Carta con respuesta

Las verduras

Mientras los adultos, especialmente los que pasan de los 60, debaten sobre si aún hay tomates que saben como los de antes o si los de ahora no son más que harina coloreada, uno de cada cinco niños de entre 8 y 11 años ni siquiera ha probado este fruto que hace cinco siglos los españoles importaron de Suramérica. Estos datos son facilitados por un estudio elaborado por la Fundación Dieta Mediterránea, que aporta también otros datos que muchas madres y padres no dudarán en ratificar, entre ellos que uno de cada tres escolares de esta franja de edad jamás ha comido espinacas. ¿No les parece preocupante? ¿Es que estamos alimentando a las futuras generaciones a base de comida basura?

 Xus D. Madrid Palamós Girona

A mí no me preocupa lo más mínimo, la verdad. A ningún niño le gusta la verdura, con la excepción de la hija de Isaac Rosa, a la que su padre le da instrucciones para que se proteja: "tú en el cole no digas nada de que has tomado acelgas, di que cenamos salchichas de Frankfurt, ¿vale? Con mucho kétchup. Y si te preguntan, tú di que ves siempre la tele". ¿Comida basura? Pues tampoco tanta. Según mis propias estadísticas, a los niños les gustan las cosas normales y corrientes: macarrones con tomate, lentejas, tortilla de patatas, filete ruso, en fin, lo de siempre. Las verduras se las comen a la fuerza, como hemos hecho todos, y eso es lo más que se puede conseguir: que se las traguen obligados. Intentar que, encima, les gusten es una pasión inútil y requiere el concurso
de un hipnotizador.

Además, seamos sinceros: quienes no somos Isaac Rosa, ¿querríamos de verdad tener hijas que comieran espinacas por gusto? Yo no, como tampoco me gustaría que, a iniciativa propia, se lavara con entusiasmo los dientes tras cada comida, que no se comiera ningún moco, que recogiera su habitación y se hiciera la cama, y que jugara en el parque sin mancharse la ropa. Bien está que los ministros y otros malévolos desocupados se empeñen en convertirnos a todos en una especie de suecos, pero sin Ingmar Bergman, es decir, con la vida interior de un ficus bien regado. Nosotros nos resignamos, pero con nuestros hijos que no se metan: no queremos llenar los colegios
de repelentes niños Vicentes.

Los niños detestan la verdura, los chavales se hacen pajas a escondidas, los jóvenes leen novelas muy poco edificantes de las que nada sacarán en limpio, las chicas se ponen faldas demasiado cortas y camisetas que no son de su talla, las pandillas se juntan para consumir conversación, alcohol y sustancias ilegales, los adolescentes se enamoran de quien menos les conviene... ¿Vamos a preocuparnos por eso? Pues mire, yo no, igual que no me preocupa nada que las mandarinas
tengan pepitas.

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