Carta con respuesta

¡Ha sido gol!

La cooperación será un medio imprescindible para solucionar problemas y afrontar retos. Participemos todos con nobleza, transparencia y energía para liderar, pero nunca con la exclusión (violenta o con manipulaciones soterradas) de quien piensa diferente. Es lícito intentar ganar unas elecciones, pero nunca a costa de propuestas de relumbrón, inaplicables o contraproducentes para el buen desarrollo de la justicia y la convivencia.  Por favor, señores políticos, sean ustedes sensatos. Presenten, con naturalidad, criterios propios que respeten la naturaleza humana, principios y hojas de ruta para solucionar los asuntos que de verdad preocupan a los ciudadanos.

EMILI AVILÉS BARCELONA

 

Dice mi amigo Martín Casariego que hoy la política no es más que  fútbol. Lo que importa es que gane tu equipo. Lo demás da igual: con una patada al delantero contrario o metiendo un gol con la mano, qué más da, mientras el árbitro no pite falta y nuestro tanto cuente; en la prórroga o a penaltis, con juego limpio o sucio, o aunque el adversario se haga un gol en propia meta. ¿Hemos ganado? ¡Pues entonces! Un ejemplo sobrecogedor son las tertulias. ¿Bajar impuestos es de izquierdas o de derechas? Depende de quién meta el gol. ¿Las ayudas lineales son progresistas o regresivas? Depende de a quién le hayan pitado falta. Si yo fuera periodista (¡Dios no lo quiera!), les pondría noticias falsas como cebo a los tertulianos: ¿qué les parece que tal partido promueva el uso de cinturón de castidad en parejas homosexuales? Habría que verlos: si lo ha propuesto su partido, comulgarían con cualquier rueda de molino y engullirían los más descomunales batracios, ¿a que sí? Me los imagino: el PSOE lucha por la igualdad con estas medidas de discriminación positiva para un colectivo que patatín, patatán; el PP sólo pretende reducir la promiscuidad homosexual y proteger a la familia, y
patatín, patatán.

Como no he visto en mi vida un partido de fútbol, poco interés me provoca una campaña política tan balompédica como ésta, cuyo resultado más notorio es rebajar a los ciudadanos a la penosa categoría de hinchas. Se trata de abuchear a los contrarios y tirarles almohadillas; de jalear al propio equipo hasta quedarse ronco. El juego bonito importa un rábano: fútbol son goles, ¿a que sí?

Cuando veo a los asistentes a mítines, atónitos, con pancartas, coreando y aplaudiendo cuando está previsto, no puedo dejar de confundirlos con esos hinchas que salen por la tele esperando de madrugada al equipo en el aeropuerto. Allí están, sin dormir, pálidos pasmarotes profiriendo los gritos de rigor y alborozados por haber podido tocar con sus dedos a un delantero. ¿A que da pena? ¿A que damos mucha pena?

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