Carta con respuesta

Nuestro merecido

El miércoles, se produjo lo que era un secreto a voces en el PP: que en las filas de los mandamases del partido no cabían militantes con ideas más o menos progresistas o de derecha moderada. El alcalde de Madrid fue aniquilado de sus aspiraciones políticas, de lo que hubiese sido una corriente de aire fresco en la derecha más radical del PP. Rajoy ha metido la pata hasta el cuello, lo cual no está mal porque por fin a los que tenían alguna duda respecto a las ideas de progreso del PP con este hecho les deben de quedar las cosas muy claras.

JUAN FRANCISCO GONZÁLEZ CARRASCAL, Cáceres

La Constitución, ese clásico de nuestra literatura humorística, afirma (sin guiñar un ojo ni descomponer el gesto) en su artículo 6 que: "Su [de los partidos políticos] estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos". Carcajada, ovación y mutis por el foro. Sin embargo, como bien sabemos, en realidad está inspirada, bien en la concepción jerárquica falangista, bien en la honorable agrupación familiar mafiosa (o en una sabia combinación de ambos modelos). Listas cerradas, cooptación, burocracia, etc... Predomina la idea de que un partido debe tener un líder fuerte y una sólida unidad interna. La discusión, el debate, la consulta a las bases, etc... son vistas como alarmantes señales de debilidad (todo ello con la entusiasta y quizá interesada colaboración de la prensa que, a la menor señal de confrontación de ideas, se rasga las vestiduras y habla de crisis, fractura y cataclismo: ¡Lejos de nosotros la funesta manía de pensar!). Por tanto, se favorece lo que llaman liderazgo (el caudillo providencial, el capo, el vértice de la pirámide de poder) y los castizos mecanismos que promueven la cohesión: fidelidad perruna por encima del mérito, clientelismo, endogamia, etc... Así tenemos líderes fuertes y partidos unidos.

De esta concepción marcial de los partidos, son ejemplo sobresaliente los mayoritarios, el PSOE y el PP, así que, ¿de qué nos sorprendemos? Si el Conducator puede, impasible el ademán, poner a un tal Miguel Sebastián o a un tal Pizarro, ¿por qué no va a poder defenestrar a Gallardón sin un pestañeo? Y, por supuesto, cuando se modifica la Ley de Partidos, no es para garantizar la democracia interna, sino para poder
ilegalizar otros partidos.

No sé cómo lo ve usted en Cáceres, pero yo en Madrid dudo mucho que Gallardón tenga "ideas más o menos progresistas o de derecha moderada". Sea como fuere, cada vez que Gallardón (o cualquiera en el PSOE) disentía, los periódicos gritaban histéricos: ¡crisis en el PP! ¡Alarma! Tanto miedo nos da el debate de ideas y tan acogedora nos resulta la servidumbre voluntaria. Bueno, pues ya no hay crisis. Asunto concluido. ¿No era lo que pedíamos?

RAFAEL REIG

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