Otras miradas

¿A quiénes pertenecen las voces de la locura?

Manuel Romero Fernández

Director del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social

Manifestación por un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, a 11 de septiembre de 2021, en Madrid (España). Foto: Alberto Ortega / Europa Press
Manifestación por un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, a 11 de septiembre de 2021, en Madrid (España). Foto: Alberto Ortega / Europa Press

Hace unos días, el 17 de marzo si mal no recuerdo, se cumplieron dos años desde que aquel diputado del Partido Popular, Carmelo Romero, instó a Íñigo Errejón a que se fuera al médico sentado en su poltrona del Congreso de los Diputados. El contexto es de sobra conocido por todo el mundo. Errejón se encontraba dando un speech sobre la pandemia de problemas de salud mental que nos asedia. Entonces, el señor diputado, muy bravucón él, buscando la complicidad y la risa en los de su bancada, y en la de la ultraderecha, le gritó: ¡vete al médico! Luego, cuando se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo, todo fueron disculpas, pero aquel vozarrón infame le salió de las entrañas. Ha llovido bastante desde aquel día, y somos muchos (y muchas, y, sobre todo, muches) los que hemos ido al médico en estos dos últimos años. El malestar no parece estar mejorando, las estadísticas al menos no dicen lo contrario: más ansiedad, más depresión y más suicidios. Mientras tanto, el foco que se pone sobre este tipo de problemas continúa ampliándose, lo cual es algo que a grandes rasgos y sin entrar en matices debería ser positivo, pero tendría que mantenernos alerta al menos en dos aspectos que intentaré desarrollar a continuación.

El mes pasado, andaba repasando algunos textos para impartir una clase sobre salud mental, política y neoliberalismo y algunos de ellos me removieron por dentro y me hicieron reflexionar sobre el estado actual de las cosas, como en el caso de Los brotes negros en los picos de ansiedad, de Eloy Fernández Porta, Malestamos, escrito a cuatro manos por Javier Padilla y Marta Carmona, 24/7. El capitalismo al asalto del sueño, del crítico norteamericano Jonathan Crary, o No seas tú mismo. Apuntes sobre una generación fatigada, del filósofo, periodista y amigo Eudald Espluga. Creo que son libros que deberíamos tomarnos muy en serio a la luz de todo lo que está ocurriendo. Libros que deberíamos de leer en clubs de lectura con la gente del trabajo, con los vecinos y vecinas, con nuestros grupos de amigos, etc. Libros que nos advierten de los riesgos a los que nos enfrentamos y que nos ayudan a explicarnos cómo hemos llegado hasta aquí. Los tres textos, cada uno a su manera, sitúan en el espacio y en el tiempo, y por lo tanto en el modo de producción actual, las fuentes de nuestros episodios de ansiedad y depresión. Es esta necesidad jamesoniana de "¡historizar siempre!" la que nos impele a poner las alarmas y enfrentar los riesgos que mencioné en el párrafo anterior: la tendencia a la normalización frente a la politización del malestar, por un lado, y los juegos de visibilidad y ocultación de determinados malestares.

Todo el mundo sabía, y cuando hablo de todo el mundo hablo de un pequeño grupo de militantes de izquierda entre los que me incluyo, que la visibilización de un problema no viene de la mano de su politización posterior. Aun así, algunos queríamos ser optimistas al respecto e interpretar que la puesta en común del malestar, junto a otra larga serie de determinaciones económicas y culturales, podría asestar un golpe rotundo al neoliberalismo. Así de optimistas somos algunas pese a vivir en un estado de anhedonia permanente. Lo que estamos experimentando es algo muy diferente, pero no por ello menos interesante y, en ocasiones, alentador: la tensión entre la normalización del malestar y la politización del mismo en un sentido emancipador. Ahora bien, creo que es de justicia reconocer que, una vez más, nos van ganando. Es lo normal, tienen más dinero, más recursos, más medios de comunicación y, por si fuera poco, los medios de producción. Las librerías mainstream siguen acumulando estanterías de libros de autoayuda, triunfan los podcasts y los influencers que repiten hasta la saciedad que tú eres la solución a tus problemas. Además, la forma hegemónica y dominante de la psicología clínica nos inoculan la idea de que la tristeza o el desánimo son estados mentales y corporales completamente normales y, por lo tanto, debemos aprender a convivir con ellos, que ya llegará el día en el que estemos mejor. Hay algo de verdad en eso, y es que no podemos vivir en un estado permanente de felicidad inducida, pero tampoco podemos ignorar los determinantes económicos y socioculturales que nos están arrastrando al precipicio. Por si os interesa, no puedo dejar de recomendar seguir el trabajo de una de las voces jóvenes más interesantes en la línea de la anti psiquiatría anticapitalista: Alberto Cordero Martín (@AlbertoCMart en Twitter).

