Otras miradas

Hablemos del catolicismo

Carlos Fernández Liria

Profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid

Hablemos del catolicismo
Un sacerdote se prepara para una misa en la iglesia de Sant Esteve de Vilobi, a 12 de abril de 2020.- EP

Cuando los cristianos matan a causa de sus prejuicios religiosos, no solemos advertir que lo hacen en nombre de su religión, más que nada porque somos cristianos o estamos inmersos en una cultura cristiana, de modo que esta afiliación religiosa no nos llama especialmente la atención. No daríamos la noticia de que alguien ha matado a un homosexual diciendo que ha sido un cristiano, un católico o un evangelista quien entró en la discoteca pegando tiros. Ahora bien, esto no resta ni un ápice de responsabilidad a nuestros credos religiosos.

Es cierto que la Iglesia católica se ha civilizado mucho, pero sólo porque ha habido mucha civilización. Y si se ha civilizado ha sido siempre a regañadientes. No fue hace ya muchos siglos, como dice Feijóo en sus declaraciones sobre el atentado de Algeciras. Los Guerrilleros de Cristo Rey que perpetraron la matanza de Atocha, no se remontan a la Santa Inquisición, la cosa ocurrió en 1977. Desde entonces, han sido muchas luchas y revoluciones culturales las que han obligado a las jerarquías católicas a entrar un poco en razón. Es algo bastante reciente. Hace tan solo cincuenta años, en este país, la Iglesia católica consideraba la homosexualidad una enfermedad y algo antinatural que debía ser castigado. Consideraba las relaciones sexuales fuera del matrimonio como un pecado mortal. Amenazaba a los adolescentes con las llamas del infierno, por toda la eternidad, por hacerse una paja. Las muchachas que osaban perder su virginidad antes del matrimonio eran sepultadas en vida como unas apestadas, con el beneplácito y la complicidad de las parroquias. En los colegios, los curas y los frailes toleraban que al "maricón de la clase" se le torturase veinticuatro horas al día durante toda su vida escolar, haciendo la vista gorda o incluso alentando un bullying institucionalizado que mucha veces llevaba al suicidio de las víctimas, al mismo tiempo que atemorizaba a millares de niños, adolescentes y adultos que vivían con terror o ni siquiera llegaban a concebir la posibilidad de "salir del armario". Las pecados contra el pudor eran tan numerosos y minuciosos, que se perseguían hasta los "pensamientos impuros", según unos criterios morales dictados por las autoridades de la Iglesia que, no lo olvidemos, llegaron a calificar Lo que el viento se llevó como una película "gravemente peligrosa" (4) o para "mayores con reparos" (3R)  censurando del cine los besos y las caricias como si se tratara de delitos o de venenos cuya sola visión podría contaminar ideológicamente a toda la sociedad. Yo creo que todo esto todavía ocurría cuando Feijóo era pequeño, no creo que sea mucho más joven que yo.

La Iglesia católica sometió a nuestra sociedad española, en complicidad con el franquismo, a  una dictadura cultural brutal, propia de una secta psicótica, que tuvo efectos aterradores sobre centenares de miles de víctimas. Sí es cierto que han cambiado mucho las cosas. Pero no ha sido la Iglesia quien las ha hecho cambiar. Todo lo contrario, la Iglesia se ha tenido que amoldar a muchos cambios que se hicieron siempre contra ella. Y no estamos hablando de los tiempos de Atapuerca. Feijóo recordará, sin duda, que la Iglesia se opuso a la ley del divorcio de 1981, lo mismo, por cierto que sus ancestros de Alianza Popular. Desde los púlpitos se pidió la dimisión del ministro Fernández Ordoñez, de UCD,  quien se defendió en el Congreso con una evidencia: "No podemos impedir que los matrimonios se rompan pero sí podemos impedir el sufrimiento de los matrimonios rotos". Hace solo cuarenta años de todo esto.

Son cosas que ahora pueden sorprender, porque, como decimos, ha habido mucha civilización. Pero si por la Iglesia hubiera sido, aún seguiríamos separando a los niños y a las niñas en los colegios, las mujeres seguirían encontrando su lugar natural como amas de casa y los homosexuales serían tratados como delincuentes, enfermos o pecadores. Seguiríamos sumidos en un verdadero holocausto de sufrimientos humanos indecibles. Desde luego, todavía hay muchos religiosos capaces de defender estas atrocidades, lo mismo que siempre hubo muchos religiosos que se opusieron a ellas heroicamente, incluso en los peores tiempos del franquismo. Pero los primeros suelen más bien votantes de la derecha y a los segundos siempre se les conoció como "curas rojos", no eran precisamente correligionarios de Alianza Popular o futuros votantes del actual partido de Feijóo.

La Iglesia se opuso hace pocos años al matrimonio homosexual y sigue oponiéndose al derecho al aborto o a la ley trans. Son nuevos retos que hay que sacar adelante. Y la Iglesia terminará por adaptarse cuando ya no le quede más remedio. Ocurrirá como ya ha ocurrido otras veces. Podemos alardear de haber obligado a nuestras jerarquías religiosas a entrar en razón. Puede que los países islámicos estén todavía lejos de lograrlo. No es tarea fácil esto de encauzar el fanatismo religioso por el camino de la Ilustración. Para ello hacen falta muchas revoluciones sociales que logren separar el poder religioso del poder político, revoluciones jurídicas y revoluciones culturales, en especial, una revolución sexual que apenas ha experimentado todavía el mundo islámico.  Hace falta, sin duda, una revolución feminista que en los países musulmanes seguramente no podrá seguir nuestras mismas recetas y tendrá que circular por caminos muy distintos.

Podemos alardear quizás de haber civilizado el catolicismo. Lo que es una tontería es poner al catolicismo como ejemplo de civilización. El fanatismo religioso siempre ha estado muy bien repartido y desde luego, el cristianismo no ha sido nunca ningún ejemplo encomiable. No lo ha sido históricamente, en aquellos lejanos tiempos a los que alude Feijóo en sus declaraciones, ni en tiempos más recientes, ni lo es desde luego ahora, como prueba el escalofriante fenómeno político del "bolsoevangelismo" en Brasil. Así están las cosas. Si la Iglesia ha atemperado su fanatismo es sólo en la medida en que es una Iglesia derrotada. En parte, por las conquistas del Estado de derecho, lo que es una buena noticia. Y en parte, lo que es una noticia pésima, sobre todo en Latinoamérica, porque el fanatismo religioso del evangelismo ha conquistado la hegemonía religiosa en el continente, aliándose con la ultraderecha. Es algo que le está bien empleado a la Iglesia católica, que, bajo instrucciones de Ratzinger, decidió acabar con la teología de la liberación, entregándola a los escuadrones de la muerte.

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