Punto y seguido

Siria: de aquí a noviembre

Si no fuera por la cercanía de las elecciones presidenciales de EEUU, quizás el candidato Barak Obama ya habría enviado a la OTAN a visitar Siria. Las imágenes de la masacre de los civiles no le favorecen; son utilizadas por los rivales para acusarle de inmovilismo y él, temeroso a espantar a su electorado anti-bélico, sigue centrando sus discursos en asuntos internos, mientras busca una salida urgente a la crisis pidiendo ayuda a Putin.

El Kremlin pone precio a forzar el exilio de Asad: que Obama garantice la seguridad de Irán. Sabe que el objetivo de una agresión militar a Siria es Irán, su línea roja. Y que Israel podría aprovechar la cortina de humo de un ataque a Siria para golpear las plantas nucleares iraníes, como cuando en 1981, en medio del conflicto irano-iraquí, bombardeó el reactor nuclear de Sadam. Sería una catástrofe en el flanco sur ruso. Siria es la preocupación actual de Obama, pero la de Netanyahu es Irán.

Pero, ¿tiene algún valor la promesa de un candidato? Además, Moscú no olvida cómo EEUU abusó de la resolución de la ONU sobre la "zona de exclusión aérea" en Libia, que terminó en siete meses de bombardeo del país, la muerte de miles de personas, el linchamiento de Gadafi, la expulsión de Rusia y China de los negocios del país africano y la toma del poder por una banda reaccionaria.

Aun así, Moscú ya ha puesto fin al costoso apoyo político a Asad y, tras suspender sus inversiones y la cooperación turística con Damasco, le ha advertido que no podrá detener un ataque de la OTAN a lo Bosnia, ni implicarse en una guerra. Pero hay más motivos para el giro del Kremlin:

—Teme que el terrorismo ejercido tanto por los rebeldes como por la Shabiha (los fantasmas, que son milicianos gubernamentales vestidos de paisano que aparecen, matan y desparecen), provoque una guerra civil en una región ya incendiada.

—Ha tomado en serio el mensaje que dejó Hillary Clinton en su reciente visita-chantaje a Georgia: sigue en pie la invitación a Tiflis para entrar en la OTAN, agitando esa espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Rusia.
—El deterioro de su imagen y de sus relaciones con EEUU, la Unión Europea, Turquía y los países árabes, y que nadie quiere estar en el bando perdedor. Moscú quiere salvaguardar sus intereses futuros.

Por todo ello, ambos negocian el modelo yemení para Siria: cambio pacífico del mandatario (para ahorrarle a Asad el destino de Sadam, Gadafi o Mubarak), mantener el régimen y convocar elecciones. Eso sí, ocultan que Yemen es otro Afganistán, que se precipita en una guerra civil, sufre el terrorismo y el bombardeo de drones (aviones-robot) de EEUU y de Arabia Saudí.

Se configura la era post-Asad. El opositor Consejo Nacional Sirio retoca su imagen y elige como líder a Abdolbaset Sida: es kurdo, suní, apadrinado por Ankara y acogido por Francia. ¿Alentará a los dos millones de kurdos sirios a que jueguen el mismo papel que sus hermanos en Irak en 1991, poniéndose del lado de EEUU?

El fin de Asad es un duro golpe a Irán y fortalece las posiciones de Arabia Saudí y de Turquía, que intentan devolver a los suníes al poder en Siria y también en Irak.

Este conflicto, multicausal y originado por factores endógenos, se ha convertido en una guerra proxy (delegada), en toda regla.

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