Antes de pasar al siguiente punto, me gustaría hacer un apunte sobre el tema de la psicología. Marta Carmona y Javier Padilla, quizá sin quererlo, emulan un viejo chiste de los Hermanos Marx en su libro y, ante la falsa disyuntiva entre acudir a un psicólogo o a un sindicato, responden: ¡sí, por favor! Ahora bien, tengo la sensación, y quizá ando algo equivocado porque últimamente estoy un poco desconectado del mundo exterior, de que la idea de multiplicar los centros de atención y abaratar el coste de la atención psicológica está fagocitando a aquella otra que pretende ir a la raíz de nuestros problemas. Soy perfectamente consciente de la dificultad de imaginar, construir y destinar recursos a proyectos que pongan una solución a esto último y que, por lo tanto, vayan algo más allá de una suerte de consignas vacías, pero mientras no lo hagamos no estaremos más que poniendo parches. Algo que debería hacernos ver la urgencia de caminar hacia esta dirección es el hecho de que Vox quiera subirse al carro de la salud mental y marcar su propio relato, sirviéndose, cómo no, de psiquiatras con esmegma en las boqueras para denunciar las terribles secuelas psicológicas de la ley trans.

El otro punto que quería destacar es aquel interrogante que da título a este artículo: ¿a quiénes corresponden las voces de la locura? Es decir, qué historias de vida y qué patologías se ponen sobre la parrilla y qué otras quedan opacadas y subalternizadas. Quizá lo lógico sería pensar que el hecho de hablar de ansiedad o depresión nos arrastraría automáticamente a hablar de otros malestares o patologías como la esquizofrenia o el trastorno bipolar. José Saramago, en su novela Caín, se preguntaba: ¿qué diablo de Dios es este que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín? Cuando he escrito o hablado sobre mis problemas de salud mental siempre he tratado de ser honesto, lo que implica no únicamente ser transparente, sino también hablar de tus vivencias como una experiencia situada, atravesada por una serie de factores socio estructurales muy concretos, que nos indica que siempre que hablamos lo hacemos desde algún sitio particular. Esto no es algo por lo que debiéramos fustigarnos, pero sí al menos agitarnos y empujarnos a ir más allá, a hacernos otras preguntas. Antes de terminar, quería señalar algo en relación con esto que me llama particularmente la atención. Desde que conocí el psicoanálisis toda esa obsesión con la transparencia me provoca urticaria. Sabemos, al menos desde Freud y el descubrimiento del inconsciente, que la transparencia absoluta no es más que un ideal inalcanzable: podrían abrirnos en canal y ni siquiera allí encontrarían nuestro secreto. No obstante, a veces nos mostramos en las redes, yo el primero, como diciendo: ¡asómense, no tenemos nada que ocultar, vivimos en un horizonte posideológico! Tengo la sensación, también y sobre todo cuando lo hago yo mismo, que esto de abrirse en canal para hablar de los malestares no es más que una forma sofisticada de esconder un secreto a simple vista, ya que allí tienes la certeza de que no va a ir a buscarlo nadie. Quizá, y lo lanzo como hipótesis, lo más interesante de mi generación y las posteriores no es lo que estamos tratando de decir a voces sino lo que estamos buscando ocultar a la vista de todo el mundo.

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