, que se agrava por la existencia de una policía moral que persigue a las incumplidoras, las humilla, las insulta, las pega y en ocasiones las mata, como ocurrió recientemente con la joven Masha Amini. Un comportamiento indigno para tratar a cualquier ser humano. Las mujeres musulmanas, incluso las no musulmanas que residen en países musulmanes, por miedo, se ven obligadas a veces a llevar el velo a su pesar.

En ocasiones, las mujeres se ven forzadas a llevar el velo no por el cumplimento de una ley, sino por la presión social o de algún grupo religioso fanático, como ocurrió en Túnez con la llegada al poder del movimiento islamista al-Nahda después del 2011. En una amplia campaña, este partido llamó a las mujeres tunecinas a llevar el velo bajo el eslogan de "salvad a las castas mujeres tunecinas". Por supuesto, salvarlas de las mujeres sin velo, que según el lema, no son castas. Los seguidores de al-Nahda se echaron a las calles, escuelas y universidades insultando y amenazando a las mujeres sin velo. Para estos, el hiyab es el signo de la castidad y del honor.

El velo o el hiyab es, sin duda, es uno de los aspectos visibles de todo un sistema represor que menoscaba los derechos y las libertades de la mujer. El islam, que hereda esta tradición de las dos religiones monoteístas anteriores y que estas, a su vez, lo toman de civilizaciones más antiguas, lleva su uso a unos extremos insospechados. Considera todo el cuerpo de la mujer como "awra", "vergüenza" que hay que tapar, ocultar a los ojos de los hombres. "¡Quedaos en vuestras casas! ¡No os acicaléis como se acicalaban las antiguas paganas! ¡Haced la azalá! ¡Dad el azaque! ¡Obedeced a Dios y a su Enviado! Dios solo quiere liberaros de la mancha, gente de la casa, y purificaos por completo" (Corán, 33:33). Su voz y su risa son censuradas y su presencia pública limitada. La mujer, en muchos países de mayoría musulmana que aplican normas de la sharía, no tiene derecho a solicitar el divorcio, aunque su esposo se comporte mal con ella, y si consigue su libertad conyugal pierde la custodia de sus hijos menores. Tampoco tiene derecho a que sus hijos hereden su nacionalidad, como ocurre con el padre, y es asesinada con el argumento de la defensa del honor de la familia.

Día mundial del hiyab

Es un evento anual fundado por la bengalí afincada en Nueva York Nazma Khan en 2013, que se celebra el 1 de febrero de cada año en más de cien países con el fin de que todas las mujeres, independientemente de su origen o religión, se pongan el velo al menos un día para descubrir las virtudes de esta prenda que, en su opinión, representa la tolerancia, y para normalizar su uso.

Es una de las celebraciones más controvertidas por su significado como signo de represión en comparación con las pretensiones de la fundadora del evento, que la considera un signo de fe, de belleza y de humildad. En 2017 el Estado de Nueva York, reconoció el Día Mundial del Hiyab. Este mismo año, la Cámara de los Comunes del Reino Unido organizó un evento para conmemorar el día, al que asistió la primera ministra Theresa May. En 2018, el Parlamento de Escocia llevó a cabo una exhibición de tres días para conmemorar la fecha y en 2021 el Parlamento filipino acordó considerar el 1 de febrero como Día Mundial del Hiyab para profundizar el conocimiento de las tradiciones musulmanas.

La dedicación de un día mundial para el hiyab es un acto curioso y contradictorio porque este tipo de celebraciones tienen el fin de defender, proteger y apoyar el objeto de la celebración como la infancia, las personas con necesidades especiales o la emigración. Defender o proteger el hiyab es un acto cuestionable. Resulta que un signo patriarcal por excelencia y de sumisión de la mujer es celebrado a nivel mundial. Plantea un escenario contradictorio, ya que no solo persigue ensalzar la presencia de este signo en las sociedades dentro y fuera de los países de mayoría musulmana, sino que también invita a todas las mujeres del mundo a llevar esta tela en la cabeza, al menos el día señalado para la celebración. Pretende difundir la cultura de la tolerancia utilizando uno de los símbolos más represivos contra la mujer. El velo femenino en la cultura musulmana condena a la mujer porque ella es una fuente de seducción, incitación y deseo sexual. Es, en definitiva, una bomba sexual que hay que desactivar. Además, el hiyab conlleva otros males, como el sectarismo, porque por medio de sus colores o su forma de colocación, se identifica la confesión de la mujer. Descubre también su clase social y económica. Esta celebración representa un proselitismo del velo en su sentido más absurdo porque sigue el dictado de la agenda del islam político que tanto daño está causando a las sociedades del Oriente Medio y el Norte de África.

En Occidente, donde más éxito está teniendo esta dichosa celebración, el hiyab está siendo un tema de ajuste de cuentas entre la derecha y la izquierda al igual que ocurre en el mundo árabe y musulmán, donde la pugna tiene lugar entre islamistas y laicos.

Pero lo peor de todo es que el hiyab en Occidente se ha convertido en un signo de identidad de la mujer musulmana. Por lo tanto, encierra varios mensajes dirigidos a los hombres: "hay unos límites estrictos para tratarme, hablarme o acercarte a mí". De este modo, la mujer musulmana en Occidente se convierte en una isla separada del resto del mundo con el argumento de la "discriminación positiva" y el "respeto de la identidad".

El hiyab no es solo un trozo de tela, sino un arma para dominar el cuerpo y la mente de la mujer. Es toda una ideología que estigmatiza y margina a la mujer, usurpa sus derechos y libertades y la considera como una menor toda su vida. Las mujeres con velo llevan el hiyab o bien por obligación religiosa o por presión social. No existe libertad personal, porque en muchos países musulmanes las que no lo llevan se enfrentan a situaciones embarazosas: insultos, persecuciones y agresiones que llegan a ser graves, como las quemaduras de la cara con ácido.

Por otro lado, tenemos que pensar en millones de mujeres que viven en países de mayoría musulmana que están privadas de su derecho a llevar la ropa que se las antoja. Una falda corta o una camiseta de tirantes puede convertirse en un problema familiar o incluso social y administrativo.

Por último, debemos ser conscientes de que dedicar un día mundial al hiyab sería comparable con la celebración anual de un día por la segregación racial o sexual. Nadie en su sano juicio, entendemos, estará a favor de este tipo de conmemoraciones.

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