Punto y seguido

Rayab en Vic

Su hilo de voz denotaba angustia. No tiene papeles y los accidentes de la vida le han llevado a sobrevivir en Vic. Rayab me preguntaba si, con la que está cayendo, tendría que volver a escapar, por el delito de haber nacido afgano. Lleva seis años fuera de su tierra. Era adolescente cuando huyó de una guerra que no es la suya, entre invasores extranjeros, bárbaros talibanes e intereses infames. ¿Algún país hubiera dado visado a un afgano pobre?
Emprendió su vía crucis recorriendo más de 6.000 kilómetros atravesando fronteras fortificadas, incontables atropellos a manos de canallas uniformados o esclavistas. El llamado viejo continente le ha marcado en la memoria la sarna de la comisaría turca, los bajos del camión búlgaro, el hedor de las cloacas en Atenas o la vara de mimbre con la que le azotaba el capataz del maizal lombardo.
Una vez aquí, el mismo Estado que ha participado en el ataque y la ocupación de su país le deniega el asilo. Mientras no lo cacen, de noche descarga cajas a 3 euros la hora. Con papeles seguiría cobrando menos que un nativo por el mismo trabajo. No pude evitar compararlo con los cien mil extranjeros armados hasta los dientes que han emigrado a este geoestratégico país, sin visado, lanzando bombas y encerrando a su gente en cárceles secretas y públicas.

Rayab forma parte de una masa compuesta por 240 millones de personas condenadas a errar sin avance ni regreso, convertidas en despojos humanos, reducidas a simple fuerza de trabajo dócil y barato para el bienestar y disfrute ajeno. Lo de Vic no es una cuestión racista. Es la lógica de la economía de usar y tirar un producto más.
Las políticas migratorias pretenden controlar cuánta gente entra, de dónde viene y con qué edad y condiciones físicas, como si se pudiera cosificar a un ser humano. ¡El homo económicus! Cierto progresismo echa mano de la economía para recordar lo mucho que aportan los inmigrantes a las arcas públicas y al desarrollo del país. Otros abogan, desde la prepotencia de los afortunados, por crear puestos de trabajo allá para que no vengan acá, simulando ignorar las verdaderas causas que les convirtieron de ciudadanos a inmigrantes.
Nada de caridad ni de solidaridad, sino de justicia, de reconocer nuestra parte de responsabilidad a la hora de descansar sobre el esfuerzo, los anhelos y las vidas de los demás.
Se trata de devolver a Rayab, simplemente, parte de lo que le hemos quitado.

Más Noticias