
Los mapas con distribuciones futuras de especies o de grupos enteros de organismos (anfibios, árboles, aves, mariposas etc.) en los escenarios climáticos planteados por el IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático, ver por ejemplo el último informe) son bien acogidos en las revistas científicas de mayor impacto, como Nature o Science. Y por ello su imagen de infalibles se refuerza. Pero no es sólo el clima lo que mueve a las especies y las empuja a cambiar su distribución; pensemos por ejemplo en la competencia entre especies o en la existencia de plagas o enfermedades. Existen, además, numerosas barreras tanto naturales como artificiales que impiden a las especies seguir con rapidez y precisión las nuevas áreas donde el clima les resulta favorable. Asimismo, muchas especies longevas y tolerantes de estrés no terminan de extinguirse de aquellos lugares donde el clima hace ya tiempo que dejó de ser favorable para ellas; siguiendo con la encina, este árbol "debería haber desaparecido ya" de muchos enclaves semiáridos donde su balance hídrico (el agua que pierde por evapotranspiración frente a la que gana por precipitación) es negativo desde hace varias décadas. Los modelos de nicho no incorporan muchas cuestiones importantes relativas a la plasticidad que tienen las especies para acomodarse a nuevos climas y a su capacidad para evolucionar y adaptarse.
Las simulaciones climáticas nos muestran que para finales del siglo XXI Barcelona muy probablemente tendrá el clima que ahora hay en Fez, que Paris tendrá el clima de Madrid y Londres el de Oporto (ver alguno de los ensayos de ciudades análogas). Pero nadie cree que los fasis se muden en bloque a Barcelona ni los madrileños a Paris (aunque la idea pueda atraer a más de uno). Por similares razones, la encina no se mudará a Estonia. Sin embargo, un jardinero estonio tendrá éxito si planta encinas en los parques de su país dentro de unas décadas, éxito que no se ha dado hasta ahora. Y ahí está el valor de los modelos y no en decirnos donde estarán y de donde desaparecerán las especies en un planeta con otro clima. La belleza de los modelos radica en su sencillez, en su capacidad para sintetizar una realidad siempre compleja. Pero son insoportablemente leves cuando se toman sin las debidas dosis de sentido común y, sobre todo, cuando no van aderezados de fina información sobre sus numéricas entrañas.
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