Otras miradas

De coronas y derechos. El 'glamour' de la reivindicación política en la gala de los Goya

Mar García Puig

Diputada. Portavoz de la Comisión de Cultura y Vicepresidenta primera de la Comisión de Igualdad.

De coronas y derechos. El 'glamour' de la reivindicación política en la gala de los Goya
Los ganadores de los Goya 2023 Rodrigo Sorogoyen y Susi Sánchez posan con su premio, a 11 de febrero de 2023, en Sevilla, Andalucía. María José López / Europa Press

El cine, como todo arte, es lenguaje. Pero todo lo que dice a través de sus películas muchas veces se queda en poco cuando de lo que se trata es de vender glamour y repartir las coronas de laurel de los vencedores. Y esas coronas están demasiadas veces hechas con las hojas de quienes no tienen voz.

Estos Goyas empezaban con la larga sombra del caso de acoso sexual que se dio en la fiesta posterior a los premios Feroz. No solo por el hecho en sí, ya de gravedad, sino por cómo puso sobre la mesa una realidad silenciada aunque cada vez se grite un poco más. En el cine, como en la vida, el acoso sexual está presente y se vale de los mecanismos de poder que, en un sector cegado por los focos del estrellato, se exacerban aún más.

Cuando se trata de la coronación, muchas olvidan el grito apagado que la precedió. Según la mitología griega, fue precisamente la historia de un acoso la que dio lugar al símbolo de la victoria por excelencia. La protagoniza la ninfa Dafne, que mientras huía de un encendido Apolo que quería darle un beso, le suplicó a Zeus que la ayudara y que le quitara esa belleza que había provocado la lascivia de su acosador. El rey de los dioses decidió convertirla en árbol, un robusto laurel, escena que inmortalizó Bernini en su famosa escultura. Pero ni siquiera así cejó Apolo en su empeño: tocó el cuerpo de Dafne, que palpitó ya en silencio bajo la corteza, y le arrancó ramas y hojas: "si no puedes ser mía, me acompañarás siempre en forma de corona, a mí y a los que venzan". La corona de laurel no es pues solo la imagen de una victoria, en sus hojas estamos obligados a ver los abusos de poder y silenciamientos que lleva en su historia.

Las glamurosas galas del cine no se prestan demasiado a ello, pues quién quiere opacar el brillo de las coloridas telas con historias tristes que, como bien nos enseña esta era de culto al pensamiento positivo y la superación, no venden. Pero ayer en la gala de los Goya se dio algo de espacio a los que injustamente no caminan por alfombras rojas, a las que se atreven a hacerlo de otra manera y al precio que han pagado muchas por hacerlo.


"Hasta ahora se nos han abierto pocas puerta, las de la cocina y el dormitorio", decía una Susi Sánchez con un pelo orgullosamente blanco al recoger el Goya a la mejor actriz de reparto. Pero además reclamaba que "Las puertas no las podemos abrir solas. Solo somos la mitad". Y ahí recogía el guante el director de la Academia, al hablar de cuánto se ha avanzado en términos de igualdad pero reconocer cuánto queda por hacer, y así lo hacían a su manera muchos de los presentadores y premiados. Una que es lingüista no puede dejar de prestar atención a los reveladores detalles del lenguaje, y pocas veces había escuchado tanto hablar de "directoras" y tanto lenguaje inclusivo de la boca de hombres célebres.

Quizás el espacio para las mujeres en las alfombras del glamour era más o menos previsible. Al fin y al cabo, la revolución feminista es ya un clamor que solo con trasnochada voluntad se puede ignorar. Pero ayer también se hizo un hueco la denuncia de la precariedad. Un hueco pequeño, pero por el que asoma un esperanzador rayo de luz.

Fue el copresentador, Antonio de la Torre, quien lo manifestó más explícitamente. Solo un 8% de los actores viven de la interpretación, no olvidemos a todo el resto que sufre una inmerecida condición de precariedad, dijo. Lo recordó también el ganador a mejor banda sonora, Olivier Arson, que afirmó que la composición musical no puede estar en manos de unos pocos privilegiados, y verbalizaba así que existen unos derechos laborales y culturales, y que si les hacemos caso omiso pagaremos un precio demasiado alto.


Hubo un tiempo en que hablar de dinero y cultura parecía ofensivo. Muchos habían comprado el discurso de cierta derecha de que los artistas viven en la opulencia y el exceso. Pero afortunadamente estamos dejando atrás este mito. Hablamos cada vez más sobre los techos de cristal, sobre las cuestiones de género, pero debemos poner sobre la mesa también como la clase social determina quién puede dedicarse a la cultura. A mí me gusta especialmente el título de un estudio realizado en Gran Bretaña hace unos años, "Cómo hacer paracaidismo sin paracaídas: cómo el origen de clase determina la trayectoria de los actores", porque apunta a la cantidad de talentos heridos por el duro suelo de la precariedad.

Y, por último, en la gala también estuvieron presentes los que son un número en una lista de espera o una figura abandonada en una camilla en un pasillo. Fue la esposa de Carlos Saura quien habló de todos estos invisibles a través del recuerdo de su célebre marido. Y demostró que lo célebre no te quita lo solidario, y que reivindicar la sanidad pública es tarea de todos.

Ayer asistimos a muchas coronaciones, pero las hojas de laurel de los silenciados hablaron a su manera, entre susurros a veces, de forma más contundente otras, pero mostrando claramente que derechos y cultura no están disociados, que no existen los unos sin la otra y viceversa, y que hay mucho glamour, más que en los joyas más brillantes, en reclamar un país más justo para todos.


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