Carta con respuesta

Del dicho al hecho

La Iglesia dice que hay que ser pobres, pero reciben millones y no pagan impuestos para que el Papa tenga cálices y un trono de oro y para que le lleven en BMW. Están en contra de la contaminación y el uso del preservativo, pero ellos invierten en petroleras y en Durex en vez de repartir el dinero con los pobres. Están en contra de la ciencia, al probar que no venimos de Adán y Eva, aunque ellos van al médico cuando están enfermos en vez de rezar a Dios.

LUIS ÁNGEL SOTO OVIEDO

Estamos ante un viejo problema, ¿no es verdad, Luis Ángel? A mí la Iglesia me importa un rábano, aunque este asunto, en general, me interesa; y me aplico el cuento. Alguien dice una cosa, pero sus acciones contradicen sus palabras. Le pasa a la Iglesia, pero también les sucede a las empresas, a los partidos políticos, a la enseñanza, a las instituciones y, cómo no, a mí. Yo también le doy a mi hija buenos consejos que luego no sigo. No intentes quedar por encima de nadie, le explico, por ejemplo. Al día siguiente voy a una cena y hago esfuerzos titánicos por sobresalir, por ser el más brillante, por dejar a los demás sin palabras. ¿Qué conclusión saca mi hija? ¿Que el buen consejo es falso y queda desmentido por mi mala conducta? ¿Que la enseñanza debe extraerla de lo que hago? ¿O que su padre es un botarate sin arreglo? Ella suele elegir, con buen criterio, la opción C.

Hay una distancia entre lo que pensamos y lo que hacemos. ¿Es simplemente la fragilidad natural de nuestra condición? En parte sí, claro, pero ¿no es una muestra más de alienación (si todavía está permitido usar esta palabra)? Las condiciones en las que vivimos y trabajamos nos separan de nosotros mismos, nos escinden, crean ese intervalo entre el dicho y el hecho, entre el trabajo y su resultado (y su propósito). Hay uno que no quiere prevalecer y así se lo dice a su hija; hay otro en cambio que, en cuanto sale de casa, no sabe evitar competir y hace todo lo posible para quedar por encima de los demás. Esa cesura entre los dos, ese intervalo, ese espacio vacío, es una cuña que nos va desarticulando y deshaciendo.

Quizá me diga: una cosa es la vida privada y otra lo público. Entonces quizá yo le responda: ¿y por qué tengo que tragarme yo esa separación? ¿Quién impone esa división? ¿Es que no forma también parte de esa manera de vivir que me aleja de mí mismo? Yo concibo la posibilidad de ser el mismo en casa que en el trabajo, la posibilidad de vivir de otra forma. ¿Usted también? ¿Se puede vadear esa corriente de vacío que me separa de mí mismo y de los demás y separa las palabras de los hechos? Yo creo que sí. ¿Usted qué cree? ¿Cuántos somos? ¿Podemos transformar las cosas y transformarnos nosotros también?

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