Punto y seguido

Apocalipsis en Pakistán

Tanto presumir de poderío nuclear para proteger a la nación y luego no ha arrasado el país el enemigo hindú, sino unas inundaciones y la ineptitud de sus políticos. El mortífero arsenal sólo ha servido para empobrecer al país y llenar los bolsillos de proveedores extranjeros y comisionistas locales. Que tomen buena nota los aspirantes a contar con un hongo atómico.
De las aguas pútridas emanan epidemias y el descontento de 20 millones de indefensos, abandonados a la buena de Dios. Sin pan ni techo, muchos ya habían huido antes de lugares donde EEUU les atacó con sus aviones inteligentes, e incluso ahora los helicópteros, únicos medios de transporte útiles para las zonas aisladas, son empleados para espantar con sus hélices al fantasma de Bin Laden.
Criatura de la Guerra Fría y hoy mimado trampolín para controlar Asia Central, la República Islámica de Pakistán (Tierra de los pulcros) se fundó con criterios religiosos, para rendir pleitesía a la geopolítica de Wa-shington y Londres, que han mantenido débil su estructura política, impidiendo la formación de una sociedad cohesionada.

Las élites cleptómanas que han gobernado esa nación asiática jamás se han preocupado por el destino de una población de casi 200 millones que malvive entre guerras, terrorismos y pobreza. La situación ha empeorado en los últimos 15 años y el derroche militar de Islamabad sigue devorando la tercera parte de su presupuesto, que destina sólo un raquítico 3,5% a la salud y a la educación juntas. No saben leer la mitad de los hombres ni el 80% de las mujeres.
La actual tragedia ahonda el subdesarrollo del país y cataliza la destrucción de un Estado inviable desde la cuna. Por otro lado, que las rutas que aprovisionan la ocupación de Afganistán se hayan quedado anegadas, presagia nuevos planes del Pentágono contra el país.
Atrapadas en un sinfín de plagas que van de la violencia a la miseria apabullante, las masas pakistaníes necesitarían ayuda urgente gestionada, no por un Estado corrupto, sino por algún ente internacional. Cuando en 2004 fallecieron muchos turistas occidentales en el tsunami, se sucedieron grandes respuestas fraternas en el mundo que no se han repetido en este caso. La solidaridad también parece ser clasista.

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