Otras miradas

¿Salir del castillo del vampiro?

Manuel Romero Fernández

Director del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social (IECCS)

Pixabay
Pixabay

Recuerdo que hace algún tiempo leí un comentario en Twitter de alguien que decía algo así como: "Ya sabemos que eres doctor y tienes muchos títulos, no es necesario que lo vayas pregonando a todo el mundo en tu bio, Twitter está para otra cosa".

Tampoco soy consciente de a quién se dirigía semejante beef, discúlpenme las imprecisiones. Lo importante de esto que os cuento es que esas palabras me hicieron pensar y, por curiosidad, acudí corriendo a revisar mi perfil. Efectivamente, la mía también era una biografía ciertamente institucional, como si de una abreviación curricular se tratara. Me interrogué sobre el propósito de la misma y de si debía o no debía modificarla, ya que, al fin y al cabo, como decía aquel tipo desconocido, Twitter está para otra cosa.

Reflexionando, llegué a la conclusión de que, en realidad, para toda una generación, y especialmente para toda una generación de militantes, Twitter se había convertido en nuestro LinkedIn. Este era el motivo por el que esta red social no funcionaba de manera exclusiva como una plataforma para el divertimento, sino como un tablón de anuncios en el que exponer tus méritos, tus intereses y líneas de trabajo y tus capacidades a la vista de todo el mundo con el objetivo ni más ni menos que el de promocionarte. Este mecanismo perverso de autoexposición no tiene porqué operar de una manera consciente, es la forma en la que poco a poco te vas familiarizando con el uso de una herramienta. Tampoco querría decir que Twitter se utilice siempre para esto o que todo el mundo la empleé de la misma manera. Twitter es también el espacio en el que leer las miserias y, las pocas, alegrías de tus colegas, en el que ver y descargar memes o en el que acumular artículos en forma de pestañas abiertas que terminarás por cerrar en algún momento sin haber leído.

Hace unos meses, en la presentación de Dysphoria mundi, el último libro de Paul Preciado, el autor nos instaba a ver la luz y salir del mundo de la caverna en el que se habían convertido las redes sociales. En mi opinión, desde el respeto y la admiración absoluta que le profeso, esta es una declaración que solo puede hacerse desde un lugar de enunciación privilegiado. Ya en el inicio de la pandemia, mis compañeras Luciana Cadahia y Germán Cano respondieron a posiciones similares en un artículo para el Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social. Decir algo semejante es ignorar por completo que estas plataformas son en muchas ocasiones una oportunidad para cientos de miles currantes precarias, además de parecer obviar también las dimensiones colosales de la infraestructura de la nueva economía de plataformas.

Como decía, Twitter es un medio para el freelance o para la investigadora que malvive de proyectos y de publicar artículos de divulgación en prensa; Instagram no es únicamente una app de exhibición de lujosos estilos de vida, también es una herramienta crucial para el centro de estética de tu barrio o tu colega la que es tatuadora.

Las redes sociales son artefactos que nos permiten ampliar, en términos de Bourdieu, nuestro capital social, incrementar una red de contactos que después te serán útiles para cualquier otra cosa. Soy consciente del riesgo de que esto se interprete con un énfasis excesivamente instrumental. Obviamente que también son sitios útiles para hacer amigos, por ejemplo, o para cosas placenteramente improductivas, pero me gustaría advertir de que el empresario de sí en el que todos nos hemos convertido es una posición encarnada, un habitus que también nosotros actuamos de manera automática. Esto es un aviso para que no pensemos que la subjetividad del emprendedor está construida únicamente en el arquetipo del criptobro con mentalidad de tiburón, el fiera que desayuna monster, holdea con cojones y vendería a su madre por un Tesla. El neoliberalismo forma parte constitutiva de nuestros cuerpos y de nuestros modos de hacer y sentir y de expresión.

¿A raíz de qué viene todo esto? Pues básicamente porque llevo meses planteándome abandonar las redes sociales, hacer un retiro monástico en el que terminar la tesis y encontrar algo de paz de espíritu. Siento que las redes, y Twitter en concreto, me saturan y me producen cada vez más ansiedad y parálisis intelectual. Sinceramente, creo que atravesamos una coyuntura política de repliegue que nos hace caminar por un desierto enfangado, por lo que nos toca ser generosos y restañar heridas del pasado reciente. Tengo la sensación de que un espacio como Twitter estimula justamente lo contrario, que no hace más que generar hostilidad y dar recompensar a las polémicas vacías y al chascarrillo ingenioso y políticamente incorrecto del periodista progre o el comentario racista del rojipardo de turno.

Ahora bien, si decido hacerlo y finalmente me marcho, prefiero ser honesto y no bajo la impostura de un imperativo kantiano: afirmar que la condición de posibilidad de plantearme siquiera largarme de las redes sociales es el hecho de tener las condiciones materiales para dar el paso, básicamente disponer de un trabajo que me lo permite. Aunque políticamente también siento que, como decía Preciado, tenemos que abandonar o al menos destinar muchas menos energías en las redes sociales y comenzar a disputar otros espacios. Ahora que puedo, es lo que intentaré hacer.

Más Noticias