Otra vuelta de tuerka

Aguirre y los vuelos de alto riesgo

Aguirre y los vuelos de alto riesgoPocos minutos después del accidente de helicóptero que a punto estuvo de cortar por lo sano las trayectorias políticas de Mariano Rajoy y de Esperanza Aguirre, Josep Borrell fue cazado por los medios haciendo la siguiente broma: "Si es que a quien se le ocurre ir a los toros en helicóptero". Si la broma se le perdonó al hasta hace poco presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia, una institución académica de renombre mundial, se me perdonará a mí que ironice sobre el vuelo de Rajoy y Aguirre para proponer una hipótesis sobre el calculadísimo espectáculo de dimisión sorpresa que hemos visto hoy. A veces el humor negro es la mejor vacuna frente a la catarsis aristotélica que nos suele provocar ver lágrimas por televisión. Y más si se trata de lágrimas políticas.

La dimisión de Aguirre dará lugar a muchas interpretaciones y, sin duda, no hay que descartar la más simple: Aguirre está hasta el moño de ser presidenta, está cansada, delicada de salud y quiere dedicarse a sus nietos y a sus cosas. Podría ser. Incluso los presidentes autonómicos son seres humanos.

Pero imaginemos otra posibilidad más retorcida. Imaginemos que Aguirre quiere volar para llegar aún más alto, aún cuando el vuelo sea, como los de ryanair o como los de ciertos helicópteros, muy arriesgado.

Basta examinar los trazos generales de la situación política de nuestro país para darse cuenta de que el régimen político basado en el bipartidismo está en crisis. El PSOE, que a partir de 2008 fue incapaz de hacer distinguible su política económica de la que cabría esperar de un partido de derechas, no levanta cabeza y pierde apoyos a pesar de que el PP, tras apenas 9 meses de gobierno, asiste impotente a la caída en picado de los suyos. Las encuestas revelan también un creciente desapego ciudadano a los partidos y a las instituciones y todo apunta a que el nuevo rescate, que el Financial Times anuncia a gritos, no va a mejorar la pésima opinión que tienen cada vez más ciudadanos de la clase política dirigente y de las instituciones. El régimen del 78, con su Rey, sus pactos de la Moncloa, su bipartidismo, sus bases de la OTAN refrendadas en las urnas, su Constitución y su innegable consenso entre una notable mayoría de la población, parece que está también en crisis. Por no quedar ya casi no queda ni ETA, aunque algunos se empeñen en preferir la venganza sobre la responsabilidad de Estado para terminar de cerrar uno de los pocos asuntos que no cerró la Transición.

Pero entonces cabe preguntarse ¿Quién va a romper la baraja? La izquierda y los sindicatos que perdieron en el 86 la última batalla que pudieron ganar estarían llamados por la historia (y por las circunstancias) a hacerlo, pero la izquierda y los sindicatos españoles son prudentes por naturaleza y sus dirigentes más veteranos mamaron una leche setentayochista de efectos quizá demasiado duraderos. Además, los últimos treinta años les acostumbraron a perder y a conformarse con lo que hay. Digámoslo claro: a la izquierda española le falta por lo menos una pizca de la audacia que pedía Danton a los revolucionarios llamados a ejercer el poder. La derecha, por el contrario, está acostumbrada a mandar y a cambiar de imagen y de estilo cuantas veces sea necesario; dejaron de ser franquistas para ser europeístas, fueron modernos y de centro sin dejar de estar dispuestos a ponerse el traje de la primera comunión para aplicar la política del Opus Dei, o el de estadistas para negociar con el "movimiento vasco de liberación", o el de populistas para reformar la ley penal para que los asesinos de niños se pudran en la cárcel, o el de "Catalan speakers" para ponerse de acuerdo con CIU en las cosas importantes, o el que haga falta. Y ahora a la derecha le toca cambiar de verdad si quiere seguir mandando.

Nada hace imaginar que a Rajoy le vaya a ir mejor en lo que queda de legislatura y está claro que la ruptura institucional es una posibilidad creciente según se deteriora la situación. La forma populista de derechas (a lo Tea Party) que podría tener esa ruptura tal vez se llame Mario Conde o tal vez Rosa Díez...Pero ¿A alguien se le ocurre un nombre más eficaz que Esperanza?

No olviden aquel vuelo en helicóptero. Rajoy salió con los dedos rotos y el rostro descompuesto y Aguirre como una princesa rescatada. En política, como en casi todo, para volar alto hay que arriesgarse.

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