Carta con respuesta

'Dolce far niente'

Se acabaron las vacaciones. Cada uno ha distribuido su tiempo según sus aficiones: esquí, playa, procesiones... ¿Podemos esperar que un grupo elevado de gente haya leído algún libro, o dos quizá? Nos quejamos de vivir en una sociedad que no para, que no reflexiona, que es superficial. Y cuando tenemos la oportunidad de cultivar el espíritu, ¿dedicamos tiempo a actividades tan gratificantes como visitar un museo o deleitarnos con ejercicios que cultiven la inteligencia de alguna manera? Descubrir el placer de gozar con lo bello, de aprender con las experiencias ajenas provocando conversaciones interesantes que nos permitan llegar un poco más a la verdad de las cosas y de los demás. Cultivando el espíritu además de disfrutar, seremos más sabios. Se atribuye a Aristóteles la máxima "el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa
todo lo que dice".

PILAR CRESPO ÁLVAREZ TARRAGONA

A mí también me parece muy respetable dedicar las vacaciones a no hacer nada, que para eso están. Soy un firme defensor de la vagancia. Yo las he dedicado a jugar con mi hija, a beber whisky a sorbitos y a dormir siestas puntuables para los juegos olímpicos. Cultívese quien quiera; a mí me gusta más provocar conversaciones banales que nos permitan echarnos unas risas. ¿Leer? Sí, pero tumbado en la cama: un par de policíacas infumables. ¿Y mi espíritu? Supongo que en barbecho, que no le vendrá mal.

Cultivar el espíritu: ¿no le parece una metáfora bastante entretenida? Quizá entonces lo fundamental sea el abono, ¿no es verdad? Habría que echarle abundancia de estiércol, desperdicios, compost, deshechos y, en definitiva, apestosa mierda fertilizante: eso le dará más fuerza a nuestro suelo intelectual y moral. No todo va a ser leer a Aristóteles, también hay que perder la tarde con tebeos de Mortadelo y novelas del Oeste. Además, a mí me asusta un poco considerar mi espíritu como una unidad de producción agrícola, donde hay que sembrar, roturar y hacer crecer con gran esfuerzo hortalizas útiles, llenas de vitaminas, nutritivos tomates y honradísimas patatas, además de provechosos frutales y las inevitables y al parecer muy simples matas de habas.

Cultivamos el espíritu, de acuerdo. Y sin embargo, nada podrá evitar que la verdadera alegría, la que empaña los ojos, no nos la den los frutos de nuestro esfuerzo, sino esa flor silvestre que crece por su cuenta, sin cultivo, espontánea
e inesperada, la que aparece en la grieta de una piedra, en un arbusto o al pie de la tapia; esa flor inservible, sin fruto, sin valor, pero con un tono malva que no se olvida nunca; ese día festivo en el que por fin no hacemos nada útil: aquellas "verduras de las eras" que tanto conmovieron al poeta.

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