Otras miradas

El holocausto y la "gente corriente"

Rosa Toran

Historiadora. Amical de Mauthausen y otros campos

Liberación de Auschwitz.
Liberación de Auschwitz.

Desde el año 2005, cuando la ONU instituyó el día 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto y de prevención de crímenes contra la Humanidad, se han venido celebrando en el Estado español, desde el primer momento y sin faltar a ninguna cita, actos de recuerdo y reflexión. Parlamentos, Gobiernos y Ayuntamientos han aportado medios para que fuera posible, con la implicación de los colectivos víctimas del nazismo, judíos, gitanos, discapacitados, homosexuales, testigos de Jehová y republicanos españoles, en un proceso que ha ido adquiriendo envergadura y diversidad en los últimos años: homenajes institucionales, actos académicos, exposiciones y conciertos, sin que faltaran iniciativas de carácter pedagógico.

Cada año la ONU escoge y divulga el lema de la conmemoración que en esta ocasión es "Gente corriente", llamada que nos interpela a todos en el mundo inquietante en que vivimos. Sin olvidar el contexto de control y enmascaramiento practicado con gran eficacia por los regímenes totalitarios, en aquel pasado ignominioso de crimen se tejieron lazos directos o sutiles entre asesinos y colaboradores, pequeños jefecillos y subordinados que todo lo acataba; pero también contribuyó a la expansión de la maldad la masa de espectadores, cegados o sordos ante la violencia cotidiana que ampararon y toleraron con su indiferencia o, aún peor, atribuyendo los crímenes a otros. Para que funcionara la máquina exterminadora era preciso el concurso de amplios sectores de la sociedad.

Los alemanes corrientes u otros ciudadanos de países ocupados o colaboracionistas poco sabían de lo que sucedía en el interior del mundo concentracionario, pero no desconocían la realidad de unas cárceles a rebosar, las ejecuciones, la privación de derechos y expulsión de los judíos, de sus vecinos, las hileras de presos hacia los convoyes, etc. Más que no saber, no querían saber, tal como lo describe magistralmente Primo Levi: "En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuesta. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo; cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construían la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta". Y concluye que tal deliberada omisión no exime de culpa.

Cuando se abrieron las puertas de los campos, al ver y pisar los escenarios de la esclavitud y la muerte, a pesar de algunos casos de sincero y pronto arrepentimiento, no faltaron actitudes que repetían los argumentos justificativos, desde la obediencia debida a la ignorancia de lo que se había fraguado en un largo proceso en el que triunfaron las falsas promesas, la acomodación e incluso los beneficios.

Otro episodio singular tuvo lugar en los días inmediatos a la liberación: la pronunciación de los juramentos en boca de los supervivientes y que concluyó con el "¡Nunca más!" Parecía que al abrir las puertas de los campos se abría también una nueva era, la de los hombres libres y en paz. Los retornos a la vida pronto mostraron una cruda realidad, de la indiferencia a la incomodidad, y todavía peor, el mantenimiento del antisemitismo y el racismo y ataques a la libertad de los pueblos colonizados por los liberadores de los campos, sin que faltaran muestras de estigmatización y persecución, como fue en el caso de España, que arrojó al exilio definitivo a miles de los luchadores por la libertad.

Conmemorar, ayer y hoy, precisa conocimiento, pero descifrar las claves del proceso histórico que condujo a la persecución, esclavización y aniquilación de millones de seres humanos no constituye ninguna garantía de un mundo mejor. Si la ignominia y el crimen llevado a cabo por los regímenes nazifascistas no tienen visos de repetición en las actuales circunstancias, no cabe la complacencia ni la pereza mental, sino respuestas sin tregua a los pequeños odios cotidianos, caldos de cultivo para atacar y destruir las relaciones colectivas y personales, con nuevos medios y múltiples organizaciones y estrategias. Porque como nubes amenazadoras se expanden creencias rígidas, promesas a modo de opio que ven en el otro, al diferente, al enemigo, a la amenaza, sin importarle ni su nombre ni su vida, como pasó con el judío de ayer.

Hemos conmemorado el Día del Holocausto durante años y seguiremos haciéndolo, con la perspectiva que la flor de un día no substituya el trabajo diario y persistente. Frente a la fragilidad de las emociones de corto recorrido, se impone el duro proceso de conquista de la memoria reflexiva, que adquiere singularidades en cada colectivo y en cada país, alejada de falsos moralismos, sin ambigüedades y comprometida con los retos de los tiempos en los que la "gente corriente" nos ha tocado vivir. Si los perpetradores y espectadores alemanes, con su actitud fueron el reflejo del bajo nivel moral de la sociedad, ahora olvidar los crímenes no sólo sería negar a las víctimas su condición, sino que también lo sería la indiferencia ante los signos que anuncian el cultivo del odio y la exclusión, primeros pasos que las encaminaron hacia su destrucción.

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