Otras miradas

¡Votad, votad, malditos!

Marta Nebot

¡Votad, votad, malditos!
Personal con un sobre y una urna electoral en un colegio electoral de Bilbao, donde este domingo se vota a los municipios y a las diputaciones en el País Vasco. — EFE/Luis Tejido

Ha llegado otro de esos días en el que muchas cosas dependen de que vayamos a votar. Porque mi querida España, esta España mía, esta España nuestra –como cantaba Cecilia y como sentimos muchos, a pesar de la apropiación de sus símbolos por la derecha– sigue dividida casi por el medio, como nuestras ciudades y como nuestras autonomías y como nuestras calles y nuestras oficinas. El canto de un duro, unos puñados de votos, decidirán en muchas plazas si gobiernan unos u otros y, pase lo que pase, seguiremos viviendo juntos.

En días como hoy, además de emocionarme en el colegio electoral por encontrarme con gente que votan muy distinto pasando el día juntos apaciblemente cuidando del mejor sistema posible, me pregunto si volveremos a hacer valer el mantra que dice que la derecha de este país vota sin parar y que la izquierda es más exquisita. Y lo llamo mantra y no ley porque no fue aplicable en los cuatro gobiernos de Felipe González, ni en las victorias de Zapatero, ni en las de Sánchez, ni siquiera en Madrid, donde la derecha parece ser mayoría infinita. Manuela Carmena demostró que cuando se genera ilusión la izquierda se moviliza e incluso aquí puede ser mayoría.

Sin embargo, también creo que hay algo de cierto en que los progresistas somos más carne de abstención; que nuestra superioridad moral nos aleja del pragmatismo, nos hace más vulnerables a la autocrítica, les regala espacios cedidos por ¿desencanto?, por ¿despecho?, por ¿revancha?

La pluralidad en la izquierda es mayor que en la derecha por naturaleza. Somos la suma de muchos pensamientos, de muchas luchas distintas que conquistaron derechos. La horizontalidad tan perseguida nos hace mucho más diversos. La capacidad de congeniar toda esa pluralidad es la asignatura eternamente suspendida. Los ataques cainitas dentro de las filas zurdas, las batallas por la presunta izquierda de verdad contra las de mentira, el despelleje propio y de los analistas izquierdosos no ayudan a recuperar esa materia pendiente e imprescindible para tener alguna opción de volver a mandar. La atomización nos devuelve a la irrelevancia y a la melancolía.

¿Cómo vamos a convencer a nadie de que somos capaces de gobernar juntos si no somos capaces ni de competir sin juego sucio?

Tendríamos que reivindicar que nuestros gobiernos por ser más plurales son más difíciles, con más fricciones, con más errores, con menos "todos–unidos–jamás–seremos–vencidos" y  con menos también "el–que–se mueva–en–la–foto–a–tomar–por–el–orto", pero con grandes logros, con cuentas de resultados que ya quisieran otros, con avances que sin esa pluralidad, sin esas sumas imperfectas, no habrían sido ni son posibles.

A los que se quedan en casa y no votan después de que su izquierda gobierne y consiga algunas cosas y no otras, me gustaría preguntarles si lo hacen porque no soportan  vernos errar, constatar que la realidad siempre es más difícil que las ideas, asumir que los nuestros también tienen sus debilidades y sus pegas.

¿Será que preferimos ver cómo yerran los otros y alojarnos en la queja? ¿No será mejor pájaro en mano con todas sus disonancias que derecha desmantelando al unísono?

Podemos votar con el corazón, con la cabeza, con la piel, con la nariz tapada, con convencimiento o con muchas dudas. En Madrid, que es el ejemplo más cercano que tengo, hay quienes barajan votar a favor o en contra de la mayoría absoluta de Díaz Ayuso. Hay quienes creen que dejar entrar a Vox en la Puerta del Sol sería peor para todos que dejarla gobernar sola. Otros afirman que Ayuso con mayoría absoluta pondría palos en la rueda del señor Feijoo en su camino hacia Moncloa. Además los hay que piensan que el laboratorio de pruebas que podría ser un Gobierno PP-Vox de Ayuso con Monasterio también frenaría el avance de los populares para las generales de fin de año.  Cada una de esas opciones puede variar la astucia de voto. Sin Alejandra Jacinto en la Asamblea, la mayoría absoluta de Ayuso está casi asegurada. Sin Roberto Sotomayor en el Ayuntamiento, Almeida conserva su alcaldía seguro. Unidas Podemos se ha convertido en ambas plazas en el voto útil de la izquierda. Si no consiguen el 5% de los votos no hay opciones de nada.

Y con esto lo que quiero decir es que no sé ni creo que nadie sepa con certeza la respuesta correcta, el voto más acertado, a falta de una candidatura de concentración de izquierda contra Ayuso, ante la ignominia que representa su Gobierno. ¿No está tan claro que lo primero que hay que hacer para construir un Gobierno progresista en Madrid es echarla? ¿Por qué no lo intentaron?

Esta España nuestra no es el Estados Unidos de la Gran Depresión que Sydney Polack magistralmente retrató en 1969 en su "Danzad, danzad, malditos";  pero deberíamos estar casi tan desesperados como los protagonistas de esta vieja película. Porque o la izquierda espabila y aprende a unirse y a colaborar y a perdonarse los errores y a pagar sus cuentas pendientes con los que peor lo pasan o vendrán los malditos de verdad que no cuidan de la convivencia más básica.

Votad, votad, malditos o divinos, admitamos que la izquierda también es humana, bajémonos de esa presunta superioridad moral que no nos permite perdonarnos casi nada y que nos vuelve, a menudo, imperdonables.

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