Carta con respuesta

Pelota picada

El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido admitir y proteger el derecho de los ciudadanos a pasearse por las calles en galas natales; es decir, sin otra ropa que la propia piel. Es un buen momento para reflexionar por qué nos escandaliza nuestro cuerpo desnudo o el del prójimo. Pienso que se debe a que durante siglos hemos venido asociando la falta de ropa a la falta de todo atributo social. Cuando nada te queda, de lo último que te desprendes es de los tejidos que protegen tu cuerpo. También tiene mucho que ver en esta censura corporal la doctrina católica que nos previene de mirar lo que más deseamos, no vaya a ser que nos haga felices sin más nada. También hemos ido desarrollando una serie de valores estéticos y, efectivamente, hay anatomías que en sí mismas son un homenaje a la vista, pero muchos de nosotros ya estamos más bien para que se nos trate con pudor. Desnudos nacimos y no puede haber ley que nos obligue a caminar por el mundo con otro disfraz. El Ayuntamiento no ha hecho otra cosa que devolver al hombre lo que no es del César.

MARIO LÓPEZ SELLÉS MADRID

Verdaderamente, como repite mi abuela, cuando el diablo no sabe qué hacer, con el rabo espanta moscas. Se trataba de una emergencia, una situación crítica que requería intervención inmediata: de todos los derechos, sin duda, el que más debe proteger cualquier ayuntamiento es el sagrado derecho que los ciudadanos tienen a ir en pelotas. La situación era insostenible: ahora por fin el pueblo se ha puesto en pie para defender la libertad de enseñar el culo cuando se lo exija su conciencia o su capricho.

Es de sobra sabido que en los países budistas o musulmanes todo el mundo va en bolas. Lo mismo ocurría en la antigua Grecia, en Roma o entre los egipcios. Sólo allí donde la religión católica ha extendido su feroz garra represora se somete a los pueblos a la humillación de vestirse. Donde no existe el fanatismo católico los ciudadanos ejercen su derecho a empelotarse, libres de esclavitud textil. Yo mismo lo comprobé en el metro del Moscú comunista, donde hasta los conductores iban in púribus, libres y solidarios (y algunos hasta empalmados, no obstante su avanzada edad). Por no hablar, claro está, de la complicidad criminal de los grandes almacenes y de Zara.

Gobernar es elegir, establecer prioridades, distinguir lo que de verdad importa. ¿Transporte público? ¿Educación? ¿Vivienda? Todo eso son engañifas de los católicos para distraernos. ¿De qué me sirve a mí que el transporte público funcione, que haya buenas bibliotecas o que pueda alquilar un piso, si ni siquiera puedo enseñar el pito cuando y donde me dé la gana? La valentía y responsabilidad política del Ayuntamiento merecen nuestro aplauso.

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